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Sumario:
I. La bancarización de la política social, por Laura Itzel Castillo
II. ¿Está por llegar lo peor de la crisis?, por Leonardo Boff
III. No aman la vida, por Leonardo Boff
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LA BANCARIZACIÓN DE LA POLÍTICA SOCIAL
por Laura Itzel Castillo
(publicado en El Gráfico el 3 de diciembre de 2008)
En marzo de 2002, Miloon Kothari, entonces relator de la ONU en materia de derechos económicos, sociales y culturales, visitó por vez primera México. En esa ocasión tuve la oportunidad de conocerlo siendo la secretaria de Desarrollo Urbano y Vivienda del GDF.
Posteriormente, este personaje originario de la India regresó a nuestro país en el 2003 para llevar a cabo la Consulta Regional sobre Mujer y Vivienda Adecuada, con la participación de 14 países de Latinoamérica. El año pasado, poco antes de dejar el cargo, participó en un encuentro no oficial con organizaciones sociales en nuestro país sobre el mismo tema: el derecho a la vivienda adecuada.
Hace unas semanas que la oficina de la Coordinación Regional para América Latina de la Coalición Internacional para el Hábitat (HIC-AL) presentó un documento donde se recoge la participación de una veintena de expositores de distintos estados de la República, donde se concluye que las recomendaciones hechas por el relator de la ONU, a un lustro de su primera visita, no se han cumplido.
Un tema que destaca en el informe de HIC es el relacionado con los acreditados de los programas sociales o bancarios, es decir, el de los deudores hipotecarios. En especial resalta el caso del Infonavit, institución que ha bancarizado su política social y que a partir de la bursatilización de su cartera ha ocasionado la quiebra de miles de créditos, con el consecuente desalojo de las familias trabajadoras.
El pasado 12 de noviembre el diputado local Ramón Jiménez López promovió en el pleno de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal un punto de acuerdo, aprobado por unanimidad, donde este órgano legislativo se pronuncia contra los desalojos y exhorta al Infonavit a que cese el hostigamiento extrajudicial contra los trabajadores y se den opciones administrativas y legales que respeten sus derechos de seguridad y previsión social. En él se plantean cuatro acciones concretas: un programa de reestructuración de créditos, la suspensión definitiva de los desalojos, rescindir los contratos a los despachos de cobranza que violan la normatividad y los derechos humanos y ofrecer a los acreditados la opción de readquirir sus viviendas bajo las mismas condiciones en que les fueron vendidas a las recuperadoras de deuda (al 15% del valor, aproximadamente).
El próximo miércoles se realizarán acciones de lucha y de protesta en distintas partes del mundo para conmemorar el 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En ese marco, el Consejo de Defensa de la Vivienda (CDV) convoca a la posada-mitin de fin de año para denunciar los abusos de las empresas recuperadoras de crédito. La cita es en Reforma 404, cerca de la glorieta de la Diana, el miércoles 10 de diciembre, a las 10 de la mañana.
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¿ESTÁ POR LLEGAR LO PEOR DE LA CRISIS?
por Leonardo Boff
(difundida el 28 de noviembre de 2008)
En un artículo anterior, afirmábamos que la crisis actual más que económico-financiera es una crisis de humanidad. Se han visto afectados los cimientos que sustentan la sociabilidad humana —la confianza, la verdad y la cooperación—, destruidos por la voracidad del capital. Sin ellos es imposible la política y la economía. Irrumpe la barbarie.
Queremos presentar esta reflexión de sentido filosófico inspirados en dos notables pensadores: Karl Marx y Max Horkheimer. Este último fue prominente figura de la escuela de Frankfurt, al lado de Adorno y Habermas. Antes incluso del final de la guerra, en 1944, tuvo el valor de decir en unas conferencias en la Universidad de Columbia (USA), publicadas bajo el título Eclipse de la razón, que la victoria inminente de los aliados iba a servir de poco.
El motivo principal que había generado la guerra seguía estando activo en el núcleo de la cultura dominante. Era el secuestro de la razón para el mundo de la técnica y de la producción, por lo tanto, para el mundo de los medios, olvidando totalmente la discusión sobre los fines. Es decir, el ser humano ya no se preguntaba por un sentido más alto de la vida. Vivir es producir sin fin y consumir todo lo que se pueda. Es un propósito meramente material, sin ninguna grandeza. La razón fue usada para hacer operativa esta voracidad. Al someterse, se oscureció, dejando de hacerse las preguntas que siempre había planteado: ¿qué sentido tiene la vida y el universo, cuál es nuestro lugar? Sin respuestas a estas preguntas, sólo nos queda la voluntad de poder que lleva a la guerra como en la Europa de Hitler.
Algo semejante decía Marx en el tercer libro de El Capital. En él deja claro que el punto de partida y de llegada del capital es el propio capital en su voluntad ilimitada de acumulación. Su objetivo es el aumento sin fin de la producción, para la producción y por la propia producción, asociada al consumo, con vistas al desarrollo de todas las fuerzas productivas. Es el imperio de los medios sin discutir los fines ni cuál es el sentido de este proceso delirante. Son los fines humanitarios los que sostienen la sociedad y dan propósito a la vida. Bien lo ha expresado nuestro economista-pensador Celso Furtado: “El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar el eje de la lógica de los medios al servicio de la acumulación, en un corto horizonte de tiempo, hacia una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos” (Brasil: a construção interrompida, 1993, 76).
No fue eso lo que los ideólogos del neoliberalismo, de la desregulación de la economía y del laissez-faire de los mercados nos aconsejaron. Ellos mintieron a toda la humanidad prometiéndole el mejor de los mundos. No existían alternativas a esa vía, decían. Todo eso ha sido ahora desenmascarado, generando una crisis que va a ser aún peor.
La razón de ello reside en el hecho de que la crisis actual se ha establecido en el seno de otras crisis todavía más graves: la del calentamiento planetario, que va a tener dimensiones catastróficas para millones de seres humanos, y la de la insostenibilidad de la Tierra como consecuencia de la virulencia productivista y consumista. Necesitamos un tercio más de Tierra, es decir, la Tierra ya ha sobrepasado 30% de su capacidad de reposición. No aguanta más el crecimiento de la producción y del consumo actuales, como propone cada país. Y va a defenderse produciendo caos, no creativo sino destructivo.
Aquí se sitúa el límite del capital: en el límite de la Tierra. Eso no existía en la crisis de 1929. Se daba por descontado la capacidad de soporte de la Tierra. Hoy no: si no salvamos la sostenibilidad de la Tierra, no habrá base para el proyecto del capital en su propósito de crecimiento. Después de haber vuelto precario el trabajo, sustituyéndolo por la máquina, ahora está liquidando la naturaleza.
Estas consideraciones raramente aparecen en el debate actual. Predomina el tema de la extensión de la crisis, de los índices da recesión y del nivel de desempleo. En este campo, los peores consejeros son los economistas, especialmente los ministros de Hacienda. Ellos son rehenes de un tipo de razón que los ciega para estas cuestiones vitales. Hay que oír a los pensadores y a los que aman la vida y cuidan de la Tierra.
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NO AMAN LA VIDA
por Leonardo Boff
(difundida el 5 de diciembre de 2008)
La búsqueda de una salida para la crisis económico-financiera mundial está rodeada de peligros. El primero es que los países ricos busquen soluciones que resuelvan sus problemas, olvidando el carácter interdependiente de todas las economías. La inclusión de los países emergentes significó poco, pues sus propuestas fueron escasamente tendidas en cuenta. Siguió prevaleciendo la lógica neoliberal, que asegura la parte leonina a los ricos.
El segundo peligro es perder de vista las demás crisis: la ecológica, la climática, la energética y la alimentaria. Concentrarse solamente en la cuestión económica sin considerar las otras es jugar con la insostenibilidad, a medio plazo. Cabe recordar lo que dice la Carta de la Tierra: “nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interligados, y juntos podemos forjar soluciones incluyentes” (Preámbulo).
El tercer peligro, más grave, consiste en mejorar sólo las reglas existentes en vez de buscar alternativas, con la ilusión de que el viejo paradigma neoliberal tenga todavía la capacidad de volver creativo el caos actual.
El problema no es la Tierra. Ella puede continuar sin nosotros, y continuará. La magna quaestio, la cuestión magna, es el ser humano, voraz e irresponsable, que ama más la muerte que la vida, más el lucro que la cooperación, más su bienestar individual que el bien general de toda la comunidad de vida. Si los responsables de las decisiones globales no consideran la inter-retro-dependencia de todas estas cuestiones y no forjan una coalición de fuerzas capaz de equilibrarlas, entonces sí estaremos literalmente perdidos.
En realidad, si hubiera un mínimo de buen sentido, la solución del cataclismo económico y de los principales problemas infraestructurales de la humanidad se podría encontrar. Bastaría proceder a un desarme amplio y general, ya que no existen enfrentamientos entre potencias militares. La construcción de armas, propiciada por el complejo industrial-militar, es la segunda mayor fuente de lucro del capital. El presupuesto militar mundial es del orden de un billón cien mil millones de dólares/año. Sólo en Irak se han gastado ya dos billones de dólares. Para este año, el gobierno estadounidense comprometió un gasto de armas por valor de un billón y medio de dólares.
Estudios de organismos de paz revelaron que con 24 mil millones dólares/año —apenas 2.6% del presupuesto militar total— se podría reducir a la mitad el hambre del mundo. Con 12 mil millones —1.3% del referido presupuesto— se podría asegurar la salud reproductiva de todas las mujeres de la Tierra.
Con gran valentía, el actual presidente de la Asamblea de la ONU, el padre nicaragüense Miguel d’Escoto, denunciaba en su discurso inaugural de mediados de octubre: existen aproximadamente 31 000 ojivas nucleares en depósitos, 13 000 distribuidas en varios lugares del mundo y 4 600 en estado de alerta máxima, es decir, listas para ser lanzadas en pocos minutos. La fuerza destructora de estas armas es aproximadamente de 5 000 megatones, fuerza destructiva 200 000 veces mayor que la bomba lanzada sobre Hiroshima. Sumadas a las armas químicas y biológicas, se puede destruir de 25 formas diferentes toda la especie humana. Postular el desarme no es ingenuidad, es ser racional y garantizar la vida que ama la vida y que huye de la muerte. Aquí se ama la muerte.
Sólo este hecho muestra que la humanidad está formada en gran parte por gente irracional, violenta, obtusa, enemiga de la vida y de sí misma. La naturaleza de la guerra moderna ha cambiado sustancialmente. Antaño “moría quien iba a la guerra”. Ahora no, las principales víctimas son civiles. De cada 100 muertos en guerra, 7 son soldados y 93 son civiles, 34 de los cuales niños. En la guerra de Irak han muerto ya 650 00 civiles y solamente unos 3 000 soldados aliados.
Hoy presenciamos algo absolutamente inédito y de extrema irracionalidad: la guerra contra la Tierra. Siempre se hacían guerras entre ejércitos, pueblos y naciones. Ahora, todos unidos, hacemos la guerra contra Gaia: no dejamos un momento de agredirla y explotarla hasta derramar toda su sangre. Y todavía invocamos la legitimación divina para nuestro crimen, pues cumplimos el mandato: “multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla” (Gn 1,28).
Haciéndolo así, ¿hacia dónde vamos? No hacia el reino de la vida.
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