Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes…
Es verdad, como dice Felipe Calderón, que es posible transformar a México. Pero no como él quisiera, porque tal cambio sería equivalente a sepultar el futuro de la nación, sino como conviene a la sociedad en su conjunto. Lograrlo sólo será posible si se cierran filas en torno a un objetivo irrenunciable: sacar a la oligarquía de Los Pinos y comenzar la gran marcha del país por la reivindicación de la democracia y de la justicia social, principios que hizo a un lado el PRI para dar paso a intereses minoritarios, cada vez más uncidos al yugo del neocolonialismo impuesto por el Consenso de Washington.
No sólo es posible, sino necesario, impulsar una transformación que favorezca el desarrollo social del país, la democratización de la vida nacional, la economía al servicio de la mayoría. Lo único que se necesita es una organización popular, o de la sociedad civil, en torno al imperativo de cerrar el paso a los testaferros de la oligarquía, cuya tarea esencial es cancelar las vías de una vida democrática elemental, como se observa a nivel nacional y local. En el gobierno federal por conducto de un régimen espurio, incapaz de comprender las causas y efectos de la descomposición social imperante; y en los estados, como consecuencia de la preeminencia de mandatarios convertidos en auténticos señores feudales, con alguna que otra excepción a la regla, como la gobernadora de Yucatán.
El paradigma de un gobernante neofeudal es Enrique Peña Nieto, hechura de un grupo oligárquico que busca a toda costa ejercer su hegemonía sobre la nación. No es mera coincidencia que los medios de comunicación sean la principal plataforma de lanzamiento de su candidatura a la Presidencia de México, como en su tiempo lo fueron (los existentes entonces) para apuntalar el poder de Adolfo Hitler. Otro ejemplo, más grotesco pero no menos ilustrativo, es el de Ismael Hernández Deras, gobernador de Durango, quien todo su sexenio ha actuado como mero aprendiz de “empresario” al amparo del poder y del erario estatal.
Es claro que con un concepto tan anacrónico del ejercicio del poder, como el que tienen los neoliberales, será imposible transformar a México, una nación con más de 110 millones de habitantes quienes por ahora, la gran mayoría, tienen cancelado el futuro. Es así, por supuesto, debido a que viviendo bajo modelos del pasado es impensable abrir cauces al progreso. Ya se demostró plenamente que las fuerzas del mercado no son el paradigma para superar problemas estructurales graves, como los que ellas mismas prohijaron en tres décadas de vigencia en el mundo occidental.
Se equivoca Calderón al pensar que será factible transformar al país siguiendo lineamientos caducos, absolutamente inservibles. Lo grave y lamentable de esta situación es que está empeñado en seguirlos, tanto porque así lo cree debido a su falta de preparación política, como porque se lo ordena la oligarquía a la que sirve puntual y lealmente. Si se quiere realmente una patria más justa y ordenada, según la premisa que enmarcó la ceremonia de encendido del Fuego Bicentenario que presidió Calderón, el camino es muy sencillo y a la vez muy complejo: poner frenos a la voracidad de la oligarquía, y que el gobierno federal actúe como verdadero árbitro de la vida política, social y económica del país.
No actuar en esa dirección es mera demagogia sin ningún sentido. Vale preguntar a las autoridades federales: ¿cómo van a lograr que se pueda encontrar el hilo conductor que impulse el cambio dentro de un proceso incluyente donde participen todos los sectores de la sociedad, como señaló Fernando Gómez Mont? Falta que lo digan y más aún que demuestren con hechos claros una mínima voluntad política para alcanzar ese indispensable objetivo.
En nueve años de ejercicio gubernamental del PAN, se ha caminado en sentido contrario a lo dicho por el secretario de Gobernación. Se ha seguido un proceso absolutamente excluyente en el que participa una minoría cada vez más reducida, ajena a los principios fundamentales del Estado mexicano: la democracia, la justicia social, el laicismo. Ciertamente, el PRI neoliberal también los había olvidado ya, tan es así que por eso mismo la extrema derecha se encaramó en el poder con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari como responsables formales. El futuro, pues, está cancelado para muchos mexicanos, mientras no se abran caminos para la organización social con miras de progreso incluyente.
gmofavela@hotmail.com
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