24 noviembre 2008
México ha visto un incremento dramático de violencia social, los menores lo viven sin ser escuchados
Adriana, de 12 años, afirmó categórica: “No me gusta que me pregunten qué voy a hacer cuando sea grande, porque me da pesadilla pensar que el país siga igual de mal y me vaya de aquí”. La mayoría de los lectores estarán de acuerdo en que cuando teníamos esa edad nuestras preocupaciones no se centraron nunca en la posibilidad de un secuestro, de un asesinato ni de que el vecindario cayera en manos del crimen organizado.
Estábamos en un auditorio con casi 200 niños y niñas de 12 y 13 años, para hablar sobre el impacto de la violencia contra las personas y el ambiente. El equipo del Fondo Internacional para la Protección de los Animales y su Hábitat (IFAW) habló sobre animales marinos y calentamiento global. A mí me tocó hablar sobre el dolor que la violencia ejercida por los humanos inflige en las personas y su entorno. Así que decidí preguntar a las y los preadolescentes quiénes sabían que en el país se está viviendo una guerra. Todas y todos levantaron la mano vigorosamente. Hablamos sobre el miedo latente y concreto que sienten todos los días al pensar que la violencia asuele sus barrios.
México ha visto un incremento dramático de violencia social, las niñas y los niños lo viven sin ser escuchados, sin que se les pregunte cómo se sienten. Cuando les pregunté ¿quién siente miedo? Todas las manos núbiles se levantaron a la vez. Nos tomó el resto de la jornada entender que reconocer que nuestra propia capacidad de ejercer violencia es el primer paso para una vida sin miedo.
Suecia es la democracia funcional más reconocida del mundo por sus niveles de vida, de educación y civilidad. Sin embargo tiene dos problemas fundamentales de seguridad pública y justicia: la violencia contra las mujeres en el ámbito doméstico, y el abuso sexual infantil. El número de refugios para mujeres maltratadas es mayor al de España. La reina Silvia de Suecia fundó una organización contra la explotación sexual de menores.
Durante décadas los movimientos de mujeres han demostrado que construir una democracia sin transformar los principios y valores de la desigualdad entre hombres y mujeres, es construir una mansión sobre un pantano; eventualmente se hundirá ante los ojos del mundo. Las niñas y los niños de este maravilloso encuentro lograron comprender que la inequidad que genera tanta violencia se vincula directamente con el machismo.
Miguel, de 12 años, me dijo que él intenta ser un hombre diferente a los otros niños. No le gustan ni la violencia ni las trampas, pero si no se integra, es un paria social. Prefiere ser despreciado que jugar el juego; el problema es que no son los parias sino los líderes quienes transforman a las sociedades. Y nuestros líderes validan la democracia haciendo la guerra y nutriendo la corrupción.
Nuevamente se acerca el 25 de noviembre, día mundial contra la violencia hacia mujeres. Los medios durante un día se mostrarán preocupados por el tema, el resto del año hablarán sobre política, esa política que pretende crear una democracia funcional pero que se niega a la transformación estructural educativa. Esa transformación requiere urgentemente de un movimiento de masculinidad no violenta, de hombres que erradiquen la violencia que ejercen contra mujeres, niñas, niños y contra ellos mismos. Aquí y en Suecia sin mujeres y menores libres de violencia no hay democracia.
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