Julio Hernández López
De pronto se ha instalado en el mundillo político un tufo a reforma urgente. Ya hay quienes se aprestan a decir adiós a una parte de los consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE), con Luis Carlos Ugalde por delante, y en diversos ámbitos se habla de lo muy avanzados que van ciertos acuerdos entre líderes de diputados y senadores (incluyendo a los del PRD) para modificar temas relacionados con lo fiscal, lo electoral y lo energético.
Esos entendimientos en curso forman parte de un paquete de “civilidad” política con el que Felipe Calderón pretende poner punto final al largo litigio público sobre su legitimidad como Presidente de la República. Según los generosos y optimistas comentarios de opinantes cercanos a la lógica felipista, el ocupante de Los Pinos estaría desarrollando una estrategia inteligentísima que ha puesto contra la pared al movimiento de oposición a su investidura, pues el michoacano blanquiazul habría “rebasado” a sus adversarios “por la izquierda”, restableciendo relaciones diplomáticas plenas con gobernantes no expresamente derechistas (los presidentes de España y de algunos países centroamericanos y sudamericanos, entre otros), arrebatando la bandera del debate al estilo parlamentario, consiguiendo una especie de validación indirecta de los grupos chuchistas del PRD y planteando reformas en las que encajarán con entusiasmo presupuestal los apetitos de ese nuevo izquierdismo legitimador.
Tan desbordadas ensoñaciones del felipismo y sus aliados antiguos y recientes creen posible instalar una especie de autoritarismo presidencial de largo plazo, que se sustentaría en su primer tramo en alianzas con bancadas de legisladores que jugarían a creerse cogobernantes por un plazo breve (a más tardar hasta después de los comicios intermedios de 2009). El punto fino de estos planes requiere la colaboración de un perredismo de membrete, que esté dispuesto a acompañar al licenciado Calderón en este esfuerzo inaugural. Por ello se ha puesto la zanahoria del reformismo salpicante (báñense, pero salpiquen, pide la filosofía clásica de la corrupción política) en el momento justo en que ese perredismo de membrete (Nueva Izquierda, los chuchos) debe aportar sus piezas de negociación mercantil (la presidencia de la mesa directiva de San Lázaro y el comportamiento de los coordinadores de las bancadas en las dos cámaras legislativas federales) para que el gran señor benefactor pueda rendir un informe de labores que, en cuanto muy pobre, poco importa en el plano gramatical, pero sí en función de las trampas de presunta legitimación que se han montado para que todo un estadista visionario, reformador, generoso e histórico surja de ese episodio trunco (Felipe no informará al estilo clásico: entregará y se retirará, o a lo mucho pronunciará algún “mensaje” a la carrera y tal vez en un escenario alterno, todo lo cual será suficiente para las magnificaciones mediáticas ya concertadas).
Como en muchos otros de esos planes de elite, el problema fundamental es que la realidad no se acomoda a lo que maquinan los genios de las alturas. Los proyectos de reformas que cocinan los privilegiados del sistema político atienden sus intereses y compromisos, pero no a los de la gran mayoría de los ciudadanos que, por el contrario, ven el aparato institucional, reformado o sin reformar, a gran distancia y absolutamente falto de confianza. Los supuestos representantes populares no representan más que a camarillas, y las reformas derivadas de esos ejercicios secuestrados sólo servirán para consolidar y defender lo que conviene a esos grupúsculos de privilegio.
El caso del IFE es particularmente dramático. El mundillo político en pleno supo que a la hora de nombrar consejeros electorales, en sustitución del equipo que tuvo a José Woldenberg a la cabeza, la profesora Elba Esther Gordillo, entonces secretaria general del PRI y coordinadora de los diputados federales priístas, impuso a un grupo de sus subordinados, entre los que destacaba quien presidiría el IFE, Luis Carlos Ugalde. La semilla de la desconfianza fue sembrada desde entonces y abonada con tal insistencia que el fruto podrido se conoció masivamente en las elecciones de 2006, cuando esa institución se convirtió en el Instituto del Fraude Electoral y Ugalde en Uh, Fraude, el comandante en jefe de la delincuencia electoral organizada. La misma historia de desconfianzas tempranas acompaña las negociaciones “secretas” que según eso desembocarán en la salida de Ugalde y otros consejeros y en el nombramiento de sustitutos. El retiro “honroso” de quienes son parte de la plantilla criminal de 2006 y el nuevo reparto del botín de las nuevas consejerías entre piratas legislativos, entre ellos el chuchismo legitimador, garantiza nuevos y acaso peores problemas electorales.
Astillas
Hoy, a la una de la tarde se realizará una reunión en el Club de Periodistas, en el Centro Histórico de la ciudad de México, con la intención de constituir un frente nacional contra la represión, que permita dar unidad a los esfuerzos que hacen las diversas organizaciones y grupos sociales agredidos por el poder calderónico desbordado que, entre otras cosas, ha instalado mecanismos militares y policiales de amenaza y castigo extrajudiciales a quienes se oponen a las muchas injusticias cotidianas. Basta recordar los casos de Atenco y Oaxaca para coincidir en la urgencia de levantar ese frente contra la represión… Y, mientras el rector de la UNAM se sigue despidiendo de los micrófonos y los reflectores mediante discursos de valentías tardías y conceptualismos para consumo mediático, con la esperanza puesta en que tan preclaras palabras y actitudes sean rescatadas por una Patria necesitada de hombres de tan buenas relaciones públicas como él, ¡hasta mañana, en esta columna que ve el informe de Ebrard en la mira del fuego interno (¿“amigo”?) del novoizquierdismo!
Este Julio si me gusta, matarilirilirón.
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