Pedro Miguel
Entre finales del año pasado y el arranque del presente, mientras las fuerzas armadas de Israel masacraban a miles de civiles indefensos en la franja de Gaza, había que leer, en la prensa nacional e internacional, doctas opiniones según las cuales la culpa de todo la tenían los propios palestinos, ya porque fueran terroristas o porque eligieron, en comicios democráticos, a una autoridad terrorista, o bien porque se dejaban usar por los terroristas como escudos humanos. Y decían, a coro con los órganos de propaganda del régimen de Tel Aviv: en su misión estrictamente defensiva, los soldados israelíes procuraban minimizar las bajas humanas pero, por desgracia, los fanáticos fundamentalistas estaban tan mezclados con sus propias familias que resultaba imposible no provocar una que otra muerte colateral, por más que una que otra significara, en el contexto de la operación Plomo Fundido, algo así como las tres cuartas partes de los fallecimientos totales. Pensar y escribir algo distinto (por ejemplo, que la incursión era en realidad una agresión genocida y racista de exterminio deliberado) constituía una clara expresión calumniosa de judeofobia y de antisemitismo, y quienes se refirieran a las acciones del Estado de Israel como crímenes de guerra, de seguro eran nazis.
La semana pasada, sin embargo, Haaretz dio a conocer testimonios de algunos soldados israelíes que participaron en la incursión y que dijeron haber recibido órdenes de disparar contra civiles desarmados y directivas que llevaron al asesinato de ancianos, mujeres y niños palestinos; dio cuenta, asimismo, de la noción, transmitida a las tropas por los mandos militares, de que las vidas de los palestinos son mucho, pero mucho menos importantes que las de nuestros propios soldados.
A la luz de tales revelaciones, el ministro de Defensa de Tel Aviv, Ehud Barak, saltó de su asiento para exclamar que el de Israel es el ejército más moral del mundo y que los incidentes relatados serán examinados uno por uno. Ajá: si alguien se tomara la molestia de indagar los asesinatos de civiles en Cisjordania y Gaza a manos de las fuerzas agresoras, las cárceles de Israel tendrían que estar llenas de militares israelíes.
Ahora, los avezados opinadores que hace un par de meses se indignaban por la judeofobia de los críticos de la agresión militar podrían aducir que los soldados que decidieron contar una pequeñísima parte de las atrocidades entonces cometidas son, en realidad, enemigos de Israel; que esos muchachos que fueron a defender a su país de los ataques con misiles resultaron ser propagadores de la calumnia urdida por los propios terroristas de Hamas; que son antisemitas; que son nazis.
Pero no lo harán. Olvidarán el episodio, escribirán textos sobre historia, cultura y otros temas y voltearán la espalda ante la obscena mentira orwelliana (cuando escribió 1984, George Orwell tenía en mente a Goebbels y a los aparatos de propaganda del estalinismo) de que el ejército de Israel es el más moral del mundo. En cuanto a la política de exterminio y de limpieza étnica impulsada por Tel Aviv en Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, no volverán a recordar esos asuntos por un largo tiempo, a menos que en un caso de emergencia –un nuevo crimen de guerra que deba ser solapado– se requiera de sus servicios.
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