Zósimo Camacho
“Valió la pena la cárcel. No tenemos por qué avergonzarnos; por el contrario, todo lo que pasamos antes y en ella nos hace sentir orgullosos”, dice sereno pero con firmeza Jacobo Silva Nogales. Su esposa, Gloria Arenas Agís, asiente y sonríe.
Antes de la cárcel, fue la lucha social y la lucha armada. Nunca negaron que, al momento de su detención, pertenecían al Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), uno de los movimientos guerrilleros más importantes del país. Él tenía el grado de comandante. Ella, de coronela. Ambos formaban parte de la Dirección Nacional de la guerrilla más fuerte en el estado de Guerrero, escindida en 1998 del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Antonio era el nombre de guerra de Jacobo. Aurora, el de Gloria. La detención de los insurgentes fue calificada por el ERPI como “el más fuerte golpe que el enemigo ha propinado a nuestro proyecto revolucionario después de la masacre de El Charco”.
—Después de 10 años de máxima seguridad, salir a un patio más grande ya hubiera sido quizás libertad para mí –dice Jacobo: playera azul tipo polo, chamarra negra, aún casquete corto de un cabello que empieza a encanecer.
Seis días después de su aprehensión, ocurrida el 19 de octubre de 1999 en un restaurante de comida china en la ciudad de México, fue ingresado al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) 1, entonces conocido como Almoloya, más tarde como La Palma y después como El Altiplano. Fueron nueve años con siete meses bajo el más estricto régimen carcelario de México. A partir del 24 de mayo y hasta su liberación, estuvo recluido en el Cefereso 4 Noroeste, ubicado en El Rincón, Tepic, Nayarit, donde pudo “tocar el pasto y ver algunos niños”.
El México que encuentra “es muy diferente”. Considera que las condiciones de pobreza, desigualdad y represión son “más extremas” que cuando decidió levantarse en armas. “La situación de la gente ha cambiado, pero para empeorar”.
Ataja: “Nosotros actualmente nos encontramos en la lucha social. Es nuestro campo ahora. Antes fue la lucha armada”.
En la conferencia de prensa realizada el 30 de octubre en el Club de Periodistas de la ciudad de México, Jacobo había dicho: “Estoy en la lucha social, pero mi corazón está con la guerrilla, con el ERPI, con el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional)”.
—Es válida cualquier vía o forma de lucha porque no depende de nuestra voluntad; no depende de lo que yo prefiera, sino de las condiciones que existan –dice Gloria Arenas, de chamarra afelpada cerrada hasta el cuello, aretes discretos, cabello recogido.
Agrega: “Quien favorece el paso de la lucha pacífica a la lucha armada es el mismo Estado y la represión. Entonces no depende de nuestra voluntad; depende de las condiciones del país el que se dé una u otra o todas las formas de lucha de manera simultánea”.
Gloria fue detenida el 22 de octubre de 1999 en San Luis Potosí, en su domicilio particular. Fue recluida en el Cefereso 1 por dos años. Luego de una recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos fue trasladada al estatal Centro de Readaptación Social (Cereso) Neza Bordo, en el Estado de México, prisión en la que permaneció tres años. Finalmente, estuvo recluida en el Centro Preventivo y de Readaptación Social Sergio García Ramírez, de Chiconautla, Estado de México, desde 2004 y hasta el pasado 28 de octubre.
Tampoco tiene dudas: “Entramos a la cárcel ya cuando el país estaba en crisis; había represión, y existía el narcotráfico, los cárteles y la violencia. Pero todo se ha agudizado. Y además, ahora esta violencia es utilizada para reprimir al movimiento social”.
Al momento de su detención, en el sexenio de Ernesto Zedillo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cumplía 70 años ininterrumpidos en la Presidencia de la República. Y no sólo controlaba el Poder Ejecutivo: su dominio en el Legislativo era casi absoluto.
Jacobo concede: “Antes había un monopartidismo y ahora hay competencia electoral. Y el pueblo se hizo ilusiones. Pero ahora hay desencanto. Ya sabe que esperar un cambio por la vía electoral o por las instituciones es una ilusión más”.
Gloria sonríe. Cruza los brazos. Comienza a hablar en voz baja.
—Hay quienes creen que la democracia es poder ir a las urnas cada tres años, o cada seis, y votar por un partido, cuando la democracia sería que los que estamos abajo tomemos las decisiones importantes de este país, las que nos afectan y las que afectan a la nación.
Agrega que mientras las personas no puedan decidir sobre sus destinos no habrá democracia. No es un asunto de si gobierna el Partido Acción Nacional (PAN) o vuelve a ganar el PRI. “O podría ganar el PRD (Partido de la Revolución Democrática). Es una clase política parásita. No puede ser que la democracia sea elegir entre estos miembros de la clase política tan corruptos y desprestigiados. No puede ser que la democracia sea elegir forzosamente de ellos a nuestros gobernantes”.
Jacobo arruga la frente hasta formar dos caños entre sus cejas. Mantiene sus puños sobre la mesa. Va más allá: “No debe haber esperanza en las instituciones; el cambio va a ser incluso a contrapelo del movimiento que sí crea en la instituciones”.
—¿Un movimiento como el de López Obrador? –se le pregunta.
—Ése es un movimiento muy limitado que puede llegar, en un momento dado, al poder. Pero no va a hacer el cambio. Sería una situación bastante parecida a la que ocurrió con la llegada del PAN al poder: una gran alegría, una gran esperanza; pero que se derrumba en menos de 15 minutos. Así ocurriría con un gobierno perredista.
—De qué manera se garantiza que la gente incida en los destinos del país.
Ahora quien responde es Gloria.
—Necesitamos romper completamente con la clase política y con las instituciones. Son un engaño. Tenemos que construir desde abajo algo nuevo: autonomías, poder popular. Necesitamos construir lo que va a sustituir a lo que rompemos: cuando las comunidades hacen radios comunitarias están construyendo lo que sustituirá a Televisa y Tv Azteca, y cuando los zapatistas construyen caracoles están haciendo gobiernos distintos a los que estaban. El reto es que toda esa construcción se haga a nivel nacional. Todavía no se tiene la receta de cómo hacerlo.
—¿La propuesta de La Otra Campaña?
—Es un esfuerzo que da en el clavo de las necesidades del país en este momento. Que la gente y las organizaciones de izquierda, pero la izquierda de abajo, nos conozcamos, nos reconozcamos, nos relacionemos y nos coordinemos; pero respetando las formas y los modos de cada quien.
Por su parte, Jacobo reconoce como uno de los méritos de La Otra Campaña el lograr unificar movimientos sociales y sectores que parecía que no podían conciliarse.
—Nosotros mismos, en otro momento, pudimos haber pensado que no teníamos por qué incorporarnos a una iniciativa de esta naturaleza; pero lo hicimos desde prisión. Este movimiento ha logrado avances importantes sin que implique la generación de expectativas de tipo partidista tradicional.
Agrega que una de las lecciones del zapatismo es que, “cuando parece que todo está en calma, hay una corriente subterránea que puede irrumpir en cualquier momento.
La otra “gran lección”, señala, la dio Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, porque demostró que “se puede generar una fuerza tan explosiva que puede llegar a contraponerse exitosamente a un proyecto internacional; y basado en qué: en la fuerza del pueblo, ese pueblo al que el día anterior podría habérsele golpeado, humillado”.
Gloria destaca el ejemplo de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, “de la gente que tal vez sintió miedo cuando escuchaba que venían escuadrones de la muerte; pero que salían a proteger las antenas de las radiodifusoras”.
Jacobo, puesto en libertad un día después que Gloria, confiesa que luego del sometimiento por 10 años a las condiciones de los penales de máxima seguridad, no sabía ni usar el dinero ni hablar por teléfono. Al momento de salir de prisión le preocupó cómo se desenvolvería en un ambiente donde las personas no fueran o presos o custodios.
Antes de la cárcel, fue la lucha social y la lucha armada. Nunca negaron que, al momento de su detención, pertenecían al Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), uno de los movimientos guerrilleros más importantes del país. Él tenía el grado de comandante. Ella, de coronela. Ambos formaban parte de la Dirección Nacional de la guerrilla más fuerte en el estado de Guerrero, escindida en 1998 del Ejército Popular Revolucionario (EPR). Antonio era el nombre de guerra de Jacobo. Aurora, el de Gloria. La detención de los insurgentes fue calificada por el ERPI como “el más fuerte golpe que el enemigo ha propinado a nuestro proyecto revolucionario después de la masacre de El Charco”.
—Después de 10 años de máxima seguridad, salir a un patio más grande ya hubiera sido quizás libertad para mí –dice Jacobo: playera azul tipo polo, chamarra negra, aún casquete corto de un cabello que empieza a encanecer.
Seis días después de su aprehensión, ocurrida el 19 de octubre de 1999 en un restaurante de comida china en la ciudad de México, fue ingresado al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) 1, entonces conocido como Almoloya, más tarde como La Palma y después como El Altiplano. Fueron nueve años con siete meses bajo el más estricto régimen carcelario de México. A partir del 24 de mayo y hasta su liberación, estuvo recluido en el Cefereso 4 Noroeste, ubicado en El Rincón, Tepic, Nayarit, donde pudo “tocar el pasto y ver algunos niños”.
El México que encuentra “es muy diferente”. Considera que las condiciones de pobreza, desigualdad y represión son “más extremas” que cuando decidió levantarse en armas. “La situación de la gente ha cambiado, pero para empeorar”.
Ataja: “Nosotros actualmente nos encontramos en la lucha social. Es nuestro campo ahora. Antes fue la lucha armada”.
En la conferencia de prensa realizada el 30 de octubre en el Club de Periodistas de la ciudad de México, Jacobo había dicho: “Estoy en la lucha social, pero mi corazón está con la guerrilla, con el ERPI, con el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional)”.
—Es válida cualquier vía o forma de lucha porque no depende de nuestra voluntad; no depende de lo que yo prefiera, sino de las condiciones que existan –dice Gloria Arenas, de chamarra afelpada cerrada hasta el cuello, aretes discretos, cabello recogido.
Agrega: “Quien favorece el paso de la lucha pacífica a la lucha armada es el mismo Estado y la represión. Entonces no depende de nuestra voluntad; depende de las condiciones del país el que se dé una u otra o todas las formas de lucha de manera simultánea”.
Gloria fue detenida el 22 de octubre de 1999 en San Luis Potosí, en su domicilio particular. Fue recluida en el Cefereso 1 por dos años. Luego de una recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos fue trasladada al estatal Centro de Readaptación Social (Cereso) Neza Bordo, en el Estado de México, prisión en la que permaneció tres años. Finalmente, estuvo recluida en el Centro Preventivo y de Readaptación Social Sergio García Ramírez, de Chiconautla, Estado de México, desde 2004 y hasta el pasado 28 de octubre.
Tampoco tiene dudas: “Entramos a la cárcel ya cuando el país estaba en crisis; había represión, y existía el narcotráfico, los cárteles y la violencia. Pero todo se ha agudizado. Y además, ahora esta violencia es utilizada para reprimir al movimiento social”.
Al momento de su detención, en el sexenio de Ernesto Zedillo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cumplía 70 años ininterrumpidos en la Presidencia de la República. Y no sólo controlaba el Poder Ejecutivo: su dominio en el Legislativo era casi absoluto.
Jacobo concede: “Antes había un monopartidismo y ahora hay competencia electoral. Y el pueblo se hizo ilusiones. Pero ahora hay desencanto. Ya sabe que esperar un cambio por la vía electoral o por las instituciones es una ilusión más”.
Gloria sonríe. Cruza los brazos. Comienza a hablar en voz baja.
—Hay quienes creen que la democracia es poder ir a las urnas cada tres años, o cada seis, y votar por un partido, cuando la democracia sería que los que estamos abajo tomemos las decisiones importantes de este país, las que nos afectan y las que afectan a la nación.
Agrega que mientras las personas no puedan decidir sobre sus destinos no habrá democracia. No es un asunto de si gobierna el Partido Acción Nacional (PAN) o vuelve a ganar el PRI. “O podría ganar el PRD (Partido de la Revolución Democrática). Es una clase política parásita. No puede ser que la democracia sea elegir entre estos miembros de la clase política tan corruptos y desprestigiados. No puede ser que la democracia sea elegir forzosamente de ellos a nuestros gobernantes”.
Jacobo arruga la frente hasta formar dos caños entre sus cejas. Mantiene sus puños sobre la mesa. Va más allá: “No debe haber esperanza en las instituciones; el cambio va a ser incluso a contrapelo del movimiento que sí crea en la instituciones”.
—¿Un movimiento como el de López Obrador? –se le pregunta.
—Ése es un movimiento muy limitado que puede llegar, en un momento dado, al poder. Pero no va a hacer el cambio. Sería una situación bastante parecida a la que ocurrió con la llegada del PAN al poder: una gran alegría, una gran esperanza; pero que se derrumba en menos de 15 minutos. Así ocurriría con un gobierno perredista.
—De qué manera se garantiza que la gente incida en los destinos del país.
Ahora quien responde es Gloria.
—Necesitamos romper completamente con la clase política y con las instituciones. Son un engaño. Tenemos que construir desde abajo algo nuevo: autonomías, poder popular. Necesitamos construir lo que va a sustituir a lo que rompemos: cuando las comunidades hacen radios comunitarias están construyendo lo que sustituirá a Televisa y Tv Azteca, y cuando los zapatistas construyen caracoles están haciendo gobiernos distintos a los que estaban. El reto es que toda esa construcción se haga a nivel nacional. Todavía no se tiene la receta de cómo hacerlo.
—¿La propuesta de La Otra Campaña?
—Es un esfuerzo que da en el clavo de las necesidades del país en este momento. Que la gente y las organizaciones de izquierda, pero la izquierda de abajo, nos conozcamos, nos reconozcamos, nos relacionemos y nos coordinemos; pero respetando las formas y los modos de cada quien.
Por su parte, Jacobo reconoce como uno de los méritos de La Otra Campaña el lograr unificar movimientos sociales y sectores que parecía que no podían conciliarse.
—Nosotros mismos, en otro momento, pudimos haber pensado que no teníamos por qué incorporarnos a una iniciativa de esta naturaleza; pero lo hicimos desde prisión. Este movimiento ha logrado avances importantes sin que implique la generación de expectativas de tipo partidista tradicional.
Agrega que una de las lecciones del zapatismo es que, “cuando parece que todo está en calma, hay una corriente subterránea que puede irrumpir en cualquier momento.
La otra “gran lección”, señala, la dio Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, porque demostró que “se puede generar una fuerza tan explosiva que puede llegar a contraponerse exitosamente a un proyecto internacional; y basado en qué: en la fuerza del pueblo, ese pueblo al que el día anterior podría habérsele golpeado, humillado”.
Gloria destaca el ejemplo de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, “de la gente que tal vez sintió miedo cuando escuchaba que venían escuadrones de la muerte; pero que salían a proteger las antenas de las radiodifusoras”.
Jacobo, puesto en libertad un día después que Gloria, confiesa que luego del sometimiento por 10 años a las condiciones de los penales de máxima seguridad, no sabía ni usar el dinero ni hablar por teléfono. Al momento de salir de prisión le preocupó cómo se desenvolvería en un ambiente donde las personas no fueran o presos o custodios.
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