David Peña Pérez
Rebelión
¿Alguna vez se han preguntado cuáles son los principios del sistema donde subsistimos? ¿Resulta justo para nuestras vidas y derechos? ¿Se distingue por su hipocresía a la hora de respetar los derechos humanos? ¿Alguna vez han sospechado qué motivo le impulsa a prescindir de artículos constitucionales tan elementales como el derecho a una vivienda digna?
Este sistema, basado en el capital y el poder de unos pocos, y calificado por error como democrático, nos explota por el más miserable de los salarios de Europa, pero nos autoriza a vivir nuestra libertad a rastras, sobre las faldas lodosas de una burguesía camuflada con trajes y palabras de políticos sin convicción.
Los nuevos fascistas, aquellos que encomian el retorno a las condiciones laborales del XIX, se han tropezado con algunos enemigos de envergadura que pretenden hacer tambalear su próspero sistema. El auge de numerosos grupos de descontentos y asistemas, anarquistas, antiglobalización, okupas y asociaciones de ciudadanos descontentos, no sólo suponen un problema imprevisto para nuestros jerarcas, sino que cada día van en aumento. Sin embargo, el mayor enemigo de la sociedad oligárquica, radica sin duda en la capacidad de pensar del ciudadano, puesto que a un pensador siempre se le considerará un enemigo potencial de la sociedad actual, capaz de penetrar en la realidad del carácter oligarca del sistema, para trascender más allá de los límites impuestos.
Por otro lado, el evidente progreso de la abstención electoral, no sólo refleja el descontento generalizado de la ciudadanía ante toda esta miseria de políticos desprovistos de criterio e ideología, aferrados a sus escaños y estipendios de autoridad, sino que también repercute en los cimientos que durante años han sostenido su estatus.
La democracia neofascista o libertad capitalista, con el propósito de inducirnos a no pensar, ha adoptado el método propagandístico nazi, conquistando los medios de comunicación como herramienta indispensable, con tal de proporcionarnos una información controlada y adulterada, incapaz de insinuar una brizna de objetividad. El gobierno nos recordará, cito como ejemplo, que la piratería es un delito, sin explicarnos cuán filibustero resulta quien impone el excesivo precio de una cultura a la cual todos deberíamos tener acceso.
Ahora han decidido ir más allá en la cultura propagandística del régimen capitalista, imponiendo una nueva asignatura que desentierra la vieja clase de urbanidad impartida en época del dictador. Tras conseguir reducir hace años las clases de humanidades, imprescindibles para desarrollar la capacidad crítica, no es difícil imaginar que la pretensión del estado consiste en formar a nuestros hijos desde su más tierna infancia, para convertirlos en abnegados ciudadanos. Con este nuevo adminículo llamado educación para la ciudadanía proyectan inculcar el ansia de votar en los más pequeños, la aceptación incondicional de la globalización y de la explotación actual del trabajador como un bien común, así como la erradicación de ideas alternativas y posibles soluciones capaces de suponer una eventualidad a un sistema tan inicuo como el actual.
Por otro lado, debemos confiar en que el arma se torne contra ellos, puesto que estos pequeños ciudadanos perfeccionarán la facultad de contrastar una imposición educativa con la realidad social, y aunque es obvio que en la asignatura no se cite el Estatismo y anarquía de Bakunin, ni La guerra de guerrillas de Ernesto Guevara, ni siquiera el derecho inalienable del hombre a abstenerse, a creer en sistemas alternativos como el asambleario o a luchar por sus ideas, tal vez permita al perspicaz alumnado español a reflexionar sobre la hipocresía de esta feliz democracia colmada de infelices.
* David Peña Pérez. Escritor
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