miércoles, noviembre 18, 2009

Dramático panorama de niños zapotecas

JUCHITÁN, Oaxaca, 15 de noviembre (UNIVERSAL).- La desnutrición entre los niños zapotecas de Santa Rosa de Lima se expresa en llanto, bajo aprovechamiento escolar, tallas inferiores a su edad y enfermedades como diarrea y amibiasis.
“Hay días que el dinero nomás alcanza para comer sopas de codito’’, confiesa dolida por la pena y la pobreza Patricia Quecha López, madre de Luis Mariano, de 6 años; Dulce Jazmín, de 2, una bebita de dos meses.En Santa Rosa de Lima, comunidad del municipio de San Blas Atempa, los 2 mil habitantes batallan todos los días contra la marginación en medio del encono social heredado por la disputa por el poder entre el PRI y el PRD.La localidad carece de servicios como el agua, la cual toman de los pozos a cielo abierto. Bajo ese ambiente de abandono, las huellas de los descalzos pies de Dulce y de su primo Antonio, de 3 años, se marcan sobre el piso de tierra de la casa de Patricia Quecha, donde entretienen el hambre con caramelos y deteriorados juguetes.“Como el kilo de azúcar subió a 17 pesos y luego no hubo lluvias, pues entonces el hambre se volvió más canija porque ahora no hay maíz ni leche de vaca y menos queso’’, tercia en la entrevista Mónica Gutiérrez López.La pobreza alimentaria no es exclusiva de Santa Rosa. Afecta a 20 millones de mexicanos, entre ellos a los pobladores de 47 municipios de Oaxaca que están incluidos en una lista de los 100 municipios más pobres del país.Cifras de la UNICEF confirman que en México hay alrededor de un millón 500 mil menores de edad en condiciones de desnutrición. Parte de ese panorama desolador se observa en las calles arenosas de Santa Rosa, donde juegan los niños semidesnudos.Patricia Quecha reprime el llanto que la ahoga, pero sus ojos humedecidos revelan que sufre su destino: mujer, indígena y pobre.Su esposo, José Gutiérrez López, gana lo suficiente para vivir y comer mejor. José Gutiérrez se emplea de todo, “cuando hay trabajo y cuando no hay también’’. En estos días de frío, corta algo de sorgo en la parcela de su padre y consume un poco de pozole (masa de maíz con agua) y queso. No tiene otra opción. Sus ingresos son tan escasos que Patricia y su esposo viven días de sacrificio para que ella compre un poco de avena “para darle leche de pecho a la beba’’ y para que sus otros dos hijos tengan un pedazo de pan en la mesa por las noches.La vida en Santa Rosa de Lima es monótona, salvo las noches de cada sábado, cuando en las calles se instalan puestos de tacos, tlayudas y tostadas.“Mi sueño es que algún día tenga el dinero suficiente para ir con mis hijos a comprar unos tacos y tlayudas, pero me aguanto y lloro porque mis hijos lloran. Ellos, como yo, también quisieran comer algún día esos tacos’’, dice Patricia con tristeza.

Rezago en la sierra zapoteca
Marginados, casi 3 mil indígenas sobreviven con enfermedades crónicas, analfabetismo y desempleo. Enclavado en la sierra zapoteca se encuentra el sexto municipio más pobre del país, según revela un estudio elaborado por la ONU

Erika Ramírez / David Cilia, fotos / enviados


Santa Lucía Miahuatlán, Oaxaca. Elena mece su cuerpo para aplacar el frío, acerca sus manos a los leños de ocote y las frota continuamente, tose, se estremece: una punzada ataca su cabeza. La mujer zapoteca dice que ya “le agarró la tida”.
Se protege del crudo clima con un vestido hecho con retazos de diversas telas y un suéter viejo y remendado, que le quedaría a un niño. Sus pies desnudos tocan la tierra húmeda; ella carraspea. Elena Pérez Mendoza no encuentra la cura para su mal.
Con voz débil, casi inaudible, reza sus padecimientos a Filiberto Hernández, regidor de salud en la cabecera municipal. La mujer de 67 años enfermó en junio pasado. Una tos constante lastima su garganta, dolores agudos de cabeza, estómago y un aire gélido que recorre por el interior de su cuerpo son las molestias que no la dejan; los indígenas de la región llaman “tida” a esta dolencia y parece que ningún medicamento le hace efecto.
En la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de su comunidad, le recetaron antibiótico y antinflamatorios para mitigar los síntomas. Sin embargo, sus condiciones de vida no le permiten recuperar la salud.
Delgada, de piel marchita y cabellos encanecidos, Elena habita en una choza que tiene el piso de tierra, construida con varas de caña seca, plástico, desechos de cartón y lámina. No hay, siquiera, adobe que resguarde un poco el calor ni techo que evite la humedad.
Su esposo, Tiburcio Hernández, es jornalero. Trabaja dos veces por semana, cuando los “patrones” del distrito más cercano (Miahuatlán) lo contratan para la limpia de milpa. A sus casi 70 años es difícil ser productivo y por eso alcanza a reunir, apenas, 100 pesos a la semana para cubrir las necesidades de su familia.
Elena y Tiburcio fueron abandonados hace varios años por sus tres hijos y ahora cuidan de dos nietos que quedaron en la orfandad. Filiberto Hernández dice que la pareja de ancianos conforma la familia más pobre de la región. Su milpa no rinde para todo el año, no tienen ningún apoyo gubernamental ni documentos oficiales que les permita acceder a ellos, mucho menos suficientes recursos económicos para subsistir.
Ellos viven en la cabecera municipal de Santa Lucía Miahuatlán, a una hora de camino del distrito que lleva el mismo nombre –donde la urbanización está casi al ciento por ciento–, pero su miseria no permite que alcancen a recibir algún beneficio del desarrollo.
Vivir en esta región rodeada de montes es sinónimo de marginación. Aquí, los niños mueren por desnutrición, las mujeres padecen de anemia crónica y los ancianos quedan en el olvido.
Un estudio, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de México, revela que Santa Lucía Miahuatlán, Oaxaca, es el sexto municipio más pobre del país.
El documento de la ONU, elaborado en 2006, indica que el índice de desarrollo humano de la región es de 0.4833, lo que significa que en el pueblo hay niveles de pobreza similares a los de África del Sur.
Además de éste –ubicado en uno de los ramales de cordillera de la Sierra Madre del Sur–, otras mil 884 jurisdicciones de todo el país se encuentran en escenarios similares de precariedad, pues tienen una “elevada población rural, considerables rezagos en educación y salud y un bajo ingreso económico”.
El informe asevera que “en estos municipios es urgente la atención social y la inversión pública y privada, así como la dotación [de] infraestructura en materia de salud, educación, agua, drenaje y carreteras que permitan tener comunicados a los municipios” (Contralínea, 72).
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