Juan José Morales
Escrutinio
En teoría, el voto es secreto, y para ello el elector lo emite fuera de la vista de cualquier otra persona, en la intimidad que le dan las cortinillas tras las cuales se marcan las boletas. Supuestamente, con esta precaución de nada sirve que al votante se le intimide, amenace u ofrezca dinero o cualquier otra recompensa para hacer que sufrague en favor de determinado partido o candidato, pues en la soledad de la casilla y amparado en el secreto, puede votar por quien finalmente quiera, sin que nadie pueda saberlo.
Pero en la práctica, es sabido que a mucha gente se le somete a coacción o amenazas para obligarla a votar por determinado partido o candidato. Por ejemplo, miembros de sindicatos que son amenazados con perder su empleo, o quienes reciben becas, subsidios y otro tipo de apoyos económicos gubernamentales y son advertidos de que se les podrá privar de ellos si no acatan lo que se les ordena. O, simplemente, personas sin conciencia o en condiciones de extrema necesidad económica que están dispuestas a vender su voto por unos cientos de pesos.
Y el voto por compra, coacción o amenaza funciona porque hay formas de verificar que el elector cumpla con lo que se le ordenó o lo que prometió hacer. Un método usual, por ejemplo, es la llamada técnica del voto reciclable. En esencia consiste en una especie de carrusel en que el votante recibe una boleta previamente marcada en favor de determinado partido —auténtica, no falsa, obtenida por alguien que le precedió en la casilla pero no la depositó— y debe introducirla en la urna, entregando a cambio su propia papeleta en blanco, la cual debe conservar como prueba de haber cumplido. Esa boleta es a su vez marcada y entregada a otro votante, que repite la operación, y así sucesivamente.
Desde luego, tal procedimiento es lento, complicado y ofrece el riesgo de ser descubierto por los observadores electorales o alguna otra persona. Por eso ahora, con la popularización de los teléfonos celulares y los avances de la electrónica, también se ha comenzado a utilizar lo que podría denominarse el método de la comprobación fotográfica. Consiste simplemente en que el votante debe marcar la boleta como se le indicó, y antes de depositarla en la urna fotografiarla con su celular o con uno que se le proporcione para ese fin. La foto será la prueba de que obedeció las órdenes.
Pues bien, aunque ambos métodos —la boleta reciclable y el uso de celular— parecen efectivos y casi podría decirse que infalibles, hay una manera de neutralizarlos. No para poder votar por quien realmente uno desee, pero sí para evitar que los autores de esas maniobras se salgan con la suya. Lo que hay que hacer, es simple y sencillamente, anular la boleta —ya sea la que se recibió, ya sea la que se fotografió— antes de depositarla.
Para anularla, sólo se requiere cruzar todos o la mayoría de los símbolos de los partidos impresos en la papeleta. Esa boleta ya no contará en los cómputos, y el partido político que recurra a tales triquiñuelas no podrá beneficiarse con él.
De modo, pues, que si algún lector es presionado, obligado, coaccionado, amenazado o forzado de cualquier modo a votar por algún partido o candidato, y no puede evitar hacerlo, o si acepta dinero a cambio de su voto, ya sabe cómo dejar con un palmo de narices a quien lo haga.
Y quede claro que de ninguna manera estamos sugiriendo votar en blanco o anular el voto sin razón válida, sino recomendamos hacerlo sólo en lo casos señalados.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario