lunes, diciembre 07, 2009

Teoria General de Igualdad

Barómetro Internacional

Darío Botero Pérez

Búsqueda de absolutos

A raíz del esfuerzo de Albert Einstein por desarrollar una teoría general que diese cuenta de sus descubrimientos sobre física sin dejar cabos sueltos, el inglés John Maynard Keynes intentó lo mismo en economía.

Con ese fin escribió su “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, que se esgrimió como el compendio teórico más lúcido para enfrentar la enfermedad endémica del capitalismo sin acudir a la superación definitiva del inicuo sistema.

Sus relativamente escasos beneficiarios de ninguna manera admiten su caducidad e iniquidad, aunque desde siempre las han anunciado y denunciado los grandes teóricos del humanismo, comprometidos con la vida y no con los privilegios de unos cuantos potentados desalmados, asesinos, ladrones, arrogantes e ineptos, que pelechan a la sombra del nefasto sistema.

Tal enfermedad endémica -que comprueba su irracionalidad e inviabilidad a largo plazo- la constituyen las crisis de superproducción. Éstas llevan las sociedades a la bancarrota debido a la apropiación privada de esa riqueza excesiva que no encuentra compradores.

Keynes entendió lo obvio: que el consumo necesita ser incentivado para que la producción no sufra colapsos ni interrupciones.

Absolutos Inicuos

Pero los capitalistas, aunque lo entiendan, no lo admiten, pues va contra la codicia personal de cada uno, que lo impulsa a enriquecerse lo más rápido que pueda.

Así, la reducción de costos en salarios para aumentar las utilidades del empresario, reduce la capacidad de compra de los consumidores, lo cual debería impedir que la producción crezca.

Pero el capitalista individual quiere ganar más. Por eso produce más, hasta que no tiene a quien venderle, aunque haya tantas necesidades insatisfechas.

Sin ventas, no le entra plata. Y sin plata, todo se paraliza en estas absurdas sociedades mercantiles, tan avanzadas en cuestiones de comercio, pero tan negadas en cuestiones de sabiduría y lógica.

Así surgen las crisis de superproducción en una sociedad capitalista clásica o “pura” (y la pureza sólo existe como concepto, ¿cierto?)

A la famosa de 1929 se le aplicó, por parte del Estado, el keynesianismo, interpretado como el incentivo a la capacidad masiva de consumo.

Se ponía a unos ciudadanos a abrir huecos, y a otros, a taparlos. Así justificaban la obtención de un ingreso que les permitía adquirir algo de esa abundancia de mercancías. ¡Que bonito!

La crisis actual

Pero la crisis de ahora es radicalmente diferente. Significa la agonía mortal del sistema económico imperante. Constituye su decadencia definitiva, o lo que el lúcido Lenin llamó la “última fase del capitalismo”.

Se trata nada menos que del descrédito absoluto del capital financiero; soberano del mundo mercantil desde épocas remotas al disponer de un monopolio público fundamental, que tiene que sustraerse de intereses particulares y revertir a la sociedad como motor del desarrollo en este tipo de economías monetarias.

Con el neoliberalismo y la emblemática figura de Bernie Madoff –condenado a 150 años de prisión por atreverse a estafar potentados- ha quedado absolutamente clara la economía de casino, meramente especulativa, tramposa y saqueadora en que ha devenido el capitalismo en su fase terminal, construyendo su merecida y asquerosa sepultura.

Toca inhumar con él todas las prácticas económicas depredadoras que lo imitan y precipitan el desastre, como las que el neoliberalismo ha venido inspirando en las populosas China, India y Brasil, que no han sabido enfrentar los desafíos del progreso con medidas diferentes al consumismo irracional y suicida.

En su arrogancia y ambición, los potentados de todas las escuelas no han sido capaces de valorar las sociedades milenarias. Se les hace intolerable verlas respetuosas y adaptadas a la vida en vez de considerarse sus propietarias absolutas empeñadas en extinguirla mientras extraen de las entrañas de la madre tierra todas sus riquezas, como hace “occidente”.

Sin pudor, esos potentados destruyen la naturaleza al antojo de sus insaciables apetitos. Por eso, la humanidad, hermanada en la aldea global, no puede admitir que los miserables que la suplantan le impidan retroceder del abismo al que la han traído y buscar su salvación.

A todos nos toca exigirles a los canallas que dicen representarnos, que entiendan y admitan la gravedad del momento que vivimos.

La crisis ambiental es la amenaza más grave; y no da espera. Las absurdas proyecciones de reducción en cualquier porcentaje (el 49% suena estúpido pero conmovedor) para el 2025 o el 2050, inclusive aunque fuesen para el año entrante, no son más que paños de agua tibia que comprueban la ineptitud de los halcones y su decadencia definitiva.

No comprenden que la simple inercia del daño causado es suficiente para que la catástrofe continúe y se agrave cada vez más. Sus intereses creados les impiden considerar la adopción de medidas que tengan posibilidades reales de enmendar el creciente deterioro del ambiente y la patética extinción de las formas de vida.

Se niegan a admitir que la reconversión energética radical no sólo reduce las emisiones contaminantes de gases fruto del consumo de combustibles fósiles y biocombustibles, sino que permite generar empleos abundantes, productivos y útiles.

Y hasta puede resolver la escasez de agua potable, si se emplea el hidrógeno en la producción de energía, en vez de continuar extrayendo la sangre de Pacha Mama a un costo inmenso y suicida.

Prefieren aumentar el desempleo mientras el Estado destinaría recursos para ocupar a sus víctimas en actividades inútiles o nocivas cuya única justificación para su irracionalidad es la necesidad de conservar los privilegios de los potentados, negándoles a las mayorías su oportunidad de vivir con dignidad.

Conversiones criminales contra crisis

En particular, los usanos, en vez de determinar algo sensato y saludable, han preferido poner al muñeco Obama a convertir en asesinos a 30.000 jóvenes más, buenos patriotas resueltos a matar afganos indefensos mientras Bush y Osama medran y se ríen para adentro. ¡Cómo son de serios!

No les importa que, después, esos infantes de marina regresen convertidos en verdugos de su propio pueblo, inclusive asesinando niños, como hizo
Timothy McVeigh en Oklahoma, quizás porque prefirió matarlos antes de que el gobierno los convirtiese en asesinos despiadados, como él.

Intervención del soberano

Todos tenemos la palabra y el deber de combatir a los enemigos comunes.

Pero sólo nos puede obligar nuestra propia conciencia, si somos capaces de cobrar distancia frente a los demagogos corrompidos y embrujadores que buscan confundirnos y ponernos a luchar contra nuestros propios intereses, para defender los de ellos.

El dilema definitivo es si las mayorías estamos dispuestas a defender el aterrador consumismo estúpido y depredador conque los potentados han degenerado a la humanidad y le han decretado la pena de muerte a la biosfera. Y en vez de remediarlo nos ponemos a alimentar la guerra que resucite a los halcones devoradores e insaciables.

O si preferimos reconocernos como hermanos capaces de ser solidarios, de modo que podamos exigir, con una sola voz, el cese definitivo de la iniquidad, el desperdicio, la destrucción, la fuerza, la barbarie, la violencia, la traición y la mentira, como las guías sociales que enaltecen y perpetúan a los potentados mientras envilecen a las mayorías.

Es un compromiso y una obligación de todos con todos, en un plano de igualdad inviolable. Depende de la conciencia de cada uno, sin atenuantes ni excusas.

d.botero.perez@gmail.com

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