El presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama (Premio Nobel de la Paz 2009), acaba de adjudicarse el Premio Nobel de la guerra de este mismo año —con sólo pocos días de diferencia entre uno y otro otorgamiento— al hacer pública la decisión de enviar 30,000 soldados adicionales a engrosar las fuerzas militares norteamericanas de ocupación a Afganistán.
De este modo, tras semanas de incertidumbre, dudas, presiones y enfoques contradictorios, quedó despejado el rumbo para complacer la solicitud del Pentágono y los jefes castrenses, quienes alegaban que de no complacerse tal petición la “guerra contra los talibanes” estaría irremisiblemente perdida.En los últimos momentos se hizo visible el choque de opiniones encontradas entere el actual embajador de Estados Unidos en Afganistán, un ex general nombrado por el propio Obama, y el jefe de las tropas de ocupación allí emplazadas, que con desespero real o simulado reclamaba el envío urgente de refuerzos, pues se arriesgaba a una inminente derrota.El forcejeo se convirtió, sin discusión, en un tanto a favor de los sectores de extrema derecha, los nostálgicos del bushismo, los elementos más conservadores dentro de la actual Administración, el complejo militar-industrial y sus emisarios en los medios de comunicación, cumplidores de la misión de dar apoyo mediático a una solicitud que implica extender la guerra.Por el contrario, resultó una flagrante derrota para millones de electores norteamericanos que depositaron su voto a favor de Obama, con la esperanza de que el nuevo mandatario concretara para el país una perspectiva de paz, se alejara de las carnicerías de jóvenes que el nefasto e irresponsable W. Bush había organizado y restaurara en alguna medida la imagen de Estados Unidos como realmente comprometido con una salida de Irak y Afganistán, siempre más honroso que permanecer empantanados y ensangrentados en guerras de rapiña.Sin embargo —al menos hasta ahora—, todos los esfuerzos han sido vanos. Las razones que alegan los observadores son diversas, y van desde la imposibilidad de Obama para resistir las brutales presiones de la extrema derecha que lo ataca desde diversos flancos, hasta los que piensan que todo forma parte de una negociación que va más allá e incluye, otros temas que la Administración necesita llevar adelante, como la decisiva reforma de la salud, que puede ser determinante para el futuro político de Obama, incluida su reelección.
Para completar la cifra de 40,000 soldados reclamados por los jefes militares yanquis, el Presidente se dirigió a los aliados de Estados Unidos dentro del pacto político-militar de la OTAN, encareciéndoles el envío de otros diez mil soldados a Afganistán. De inmediato, se sabe que Gran Bretaña e Italia se mostraron partidarias de complacer una vez más a su socio de Washington. Mientras que Francia y Turquía ya expresaron que no enviarían más hombres, con lo cual se pone en evidencia las discrepancias que desde hace tiempo existen en el seno de la OTAN respecto a si seguir o no a los norteamericanos en su demencial camino, involucrándose cada vez más en un conflicto en que nada tienen que ganar y representa un alto costo político al interior de sus respectivos países, donde esta matanza sin sentido es mayoritariamente rechazada.Contrariamente a lo que aún suponían algunos optimistas, el Premio Nobel de la Paz ha optado por el camino de la guerra, como lo hicieron Clinton en Yugoslavia, Bush padre en el Golfo y W. Bush en Irak. Razón tendrán quienes alegan que la naturaleza del imperio es invariable, que es inmutable y nunca va a cambiar.Lo cierto es que, en este caso, ni siquiera el anhelado galardón de la Academia noruega ha podido lograrlo.
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