Carlos Fernández-Vega
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en algunas ocasiones valen la pena porque sirven para medir la magnitud de ciertos acontecimientos y sus alcances. Por ello, va el ejercicio.
A) Más allá de las obvias consecuencias políticas y económicas, el asesinato de Luis Donaldo Colosio le costó al país 10 mil 785 millones de dólares en reservas internacionales, monto engullido por las hordas especulativas a lo largo de poco menos de un mes (del 24 de marzo, el día siguiente del magnicidio, al 21 de abril de ese infausto año), a razón promedio de 372 millones de dólares diarios.
B) El llamado “error de diciembre” (el día 21 del último mes de 1994) o, lo que es lo mismo, el banderazo de salida de la mayor (hasta ese momento) crisis económico-financiera en la historia reciente del país, le costó a los mexicanos 4 mil 543 millones de dólares en reservas internacionales, y si se considera el mes completo, el primero del gobierno zedillista, 6 mil 336 millones de billetes verdes (todos de las citadas reservas), lo que arroja un promedio diario de poco más de 204 millones, deglutidos todos ellos por las hordas especulativas. Por esas fechas, el tipo de cambio también “flotaba”, como ahora.
C) A razón promedio de 100 millones de dólares por minuto, el pasado viernes esas mismas hordas especulativas devoraron un total de 6 mil 400 millones de billetes verdes en poco más de una hora, todos ellos de las reservas internacionales acumuladas por el país. En los dos días previos, engulleron 2 mil 500 millones adicionales, para redondear 8 mil 900 millones en sólo tres días, o lo que es lo mismo más de 10 por ciento de dichas reservas evaporado en un abrir y cerrar de ojos, sin mayores resultados.
En los tres casos citados (que no son los únicos, pero sí representativos), el argumento oficial fue el mismo: utilizamos reservas internacionales para “inyectar confianza”, “fortalecer el tipo de cambio” y “corregir” el “nerviosismo coyuntural del mercado”, lo que ni de lejos logró ninguno de los gobiernos involucrados (Salinas, Zedillo y Calderón). En cambio, robustecieron a las hordas especulativas, desperdiciaron los dineros de la nación y tumbaron el tipo de cambio, lo que a su vez generó mayor desconfianza e inestabilidad.
Este breve ejercicio resulta práctico para todo aquel que asegura que los “catarritos” se curan con aspirinas, que en México no hay crisis, porque ésta “es externa”, y que aquí no pasa nada, porque la economía es tan sólida como un algodón de azúcar.
Pues bien, el asalto a la nación cometido el pasado viernes por las hordas especulativas tuvo un costo financiero proporcionalmente mucho mayor que el provocado por el magnicidio de Colosio y el que los mexicanos tuvieron que afrontar por el “error de diciembre” y sus secuelas en el primer mes del zedillato (obvio es que pagaron el sexenio completo, pero eso entra en la cuenta de 1995 en adelante).
Entonces, ¿de que tamaño será el “bache con agua” (Carstens dixit) que para cubrirlo en un primer intento –a todas luces fallido– se utilizaron más recursos, proporcionalmente, que en los otros dos horripilantes acontecimientos reseñados? Hoy se inicia la semana financiera, el ambiente está de mírame pero no me toques, y las hordas especulativas traen los colmillos perfectamente afilados. ¿Hasta dónde está dispuesto el gobierno calderonista a sacrificar reservas internacionales? ¿Cuántas más, para “calmar” a los barones de la especulación?
Mientras abren los mercados y reinician las hostilidades, va un paseo por los “efectos de la crisis estadunidense en la economía mexicana”, cortesía del Centro de Estudios de las Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados, que no considera la sacudida de octubre: a nivel mundial, pocas economías como la nuestra dependen tanto de la demanda de un sólo mercado, el del vecino del norte, al que vende casi 80 por ciento de las exportaciones, además de que gran parte de las industrias maquiladoras “nacionales” están estrechamente vinculadas con las de la frontera de Estados Unidos. Por lo anterior, el debilitamiento de la economía estadunidense ya comenzó a afectar el ritmo de crecimiento de la economía mexicana, aún cuando hasta ahora el impacto ha sido menor que el de las pasadas recesiones.
De acuerdo con la Cepal, la mexicana es la economía latinoamericana de más bajo nivel de crecimiento económico en 2008 y 2009. Si bien existe una correlación considerable entre las economías mexicana y estadunidense, en los últimos trimestres los ciclos de ambos países se han vuelto más estrechos, debido a la mayor relación comercial entre ambas naciones después del TLCAN, principalmente por medio del sector manufacturero de cada país.
Las fluctuaciones de la producción industrial de Estados Unidos afectan la demanda de bienes manufactureros originarios de México y, éstas a su vez, influyen en el ciclo económico mexicano. Así, el sector manufacturero nacional se encuentra estrechamente relacionado con las importaciones de Estados Unidos, en particular en las ramas de bienes de maquinaria y equipo para producción industrial y de las ramas que componen la industria automotriz.
De enero a julio de 2008, la actividad industrial en México muestra cierto debilitamiento al registrar un “crecimiento” acumulado de 0.9 por ciento anual, respecto al mismo periodo de 2007, que se explica por un “avance” de únicamente 0.8 por ciento en la industria de la construcción, 3.1 por ciento en la industria manufacturera y una caída acumulada de la producción minera de 7.8 por ciento anual. Es en la producción industrial donde más se refleja la desaceleración de la actividad económica, cayendo a una tasa de 0.2 por ciento anual en julio, siendo éste el tercer mes consecutivo de reducción. Se prevé que su caída sea de 1.2 por ciento anual y en 2009 de -1.0 por ciento, cifras inferiores a la caída de 1.8 por ciento en 2007.
El empleo en la industria de la transformación es el que más se ha visto afectado comparado con otros sectores. Desde el tercer trimestre de 2006 ha presentado una disminución gradual hasta registrar una caída de 0.8 por ciento y de 1.6 por ciento en el primer y segundo trimestres de 2008, respectivamente. En la industria de la construcción, el empleo también ha registrado un descenso constante, de una tasa de crecimiento anual de 12.2 por ciento en el tercer trimestre de 2006 pasó a un crecimiento de solamente 1.5 por ciento en el segundo trimestre de 2008, reflejando la desaceleración por la que atraviesa dicha industria.
Las rebanadas del pastel
Y ahora con ustedes, por si faltara algo en plena marejada política y económica, “los primeros dictámenes elaborados en comisiones sobre la reforma energética que, confío, ese mismo día (próximo martes) empezarán a ser aprobados por el pleno del Congreso” (Santiago Creel, el difuminado). Agárrense no más.
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