Estaban los banqueros concentrados en su juego favorito, el monopolio expoliador, cuando una mosca zumbona, vestida de Senado de la República, momentáneamente distrajo su atención: “¿qué quieres bicho?”, preguntaron los barones: “jugar a las mentiritas, yo hago como que los asusto con frenar las tasas de interés y ustedes como que se asustan”, explicó el insecto, y los siempre serios señores del dinero le respondieron: “evitemos las tentaciones de controlar variables que deben responder al libre comportamiento del mercado; controlar las tasas de interés y comisiones no es la forma más prudente de proteger a los usuarios de los servicios financieros”, y volvieron a lo suyo, la usura.
¡Ah, las fábulas!, qué bonitas son. Lamentablemente la citada no es una de ellas. Por el contrario, forma parte de la cruel realidad mexicana, en la que los indefensos usuarios de los servicios bancarios son permanentemente esquilmados por los barones del dinero sin que nadie –más allá de una que otra campañita mediática, como la más reciente, del Senado de la República– se atreva a meterlos en cintura.
Si se atiende lo dicho por los banqueros (en voz de los presidentes de BBVA-Bancomer, Ignacio Deschamps, y de la Asociación de Bancos de (en) México, Enrique Castillo Sánchez Mejorada), entonces “lo más prudente” para “proteger a los usuarios de los servicios financieros” es incrementar a paso redoblado el costo anual total (CAT: tasa de interés, más otras menudencias que se le cobran al cliente) de, por ejemplo, las tarjetas de crédito, cuya cartera vencida crece a paso veloz.
Que debe ser el mercado el que “regule” las tasas de interés, dicen los barones del dinero. Pues bien, según esa versión, a mayor número de tarjetahabientes, menores tasas de interés, a mayor consumo, menor precio. Sin embargo, en el caso de la banca que opera en México la ecuación es distinta: a mayor consumo, mayores precios; a mayor número de usuarios, mayores tasas de interés, hasta llevarlas a niveles de agio, ergo, “evitemos las tentaciones de controlar variables que deben responder al libre comportamiento del mercado” (Deschamps dixit).
Así, siempre bajo la lectura de los banqueros, a los usuarios del dinero plástico se les “protege” con un CAT que a noviembre pasado en algunos casos llegó a 113 por ciento, una proporción similar a la inflación oficial acumulada en México a lo largo de 11 años y dos meses (agosto de 1997-octubre de 2008). Si esa es la mejor “protección” garantizada por la banca que opera en el país, ¿cuál, entonces, es la peor?
De acuerdo con las cifras de la Condusef, de noviembre de 2007 a igual mes de 2008 los bancos emisores de tarjetas de crédito aumentaron el mencionado CAT a niveles de saqueo. El premio al mayor agiotista entre los agiotistas se lo llevó Invex (una casa de bolsa que devino grupo financiero, presidido por Juan Bautista Guichard Michel), cuya tarjeta de crédito reconoce un costo anual total de 113.4 por ciento, un aumento de 52.4 por ciento en el citado periodo. Así, sus usuarios deben pagar un promedio mensual de 9.45 puntos porcentuales.
No muy lejos de Invex se encuentra Santander, banco español que para “proteger” a su clientela de tarjeta de crédito (“clásica”) le carga (noviembre de 2008) un CAT de 100.99 por ciento, una proporción equiparable a la inflación oficial acumulada en México a lo largo de una década y nueve meses (enero de 1998-octubre de 2008). De noviembre de 2007 a igual mes de 2008 este indicador se incrementó poco más de 79 por ciento (casi 45 puntos porcentuales).
En tercera posición aparece Bancomer, otro banco español, cuyo presidente exige “evitar tentaciones de controlar variables que deben responder al libre comportamiento del mercado” (como las tasas de interés). Pues bien, en su plástico “azul” la institución clava a sus usuarios un CAT de 80.76 por ciento, contra 56.2 por ciento en noviembre de 2007. Dicho CAT equivale a la inflación oficial acumulada en México de octubre de 1998 a igual mes de 2008.
A Banamex eso de “proteger” a los usuarios también se le da muy bien. Al cierre de noviembre pasado, el CAT de su tarjeta de crédito “clásica” (la de mayor colocación entre el segmento poblacional de menores recursos, al igual que en otros bancos) llegó a 77.02 por ciento, casi 20 puntos porcentuales más (35 por ciento de incremento) que un año atrás. Así, esta institución en un sólo mes carga a su clientela la inflación oficial anual, lo que sin duda es una excelente forma de “protección”.
Muy cerca se encuentra la institución estadunidense American Express con su tarjeta “verde”: 74.03 por ciento de CAT al cierre de noviembre pasado, un incremento de 31 por ciento con respecto a igual mes, pero de 2007. Esa proporción equivale a la inflación oficial acumulada en México de noviembre de 1998 a octubre de 2008; toda ella cargada a la clientela en un solo año.
Los británicos del HSBC rápidamente aprendieron el truco: 71.11 por ciento de CAT en noviembre de 2008, 23 por ciento más que un año antes, o lo que es lo mismo, la inflación oficial acumulada en México de diciembre de 1998 a octubre de 2008.
Los plásticos (versión “clásica”) de Banorte, Scotiabank e Inbursa aparecen, de acuerdo con la estadística de la Condusef, como los “menos caros” del mercado en el país, con CAT de 65.51, 60.4 y 50.72 por ciento, respectivamente. Sin embargo, si se recuerda que la inflación anual en 2008 será de poco más de 6 por ciento, entonces el diferencial es por demás elevado. Por lo que toca a la banca extranjera, si se comparan las tasas que cobran aquí con las que aplican en sus países de origen, entonces la diferencia aparte de ser abismal es de lesa progenitora.
Los barones del dinero se pronuncian a favor de que nadie regule; que nadie meta la mano: “que las tasas de interés fluctúen por la libre competencia”, dice el dirigente gremial, en un país en el que cinco bancos acaparan 80 por ciento del mercado. Así, entre “tentaciones” y “libre competencia”, la banca privada se mantiene como el lujo más oneroso para el país.
Las rebanadas del pastel
De vena chistoretera anda la “continuidad”: a) con la mayor tasa de desempleo en un lustro y el poder adquisitivo carcomido, el inquilino de Los Pinos asegura que su “gobierno velará por el empleo y el ingreso de los mexicanos”; b) “no estamos en recesión”, aclara la Secretaría de Hacienda: sólo nos desmoronamos; c) “la volatilidad en el tipo de cambio peso-dólar fue neutralizada gracias a la intervención del Banco de México”, asegura el secretario de Hacienda, Agustín Carstens (la “volatilidad” se llama devaluación y de octubre a la fecha ha sido de 23 por ciento).
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