Julio Pimentel Ramírez
Este día nos amanecemos con la información de que el G20 (que incluye a las grandes potencias mundiales al que se sumaron países en desarrollo como Brasil, Argentina y México) acordó una serie de medidas que causaron euforia en los mercados y en un amplio sector de la opinión pública y entre analistas del acontecer financiero mundial.
No es para menos: se pone a disposición de los países menos desarrollados una línea de crédito de hasta un billón de dólares (un millón de millones del decaído billete verde que al parecer vive sus últimos años de ser utilizado como divisa internacional de referencia); se toman medidas que regulan el comportamiento de los mercados financieros, incluyendo reglas que fijan los ingresos de los banqueros-especuladores y se asumen compromisos en el sentido de relanzar las negociaciones para liberar el comercio internacional.
Incluso se asegura que este es el fin del Consenso de Washington, es decir, en otros términos, del neoliberalismo y sus políticas voraces que hundieron al mundo en la actual crisis que, más allá de los índices bursátiles que muestran las caídas y alzas de las bolsas que hoy amanecieron “eufóricas”, se traduce ya en un alto costo social que repercute en la clase media de los países ricos y en amplias capas sociales de las economías “emergentes” y en las naciones pobres.
Sin duda que estas medidas son positivas dada las dimensiones de la debacle económica internacional, pero no deja de llamar la atención que los enormes recursos financieros se ponen en manos del Fondo Monetario Internacional (FMI), uno de los artífices de las directrices neoliberales que sometieron a nuestras economías a terribles planes de “rescate” en las pasadas crisis capitalistas, por más que se diga que se modificarán sus reglas de funcionamiento.
En todo caso cabe destacar que en Londres no se planteó con claridad el objetivo de estas reformas, por lo que si bien tarde o temprano el mundo saldrá de esta caótica situación quedan incólumes las condiciones que en el futuro llevarán al capitalismo a una nueva y más profunda crisis que no será únicamente financiera sino que dado su carácter integral se reflejará en el ámbito ecológico (energía, agua, contaminación, etc.).
Los reunidos en la capital del reino británico, líderes de Estado y uno que otro colado, como el ilegítimo Felipe Calderón que lejos del liderazgo con el que sueñan los gobernantes mexicanos de lo único que puede “presumir” es de que consiguió un “prestamote” para un país con una economía “sólida”, suponen que lo que causó la crisis no fueron las contradicciones inherentes al sistema capitalista sino aquella “exuberante irracionalidad de los mercados” de la que se lamentaba Alan Greenspan, sin percatarse que el capitalismo es por naturaleza exuberantemente irracional y que esto no se debe a un defecto psicológico de los agentes económicos sino que tiene sus fundamentos en la esencia misma del modo de producción.
Esta crisis es la manifestación externa de varias otras que irrumpen por primera vez: crisis energética, medioambiental, hídrica. Nada de esto había en la depresión de 1873-1896 o en la Gran Depresión de los años treinta. En su entrelazamiento estas crisis plantean un desafío de inéditas proporciones, frente al cual las recetas del FMI no harán sino profundizar los problemas hasta extremos insospechados.
El presidente ilegítimo Felipe Calderón asegura con desmesura que las más de 10 mil ejecuciones que salpican de sangre la República son un signo de que el gobierno le va ganando “la guerra” al narcotráfico, mientras que en el mismo tono anuncia que la línea de crédito por 47 mil millones de dólares contratada con el FMI, que se suman a los 30 mil millones de dólares que el gobierno de Estados Unidos ofrece, son síntomas de que la economía nacional se encuentra “sólida”, cuando lo que presagian es que en el corto plazo los efectos nocivos sobre nuestra economía serán aún más severos.
Andrés Manuel López Obrador señala con certeza que en un solo día, de un plumazo, el gobierno usurpador duplicó la deuda pública del país al contratar los mencionados créditos que sumados alcanzan los 77 mil millones de dólares, y denuncia la posibilidad –observación sustentada en la forma en que se han comportado los neoliberales que (des)gobiernan al país desde hace ya casi 30 años- de que esos recursos se utilicen para rescatar a banqueros y grandes empresas, con lo que se crearía un nuevo Fobaproa para volver a convertir la deuda de unos pocos en la de todos los mexicanos.
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