En el país más rico de la tierra:
Unas 42 mil familias carecen aún de vivienda, presas de la burocracia estatal
La ciudad está a medio reconstruir y el crimen ha crecido 30 por ciento
Las enfermedades mentales se duplicaron entre la población en este periodo
AFP Y DPA
Cientos de banderas fueron colocadas en el cementerio de Metairie, suburbio de Nueva Orleáns, en el estado de Louisiana, para recordar a las personas que murieron en agosto de 2005 por el paso del huracán Katrina por dicha ciudad Foto: Reuters
Nueva Orleans, 27 de agosto. Dos años después de que el huracán Katrina giró a la derecha y se enfiló hacia Nueva Orleáns, Beryl Kramer sigue viviendo en una casa rodante que no es suya y su ciudad sigue a medio reconstruir.
El 27 de agosto de 2005, Kramer y el resto de los habitantes de la ciudad escucharon cómo el alcalde, Ray Nagin, los “conminaba” a salir de la ciudad, porque Katrina, a estas alturas ya un huracán de categoría 3, había cambiado su rumbo y ya no se dirigía hacia las costas de Veracruz, sino hacia el norte, hacia Louisiana.
Lo que ni Nagin ni Kramer sabían era que, en menos de dos días, los diques que protegían Nueva Orleáns de las olas del mar y de la corriente del delta del Mississippi iban a ceder ante las aguas, que éstas iban a inundar su casa y 80 por ciento de la ciudad y que la reconstrucción tardaría años.
Pero todo eso ocurrió, y destrozó su vida. “No puedo decirle cuántas veces tuve ganas de suicidarme”, cuenta Kramer, sentada en una cocina minúscula, rodeada de antidepresivos. Ella resistió la tentación de matarse ante la desgracia, pero otros no. Su sobrino, también víctima del huracán y de la mala construcción de las 53 esclusas que no resistieron el embate de Katrina, se quitó la vida el invierno pasado.
A pesar de todo, Beryl Kramer dice que querría viajar, que le gustaría volver a trabajar como obrera de mantenimiento de centrales nucleares, pero teme que mudarse la deje sin la indemnización prometida por el gobierno y sin las pocas posibilidades que tiene de recuperar su verdadera casa, que sigue inhabitable.
“Me siento prisionera” de la situación, sentencia Kramer. Prisionera de esa misma situación que viven las 300 familias que, como ella, viven en casas rodantes en el barrio de Saint Bernard, o las otras 42 mil que comparten su suerte y luchan contra la burocracia estatal y las compañías de seguros para poder dejar de una vez por todas los carros habitación y volver a las casas de cemento o madera.
Las dos caras de la ciudad
Quien sí vive en una casa en Nueva Orleáns es Fred Valdez, pero no por mucho tiempo. Llegó a la ciudad hace cinco meses para trabajar, pero no piensa esperar a que venza su contrato, en diciembre próximo. Para él, “estar aquí es deprimente”.
“Uno espera encontrarse con este tipo de cosas justo después de un gran ciclón, pero no dos años más tarde”, explica. Según Valdez, lo único “deprimente” no es la vista de la ciudad destrozada. Además de eso, Katrina “traumatizó” a la gente de Nueva Orleáns, dice. “Los destruyó emocionalmente, y muchos de ellos no son conscientes”.
No sólo es la devastación lo que hace que la ciudad parezca lúgubre para algunos. Es también que el crimen ha aumentado 30 por ciento desde que el ciclón pasó por sus calles, que las enfermedades mentales se duplicaron entre su población y que la mitad de los que huyeron del huracán no han vuelto.
No obstante, si uno pasea por el sector turístico de la ciudad, es difícil imaginar la destrucción provocada por Katrina hace dos años. El barrio francés, sitio histórico y turístico de Nueva Orleáns, fue el menos afectado por la inundación, debido a que era la zona más alta. Sus calles están animadas, hay jazz por todas partes, los bares están llenos y los turistas pasean en carruajes abiertos tirados por caballos.
Hace dos años, Katrina se preparaba para matar a mil 500 personas en Nueva Orleáns y, al hacerlo, desataba una tormenta peor para la ciudad.
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