Editorial
El pasado 18 de septiembre, Blanca Heredia, directora en México de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), propuso al gobierno federal que los ciclos de educación media y superior a cargo del Estado fueran transferidos a la iniciativa privada, con el argumento de que, mediante el actual esquema pedagógico y de financiamiento “se desperdician los recursos”. En el contexto de la presentación del informe Panorama educativo 2007, Heredia resaltó que actualmente se destina 84 por ciento de los fondos educativos al pago de salarios de los maestros, lo cual reduce el margen para que se invierta en nueva infraestructura. A renglón seguido, la representante de la OCDE en México cuestionó severamente el sistema de cuotas de la Universidad Nacional Autónoma de México, llamó a mirar aquellas instituciones “públicas ejemplares” que han hecho “experimentos” en aras de la privatización y afirmó que, dado que los beneficios que la educación genera son “estrictamente privados”, los costos de ésta deben ser asumidos por los estudiantes.
Las declaraciones de Blanca Heredia son más que inaceptables, pues constituyen una invitación a que el Estado renuncie a su responsabilidad social de proveer enseñanza gratuita no sólo en los ciclos de educación básica –como lo señala el artículo 3º constitucional– sino también en los niveles medio superior y superior. Por otra parte, la representante de la OCDE parece olvidar que si el mayor porcentaje de los recursos son absorbidos por el magisterio, eso no se debe al carácter público y gratuito de la educación, sino a la restricción presupuestaria a la que los gobiernos neoliberales han sometido a las instituciones encargadas de impartirla, así como al pacto corrupto de mutuo beneficio entre el grupo gobernante y el charrismo que controla al sindicato de maestros, a cargo de muchos de los ciclos de enseñanza media.
No deja de ser preocupante la tendencia del actual gobierno a relegar el cumplimiento de sus obligaciones constitucionales a la iniciativa privada. El mismo día en que se produjeron las desafortunadas declaraciones de la representante de la OCDE, el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, había afirmado, en el marco de la inauguración del Instituto Carso de Salud, que en materia de salud y combate a la pobreza “es insuficiente la acción del gobierno” y que, por ello, el Estado y la sociedad deben “seguir trabajando para evitar que las mamás y los niños de las familias pobres enfrenten varias veces más la probabilidad de morir por falta de atención médica que el resto de las familias”. En el mismo sentido, Calderón había instado ya anteriormente a la sociedad a compartir con el gobierno la tarea de garantizar el cumplimiento de las leyes y “vencer el flagelo de la inseguridad y la criminalidad”. Ambas declaraciones develaron la falta de voluntad de la presente administración para cumplir con los deberes que le impone la Constitución.
Por lo que toca a la referida recomendación de la OCDE, el gobierno federal ha demostrado incongruencia: a pesar de que la titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP) rechazó abiertamente la sugerencia de transferir a la iniciativa privada la educación media y superior, algunos de los programas de esa dependencia parecen obedecer precisamente esa lógica. El sistema de créditos recientemente anunciado por la SEP, que promueve la adquisición de deudas por parte de los estudiantes para que puedan pagar sus estudios universitarios, representa, según han señalado diversos especialistas en materia de educación, una renuncia del gobierno como responsable de impartir enseñanza gratuita, y una medida que lo convertiría en “promotor y garante del endeudamiento”. Además, se corre el riesgo de que los fondos terminen en instituciones que sólo ven la educación como un negocio y que, bajo esa perspectiva, ofertan programas académicos de bajísima calidad.
En suma, la privatización de la enseñanza media y superior no sólo constituiría un retroceso histórico en materia de educación a escala nacional que marginaría a centenas de miles de estudiantes, sino que representaría también una oportunidad para lucrar y enriquecerse con la formación académica de quienes pudieran acceder a los ciclos de enseñanza. Si el gobierno federal atendiera la recomendación de la OCDE, pondría de manifiesto su reticencia a cumplir con una de sus responsabilidades fundamentales: la que emana del principio central de que la educación es un derecho, no un privilegio.
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