Félix Sautié Mederos
Mientras más complejos y adversos son los momentos y circunstancias que vivimos, más importante se hace la necesidad de no perder el rumbo ni la esperanza. Por experiencia propia comprendo lo que esto significaría y coincido que, en ocasiones, todo parece que se nos cierra y no atinamos a ver la luz en el horizonte. Esencialmente, también estoy de acuerdo con un escrito que hace unos días me envió un viejo compañero y amigo de siempre, en el cual reseñaba una intervención suya en Santo Domingo, República Dominicana, con motivo de la celebración del 10 Octubre, inicio de las guerras de liberación en Cuba en 1868; muy especialmente, concuerdo con un concepto suyo en mi opinión lapidario: "Aquí radica el verdadero valor de la Historia: no olvidar para no perder el rumbo; para no perder la esperanza" (Iván Pérez Carrión). Cuando perdemos el rumbo, se resiente nuestra fe y la esperanza puede desvanecerse. Sobre todo, cuando las adversidades y los estancamientos persisten en el tiempo y se manifiestan en una cadena que se nos hace interminable. Es lógico que así ocurra cuando, además, las coyunturas se desbordan de hechos que nos dañan y nos amenazan. Hay fuerzas del mal que se sitúan por encima de los límites del tiempo, hay quienes no comprenden que lo que acaece en la vida se enmarca dentro de los espacios de un tiempo que no es infinito para esas circunstancias ni mucho menos para las personas que así piensan, porque todo está en movimiento hacia el futuro, los seres humanos nacemos, crecemos y morimos inexorablemente. Otros consideran que los marcos de referencia en que se desenvuelven son determinados únicamente por lo establecido que se hace inamovible, porque siempre ha sido así, o porque se fundamenta en condicionamientos que sobrepasan lo que es temporal. Estas podrían ser concepciones muy peligrosas que nunca deberíamos permitir que se adueñaran de nuestras conciencias, porque el vacío de vida que por sus esencias propias podría embargarnos y frenar nuestra voluntad para seguir adelante, dañaría sensiblemente nuestra convicción sobre la importancia del movimiento y del cambio como dinámicas esenciales que dan salud y alegría a la existencia. La vida es un don y un derecho inalienable que nadie debería menoscabar y el disfrute de ese don depende mucho de nuestra voluntad de ejercerlo, de no entregarlo nunca y de defenderlo con todas las fuerzas que nos sean posibles. De ahí la importancia de no perder el rumbo de nuestras acciones, de nuestro quehacer diario por muy sencillo o pequeño que nos pudiera parecer. Yo soy de los que creen que no hay nada que por ser muy pequeño pudiera considerarse despreciable; por lo general lo que es grande, lo que podría competir con la trascendencia nace de lo que, por cotidiano y por cercano, se nos hace pequeño, sobre todo en un medio en el que se predica y se habla sólo de heroicidades que rompen con el transcurrir de un día tras otro. Esto que les escribo lo considero muy importante, porque tiene mucho que ver con la participación de todos como fórmula base para las grandes soluciones sociales que necesitamos en el mundo y en Cuba. Aquí es donde la necesidad del diálogo no debería ser ahogada con la justificación de lo difícil del momento, porque al contrario es cuando más se necesita que no se pierda el rumbo y que la esperanza reviva por encima de los avatares que se nos presentan.
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