Carlos Fernández-Vega
Ninguno de los 100 mil deportados en lo que va del año es invitado a tomar café en Los Pinos
Pérdida sostenida de valor de Aeroméxico
Elvira Arellano ha sido deportada en tres ocasiones de Estados Unidos: la primera en 1997; la segunda en 2002 y la tercera, supuestamente la definitiva, el 19 de agosto de 2007. De esta última etapa sobresale su reclusión, por cerca de un año, en una iglesia de Chicago, para evitar su expulsión del país norteño. En ese periodo el gobierno mexicano apenas si le echó un lazo y la eventual ayuda infructuosa. Finalmente, la activista fue obligada a cruzar la frontera, y lo hizo por Tijuana, ciudad en la que cotidianamente deambulan cientos, miles de mexicanos expulsados de los dos países.
Ahora que su deportación se concretó, rápida, cordialmente y con una extraordinaria cobertura mediática, el inquilino de Los Pinos recibió a Elvira en la residencia oficial. De acuerdo con un comunicado, Calderón “expresó a Elvira Arellano toda su solidaridad ante la obligada separación de su hijo y le ofreció su apoyo frente a esta compleja situación… ratificó la prioridad que su gobierno otorga a las condiciones de vida de los migrantes mexicanos que residen en Estados Unidos y reiteró la necesidad de una reforma migratoria integral en ese país. Por su parte, la señora Arellano solicitó que el gobierno de México gestione ante las autoridades de Estados Unidos una visa que le permita regresar a ese país”. Y el michoacano “instruyó a la secretaria de Relaciones Exteriores a que la dependencia a su cargo realice un análisis de la situación que enfrentan la señora Arellano y su hijo y a que realice gestiones ante las autoridades estadunidenses para poder responder a esta solicitud”.
Eso dice el comunicado, pero se supone que el gobierno mexicano debió actuar en igual sentido y con la misma celeridad desde el momento mismo en que la ahora deportada se refugió en la iglesia de Chicago, en agosto de 2006, y no después, cuando fue obligada a regresar a su país de origen, mientras su hijo Saúl se mantiene en Estados Unidos.
Pero más allá de la lentitud con la que el gobierno mexicano “protegió” a la ahora deportada, el compromiso que el inquilino de Los Pinos públicamente asumió con Elvira Arellano saca chispas, porque durante los 40 minutos que duró su encuentro alrededor de 48 mexicanos más fueron expulsados por las autoridades migratorias estadunidenses. Y ellos tendrían el mismo derecho que Elvira de exigir al gobierno mexicano que actúe en igual sentido, es decir, que realice “gestiones ante las autoridades estadunidenses para poder responder” a la misma solicitud, ergo, su retorno –pacífico y civilizado– al vecino país del norte.
Independientemente de las suculentas razones políticas y mediáticas que convencieron al michoacano para dar audiencia a Elvira Arellano, justo unos días antes de su autodenominado primer informe de gobierno, el inquilino de Los Pinos debe saber que en el primer semestre de 2007 se registraron más de 317 mil deportaciones de mexicanos (algunos en más de una ocasión, porque los sacan y se vuelven a meter) por parte de la “migra” gringa, y ninguno de los afectados obtuvo audiencia en la residencia oficial (con o sin cámaras de televisión), ni –que ellos sepan– el gobierno inició “gestiones” para “atender su solicitud”.
De acuerdo con la estadística del Instituto Nacional de Migración, en el primer semestre de 2007 se registraron 1.2 deportaciones de mexicanos por minuto en la frontera entre ambos países, hasta llegar a poco más de 317 mil de enero a junio, y ninguno de ellos recibió una telefonazo de Patricia Espinosa, mucho menos una invitación a tomar café con el inquilino de Los Pinos, por más que los gritos de auxilio se escuchen a lo largo y ancho de la república. En todo 2006, último año del “cambio”, dichos registros sumaron 515 mil.
Eso sí, pueden estar tranquilos, porque el 2 de septiembre “sí habrá mensaje a la nación”.
En vía de mientras, retomo fragmentos de una nota publicada en el periódico La Opinión de Los Angeles (Los mil y un deportados como Elvira, bajo la firma de Jorge Morales Almada): “la deportación de Elvira Arellano es una más de las miles que hay todos los días a lo largo de la frontera… La expulsión de mexicanos desde territorio estadunidense es una práctica cotidiana, tan normal que a nadie sorprende ver todos los días a decenas de deportados caminar por la calle Galileo de la colonia Postal, donde se ubica la Casa del Migrante Scalabrini… (su deportación) se suma a la de miles de indocumentados que son expulsados de Estados Unidos todos los días. Ahí está el caso de Adrián Patrón, quien ha dejado a sus tres hijos en Riverside. Ahí está la travesía que sufrió Silvano Pérez, a quien agarró la migra después de dos días de caminar por las montañas de Tecate. Ahí está la desesperación de José Pérez, originario de Guanajuato, donde dice que la vida no vale nada. En los primeros seis meses de este año alrededor de 100 mil mexicanos fueron expulsados de Estados Unidos por la llamada Puerta México, de San Ysidro a Tijuana, la misma que cruzó Elvira Arellano el domingo en la noche, la misma que cruzaron Adrián, Silvano y José el martes por la mañana”, todos ellos sin derecho a una taza de café en Los Pinos, porque no son políticamente explotables.
Las rebanadas del pastel
La magia de hacer negocios en la Bolsa Mexicana de Valores: ocho días atrás, la familia Saba ofreció 98 millones de dólares por las acciones de Aeroméxico, menos de la mitad de lo que ese día valían en el mercado bursátil. Ayer, esos mismos títulos acumulaban una pérdida de 32 por ciento con respecto al día de la mencionada oferta. Si las cosas siguen así, Alberto y Moisés Saba deberán reconsiderar su ofrecimiento, pero a la baja. Hasta ahora, la caída acumulada en los precios accionarios de la línea aérea equivale a 64 millones de dólares en tan sólo ocho días, y si se considera el valor en libros entonces el desplome supera los 105 millones de billetes verdes, en detrimento, obvio es, del erario.
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