Octavio Rodríguez Araujo
Me temo que la diputada Ruth Zavaleta tuvo razón al señalarle a Carmen Aristegui que “de su parte habrá un reconocimiento implícito a la presidencia de Calderón, al momento en que ella (como presidenta de la mesa directiva de la Cámara de Diputados) le envíe las reformas aprobadas en la Cámara para su publicación” (La Jornada, 28/08/07). Y es que en realidad esto no puede evitarse, como tampoco recibir de Calderón las iniciativas de ley emanadas del Poder Ejecutivo de la Federación. Dichas iniciativas no pueden ser ignoradas como tampoco asumidas como productos de un espíritu imaginario e inexistente y que por un milagro o cosa semejante llegaron al Congreso de la Unión. Sería esquizofrénico, para decir lo menos.
Para mí Felipe Calderón ocupa la silla presidencial gracias a un proceso a todas luces fraudulento, pero ahí está. Cómo lo llamemos importa poco, incluso si no lo aceptamos como gobernante legítimo. Si los diputados perredistas y otros no lo reconocen como gobernante (incluso de facto) en la práctica se están negando como contrapeso del Poder Ejecutivo; sin embargo, al oponerse al Presidente de la República lo están reconociendo. Nadie se opone a lo que no existe, y si lo hace no está bien de la cabeza.
Supongamos para México otro escenario. Imaginemos que hubo un golpe de Estado, no como el ocurrido el año pasado (que he llamado ex ante), sino militar y que el gobernante fuera un tirano, un dictador. ¿La oposición buscaría formas de oponérsele o, por no reconocerlo por su origen ilegítimo, no haría nada o actuaría como si no existiera? La respuesta es obvia. Pese a los riesgos de oponerse a un dictador, como ocurrió en Chile, Argentina, Brasil, y en otros muchos países, siempre hubo y habrá oposición, pues no todo mundo acepta, como destino impuesto e inevitable, la existencia de un dictador por temible que éste sea. Oponérsele, entonces, es reconocerlo aunque no se olvide su origen ni su práctica en contra de las libertades; ni los riesgos de hacerlo.
No vivimos en una dictadura y Calderón, pese a su origen, es el jefe del Poder Ejecutivo federal, y constitucionalmente tiene funciones, atribuciones y obligaciones. Me ubico en la oposición, sí, pero si el presidente impuesto auxiliara a los damnificados de un huracán o un terremoto no podría invitar a las víctimas (so pena de que pensaran que estoy loco) a que no acepten la ayuda que les permitirá sobrevivir. Tampoco podría oponerme a que los estudiantes aceptaran becas o los campesinos recibieran tierras, créditos, salud y vivienda (si fuera el caso).
Para unos López Obrador encabeza el gobierno legítimo, pero aun así se está reconociendo que Calderón Hinojosa representa un gobierno ilegítimo, pero gobierno al fin. Si no se estuviera reconociendo esto último no habría necesidad de que AMLO se distinga como el gobernante legítimo ni que se oponga al que ocupa su lugar gracias a un fraude que no todo mundo acepta (yo sí, me adelanto a decirlo). No estar de acuerdo con el triunfo de Calderón es correcto. Basta saber que él y quienes lo hicieron presidente se negaron a contar los votos después de la elección del año pasado. Pero una cosa es no reconocer su triunfo y otra que el señor de Los Pinos no realice (mal o bien) las funciones de presidente de México. En Naciones Unidas, en Cuba, en Venezuela y en otros países con cuyos gobiernos mucha gente de izquierda simpatiza, se reconoce a Calderón como jefe del gobierno mexicano. Si no fuera así no habría embajadas de esos países en nuestro país, como no la hubo de México en Chile durante el gobierno de Pinochet (y viceversa) o como no hay de Estados Unidos en Cuba (y viceversa) hasta la fecha.
La oposición se opone (siempre he defendido este punto de vista), y en este caso se opone al poder: porque no se le reconoce legitimidad, porque no se está de acuerdo con su política, por lo que sea (es un derecho en una democracia aun imperfecta como la nuestra). Pero el hecho mismo de oponerse es un reconocimiento… negativo en este caso. Si yo creyera en una deidad y ésta me hace maldades, le reclamaría. Pero como no creo en dioses ni en poderes divinos sólo puedo dirigirme a mí mismo para reclamar mis errores o a quien me hace maldades sin merecerlas. Automáticamente me reconozco y reconozco a mis enemigos o a mis adversarios. Puedo también ignorarlos, y quizá sea sano, pero si uno de mis enemigos ignorados llega a ocupar un cargo en el lugar en que trabajo o vivo, me guste o no, tendré que tratar con él, aunque sea para exigirle la reparación de una injusticia si ésta se llevó a cabo en mi contra. Hacer otra cosa no sería oposición, sino dejar que mis derechos sean pisoteados, lo cual sería indigno de cualquier persona que se respete.
La diputada Zavaleta, que no conozco, tuvo razón en la dialéctica sencilla que manejó con Aristegui: una ley aprobada en la Cámara de Diputados sólo tiene vigencia a partir de su publicación en el Diario Oficial, y la edición de éste, así como la promulgación y ejecución de una ley expedida por el Congreso de la Unión, depende del jefe del Poder Ejecutivo. La fracción I del artículo 89 constitucional así lo ordena. No hay, en cambio, ninguna ley que obligue a la oposición a tomarse la foto con Calderón, o a dialogar con él ni mucho menos a negociar con el ocupante de Los Pinos. Son cosas diferentes. Aunque, si somos rigurosos, al exigirle algo a Calderón, o al oponerse a una de sus iniciativas de ley, se está dialogando con él, no con un fantasma.
Propongo a mis amigos de la oposición que simplemente se opongan, con los mejores razonamientos de que sean capaces y que, a la vez, propongan lo que a su juicio debería de hacerse para mejorar las condiciones de los mexicanos. Mientras tanto, fortalézcanse lo más que puedan para que en 2009 tengan la mayoría de asientos en la Cámara de Diputados y puedan oponerse mejor y con más eficacia a quien ahora no quieren reconocer como gobernante del país.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario