Robert Fisk
Hubiera sido útil que Obama tuviera el valor para hablar de lo que está hablando todo Medio Oriente. No, no se trata del retiro estadunidense de Irak. Eso ya lo sabían y ya esperaban también el principio del fin de Guantánamo. El nombramiento de George Mitchell como enviado a la región era lo que menos se esperaba. Desde luego, Obama hizo referencia a la “matanza de inocentes”, pero no eran ésos los mismos “inocentes” que los árabes tenían en mente.
Hubo una llamada para Mahmoud Abbas. Tal vez Obama piensa que habló con el líder de los palestinos, pero como todos los árabes saben, excepto quizás Abbas, él es el presidente de un gobierno fantasma, un casi cadáver político al que mantienen vivo a base de las transfusiones sanguíneas de apoyo internacional y la “completa alianza” que Obama al parecer le ofreció; no importa qué quiso decir exactamente con “completa”. A nadie sorprendió que Obama hiciera la obligatoria llamada a los israelíes.
Pero para la gente de Medio Oriente, la ausencia de la palabra “Gaza”, al igual que su omisión de “Israel” fue una sombra que oscureció su toma de posesión. ¿No le importa el tema? ¿Le dio miedo? ¿El joven que escribe sus discursos no se imaginó que al hablar de los derechos de los negros –y recordar que hace 60 años los restaurantes no le servían a un hombre negro– haría que las mentes árabes se remitieran en el destino de un pueblo que ganó el derecho al voto hace sólo tres años, sólo para ser castigados por votar por la gente equivocada? No se trata sólo del elefante en la tienda de porcelana. Es, sencillamente, la enorme pila de cadáveres que yace en el piso de dicha tienda.
Claro, es fácil ser cínico. La retórica árabe tiene algo en común con las frases hechas de Obama: “Trabajo duro y honestidad, valentía y obediencia a las reglas... lealtad y patriotismo”.
Pero no importa qué tanta distancia el nuevo presidente ponga entre sí mismo y el despiadado régimen al que él remplazó, el 11 de septiembre aún cubre Nueva York como una nube. Por lo tanto, tuvimos que recordar “el valor de los bomberos que subieron escaleras llenas de humo”.
Claro, para los árabes decir que “nuestra nación está en guerra con una amplia red de violencia y odio” fue bushismo puro. La única referencia al “terror”, la palabra de intimidación por excelencia tanto de Bush como de Israel ya fue un signo alarmante de que la Casa Blanca todavía no entiende el mensaje.
Así escuchamos a Obama, cuando hablaba, aparentemente, de grupos islamitas como el talibán que está “asesinando a inocentes” pero que “no pueden durar más que nosotros”.
En cuanto al discurso sobre aquellos que son corruptos y “acallan el desacuerdo”, en una probable alusión al gobierno iraní, la mayoría de los árabes más bien asociarán dicho hábito con el presidente de Egipto, Hosni Mubarak (quien desde luego también recibió telefonema de Obama), o con el rey Abdullah de Arabia Saudita y el resto de los autócratas decapitadores que supuestamente son los amigos de Estados Unidos en Medio Oriente.
Hanan Ashrawi tenía razón. Los cambios en Medio Oriente –justicia para los palestinos, seguridad tanto para ellos como para los israelíes, el fin de la construcción ilegal de asentamientos exclusivamente judíos en tierras árabes, el fin de la violencia, no sólo de estilo árabe– tenía que ser “inmediato”. Pero si el cortés nombramiento de George Mitchell tenía la intención de satisfacer esta exigencia, la toma de posesión recibió una calificación de cuando mucho un ocho, en lo tocante a Medio Oriente.
El amistoso mensaje hacia los musulmanes, “un nuevo camino hacia delante, basado en intereses y respeto mutuos”, sencillamente no parece estar prestando atención a las imágenes sangrientas de la franja de Gaza que el mundo ha visto con indignación. Por supuesto que el mundo se regocija de que el espantoso Bush se haya ido y Guantánamo desaparecerá. Pero, ¿serán castigados los torturadores de Bush y Rumsfeld? ¿O se les ascenderá sigilosamente a un empleo en que no tengan que utilizar agua, bolsas de tela y escuchar a hombres gritando?
Claro, hay que darle la oportunidad al hombre. Quizá George Mitchell hablará con Hamas –él es el más adecuado si sólo se trata de intentar–, pero, ¿qué van a decir de eso antiguos fracasados como Denis Ross, Rahm Emanuel y, desde luego, Robert Gates y Hillary Clinton?
La toma de posesión fue más un sermón que una inauguración. Hasta los palestinos en Damasco se percataron de la omisión de Palestina e Israel. Eran temas demasiados candentes en ese gélido día en Washington, cuando Obama ni siquiera llevaba guantes.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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