lunes, febrero 09, 2009

Tronó

Jacobo Zabludovsky

Con acento en la segunda o, para que no se confunda con trono, aunque entre el tronó y el trono se escribe la historia de la semana pasada en México.
Una semana trágica para los factores sustantivos de nuestra vida. En la cavilación previa a la escritura de este Bucareli, al buscar tema, había decidido olvidarme de las pesadumbres que nos tienen hasta la coronilla. Hice algunos apuntes a lápiz, dispersos, inconexos, en la servilleta de un café, un esqueleto de alambre para vestirlo después. Los reproduzco sin afeites.
“Un accidente en la calle. Una vecina llega a cubrir el cuerpo del desconocido con la única sábana de su casa.
Un joven sin dinero con buenas calificaciones quiere seguir estudiando. Hay una institución que lo beca y lo admite.
Un anciano indigente requiere de atención médica. Una clínica gratuita se ocupa de él.
Cuando la ineptitud y la corrupción parecen haberse apropiado del México contemporáneo, persiste un sentido humano de la convivencia que se niega a desaparecer. Sobreviven sistemas, organismos y tradiciones donde la cultura y los valores se fortalecen contra una corriente de mediocridad que ha destruido cualidades que nos hacían mejores y distintos.
Cansado de cantar loas a Stalin, la lucha de clases y la construcción del socialismo, ese gran poeta que fue Pablo Neruda ansiaba soñar metáforas salidas sólo de su corazón. Poemas a Matilde. No soy Neruda ni puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero sí alejarme hoy de la crítica de hechos que lejos de resolver problemas los complican y crean nuevos cuyas consecuencias pagamos todos los mexicanos.
Hay otra cara de México, vale reconocerlo: la del estímulo al pensamiento, al desarrollo de las ideas, la del apoyo a los creadores, artistas, escritores, la del camino que nos ofrece salidas en medio del extravío y la confusión. Es, por ejemplo, el México de las lenguas indígenas, de la pluralidad de culturas antiguas que se niegan a desaparecer porque intuyen que la lengua es su primera y única patria que aún les queda. A pesar de las agresiones, la peor de ellas la indiferencia, esos pueblos viven, victoria de los vencidos, con todo el aroma, color y sonido de su flor y canto.
Son pueblos que mantienen sus estructuras, ferias, mitos y ritos sagrados. Sociedades pequeñas que saben más de fraternidad que de política. Grupos que desde hace cinco siglos viven en peligro de extinción, hoy inminente por el avance de eso que algunos llaman civilización. Lo que el Estado no les da lo han tomado de su solidaridad interna. Y a ella se acogen, ejemplo de minoría discriminada. Desde la sustitución de sus ídolos nadie se ocupa de ellos, si no es para hacerlos esclavos”.
Por ahí iba la cosa y seguirían la UNAM, la Academia Mexicana de la Lengua, El Colegio de México como temas alentadores de ese México del que me gustaría hablar siempre. Pero la semana pasada no fue una semana cualquiera. Dos acontecimientos la hacen memorable, imposible de ignorar o darle la vuelta como una página cualquiera de la agenda: el asesinato de un general por el narcotráfico o por otro brazo del crimen organizado, y el derrumbe del peso frente al dólar. Son como batallas aisladas que definen una guerra: Austerlitz, la victoria; Waterloo, la derrota.
El general Mauro Enrique Tello Quiñónez es uno entre 60 y tantos militares muertos por la delincuencia en este sexenio que comenzó, nadie lo olvida, con una declaración de guerra que tuvo más del clarín que convoca al combate que los efectos del sonoro rugir del cañón. Ni en Colombia, en sus peores días, mataron a un general después de torturarlo con paciencia inquisitorial.
La caída de la moneda aporta a la convulsión mundial la evidencia de nuestra crisis económica interna y propia. Es dramática en un país que importa 40% de la gasolina y otro tanto de sus alimentos. Pagamos en dólares las medias suelas y los tamales. Cada semana echan a la calle a miles de trabajadores. Después de una semana entera en Davos, séptimo día incluido, se anuncia en Los Pinos que la luz empezará a verse dentro de un año si perversos catastrofistas profetas del desastre no lo impiden.
El tronó del título equivale a quiebra, pérdida, ruina, destrozo o fracaso. También a ruido de un cohete al estallar, estrépito sin daño. Tronido. Sonido. Aquí no ha pasado nada. Cuidado:
“Se puede opinar distinto pero no atentar contra el Estado”. Piense tres veces antes de escoger la calificación justa. Desde antier una rayita mínima, un acento, puede convertir opinión en atentado.
Como en trono y tronó.

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