Fernando Worbis Alonzo
El miedo a la realidad
Monetaristas y aprendices de la ciencia de la Economía que virtualmente habían, hasta hace poco, descartado que nos encontráramos en el umbral de una recesión global provocada por la, esta vez sin adjetivos, administración norteamericana y que decían, sincera o de manera fingida, que los efectos del colapso de su sistema financiero encontraría una rápida solución cuando se aprobara el programa de rescate de los 700 mil millones de dólares, se han quedado pasmados ante su equívoco y no buscan a qué o a quién echarle la culpa de su fracasado pronóstico.
Ha sido la tardanza de los congresistas en aprobar la medida -dicen algunos, acostumbrados a culpabilizar a los legisladores de todas la calamidades; ha sido la pérdida de la confianza, el miedo a la recesión -dicen otros, empeñados en buscar en los procesos subjetivos la explicación de todos los fenómenos, cualquiera que sea su naturaleza. Y su primera reacción ante lo que para ellos resulta desconocido, es similar a la del fanático, pues consiste en renovar su fe en las “libres” fuerzas del mercado y, compungidos le apuestan, ante lo inevitable, a la resignación, proclamando: que las crisis no son malas; que el viejo Marx tenía razón porque nadie puede abolir el ciclo económico, y que la recesión tiene una misión eminentemente profiláctica.
Partidarios de la autorregulación se muestran muy sorprendidos de que los consorcios financieros continúen especulando en las bolsas; que los banqueros y directores de las instituciones financieras privadas hayan sacado, en Norteamérica, pingües ganancias del manejo virtual de los créditos hipotecarios para pobres, vendiéndolos luego de autocalificarlos como altamente redituables; y aceptan y pregonan que la crisis comenzó cuando el más pobre de todos los pobres estadounidenses no pudo cubrir la primera mensualidad de su crédito hipotecario. Valiente construcción artificial para distraer la atención de los verdaderos delincuentes, culpabilizando a los pobres.
Porque aquello no alcanzaría para explicar la metástasis de sismo estadounidense a lo largo y ancho de toda la economía mundial, incluyendo las más sólidas como la europea, que ha tenido que tomar medidas en conjunto –destrabar el tope del 3% del PIB para el déficit presupuestal-, abandonando su propensión inicial de dejar a cada país a cargo de su programa particular de contención, de una crisis para la cual la interrelación globalizada de los mercados resulta una explicación tan obvia como superficial.
Como tampoco les permite comprender cómo es que si el origen de la crisis se circunscribe a la órbita financiera y que su principal síntoma es la falta de liquidez, porqué la inyección masiva de circulante que se ha hecho a nivel global no ha conseguido atemperarla y, todo lo contrario, comienza a tener repercusiones negativas en la economía “real”, en la producción, el empleo y el intercambio de mercancías.
Porque el desarrollo de la sociedad está determinada, como dijo aquel filósofo alemán, no por lo que piense la gente de si misma, ni siquiera por sus intrincados sistemas jurídicos, ideológicos y culturales, sino por la economía; por el conjunto de bienes y servicios que se producen y que se distribuyen de acuerdo a las relaciones sociales que se establecen en el proceso productivo, es que podemos afirmar que 8 años de recurrentes y cada vez más amplios déficits presupuestales del gobierno norteamericano, utilizados para financiar sus guerras, ciertamente se encuentran entre las causas principales de la crisis, donde la rapacidad del capital especulativo y financiero internacional, con sus altos márgenes de ganancia, sin sustento en la economía real, sirvió de catalizador.
Crisis que indudablemente, ahora se acepta, ocasionarán una recesión de la que tardaremos en salir mucho tiempo, y que habremos de pagar entre todos los países de la tierra, a pesar de haber cumplido fielmente con la política que se nos impuso de contención fiscal, cero déficit como dijera Carstens, radicalmente recrudecida en México a través del llamado “subejercicio” presupuestal.
Hoy, de golpe y porrazo han ido cayendo los mitos del neoliberalismo y en el caso de México ha quedado muy claro que -de poco ha servido el blindaje conformado por la mayor reserva en dólares acumulada en nuestro país, para impedir la devaluación del peso- la gran diferencia entre las tasas de interés que se pagan en nuestro país y en el resto del mundo no constituyen el magnífico anclaje que, según la Asociación de Banqueros de México (SIC), conformada por representantes de subsidiarias de la banca transnacional, evitaría la fuga de capitales; y que en los últimos 8 años el gobierno mexicano ha cometido el soberano error de no utilizar los excedentes petroleros para la construcción de infraestructura productiva y social.
Es urgente rectificar y debe hacerlo ya el gobierno federal, para aminorar los efectos de una década de recesión y desempleo que en el horizonte de hoy puede verse.
Sin embargo, a pesar del caos mantengamos la esperanza, pues con la ya próxima derrota del candidato de Bush, habremos sido testigos del fracaso de un proyecto milenarista, autoritario y belicista que hubiera llevado a la humanidad a las páginas más negras de su historia.
Por suerte ha llegado a su fin, aunque sus efectos tengamos que pagarlos por mucho tiempo.
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