26 noviembre 2009
Por fin la ONU se atrevió a preguntarle a todos los hombres qué están haciendo para detener la violencia contra mujeres. Primero se midió y demostró, después se llamó a las víctimas para denunciar, más tarde se crearon (aun pocos) espacios para rescatarlas y atenderlas. Durante la última década se ha tratado indirectamente a los agresores. Se hicieron leyes punitivas y rara vez se aplican a tiempo. Millones de hombres minimizan la violencia contra mujeres y a columnas como ésta escriben para decirse ofendidos. A pesar de la abrumadora realidad siguen presentando contraargumentos que muestran una clara alianza con el ejercicio de la violencia; porque callar es conceder.
Se ha dicho que todas y todos ganamos eliminando la violencia contra mujeres. Sí, los hombres ganan, pero deben sacrificar los privilegios que el patriarcado les da. Por eso millones no están dispuestos a movilizarse. La pregunta sería: ¿cuántos están listos para transformar su manera de relacionarse con mujeres y niñas? ¿Cuántos están dispuestos a trabajar consigo mismos, a reinventar la masculinidad sin excusas? Si fueran tantos como ellos dicen, ya habría miles de grupos de terapia de hombres para hombres que evitarían los divorcios por violencia. Da lo mismo que se digan sensibles; sólo con sensibilidad no se alcanza ni la paz, la democracia ni la equidad; se necesita convicción y activismo.
La violencia doméstica es la mayor causa de muerte de mujeres de 16 a 44 años, más que por cáncer y accidentes. El 70% de asesinadas son ultimadas por su pareja, no por un delincuente callejero.
En el corazón del patriarcado yace la noción de que las mujeres y sus cuerpos pertenecen a los hombres; la religión y la cultura lo avalan. El aumento de la trata de mujeres y niñas para prostitución muestra que los hombres, como colectivo, siguen dejando el problema a las víctimas y mujeres activistas. La ausencia del activismo masculino masivo para detener la violencia no es un problema más, es el problema; la descomposición social crece aritméticamente por ello. Si se encarcelara a todos los violadores y agresores de mujeres una quinta parte de los hombres del mundo estaría en prisión. En lugar de transformarse individual y colectivamente muchos esperan que las mujeres imiten los valores del patriarcado violento para decir: todos somos iguales. El problema de ese discurso es que revela una estrategia para destruir a la humanidad y crear una sociedad bárbara. Es hora de recomenzar.
Se ha dicho que todas y todos ganamos eliminando la violencia contra mujeres. Sí, los hombres ganan, pero deben sacrificar los privilegios que el patriarcado les da. Por eso millones no están dispuestos a movilizarse. La pregunta sería: ¿cuántos están listos para transformar su manera de relacionarse con mujeres y niñas? ¿Cuántos están dispuestos a trabajar consigo mismos, a reinventar la masculinidad sin excusas? Si fueran tantos como ellos dicen, ya habría miles de grupos de terapia de hombres para hombres que evitarían los divorcios por violencia. Da lo mismo que se digan sensibles; sólo con sensibilidad no se alcanza ni la paz, la democracia ni la equidad; se necesita convicción y activismo.
La violencia doméstica es la mayor causa de muerte de mujeres de 16 a 44 años, más que por cáncer y accidentes. El 70% de asesinadas son ultimadas por su pareja, no por un delincuente callejero.
En el corazón del patriarcado yace la noción de que las mujeres y sus cuerpos pertenecen a los hombres; la religión y la cultura lo avalan. El aumento de la trata de mujeres y niñas para prostitución muestra que los hombres, como colectivo, siguen dejando el problema a las víctimas y mujeres activistas. La ausencia del activismo masculino masivo para detener la violencia no es un problema más, es el problema; la descomposición social crece aritméticamente por ello. Si se encarcelara a todos los violadores y agresores de mujeres una quinta parte de los hombres del mundo estaría en prisión. En lugar de transformarse individual y colectivamente muchos esperan que las mujeres imiten los valores del patriarcado violento para decir: todos somos iguales. El problema de ese discurso es que revela una estrategia para destruir a la humanidad y crear una sociedad bárbara. Es hora de recomenzar.
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