Arnoldo Kraus
El crecimiento sin coto, sin pausas, sin derroteros y sin mañana de la especie humana continúa cobrando su cuota. Cada vez parece más claro que en la Tierra nada es gratuito: ni lo que el ser humano hace al ser humano ni lo que el ser humano hace a la Tierra. En ocasiones, no por incapacidad del lenguaje o por falta de imaginación, es menester recurrir a los pleonasmos; la repetición sensibiliza: ¿de qué otra forma se puede recordar al ser humano lo que es y lo que hace si no es nombrándolo?
Es muy probable que algunas de las desmesuras del ser humano se relacionen con la aparición de nuevas enfermedades, como el síndrome de insuficiencia adquirida, la neumonía aviar y las fiebres de Lasa y de Ebola. Lo mismo puede pensarse de la reactivación de algunas infecciones que se creían “más o menos” controladas, como los casos de la tuberculosis o del paludismo; debe también cavilarse acerca del cambio en el panorama de algunas patologías en relación con la creciente y cada vez más brutal desigualdad en la distribución de la riqueza, que ha generado muertes en niños y jóvenes pobres por problemas asociados a su condición, como son la desnutrición, las diarreas y las neumonías. En el mismo rubro se inscribe la tendencia creciente de enfermedades en adultos jóvenes que pertenecen a las clases económicas media y alta, y que padecen y mueren por comer en exceso, o que fallecen o quedan físicamente y/o mentalmente lisiados por accidentes o por consumir drogas en forma excesiva.
Lo que ahora sucede en el globo terráqueo debe leerse bajo la misma óptica. Junto con las nuevas enfermedades, la Tierra empieza a sufrir las lacras producidas por los seres humanos, promotores incansables de desastres naturales. En menos de un mes, y en puntos muy distantes, la Tierra padeció incendios en Grecia (aunque existe la teoría de la conspiración), monzones en India, sismos en Perú y huracanes en el Caribe. Cuatro embates de la naturaleza contra la Tierra en poco tiempo son suficientes para preocuparse por la salud de nuestra casa. Ese crecimiento sin coto y sin pausas, al que me he referido al inicio, seguramente tiene “algo” (“o mucho”) que ver con el resquebrajamiento de la Tierra.
Los epidemiólogos siempre han tratado de encontrar asociaciones entre diversos problemas ambientales, hábitos o conductas y la aparición de diversas enfermedades. Ejemplos obvios, grosso modo, son los obesos ricos que padecen ateroesclerosis –por comer proteínas– y los obesos pobres que tienen diabetes mellitus por comer harinas y beber refrescos. Situaciones menos obvias, pero que tienen que ver con ese crecimiento que no pregunta y, por supuesto, con la riqueza y con la pobreza, son, las asociaciones entre algunos tumores y factores ambientales.
Tres ejemplos: el cáncer de pulmón, además de asociarse al consumo de tabaco, es muy probable que se vincule con la contaminación industrial (en estas páginas, con sorna y sin ella, he escrito, en más de una ocasión, que algún día se describirá el cáncer pulmonar variedad DF); el cáncer de pleura es más frecuente en las personas que trabajan en la industria del asbesto, y, por último, algunos tumores hematológicos son más comunes en los campesinos pobres que trabajan sin protección adecuada y que se exponen a diversos plaguicidas. Esos ejemplos, entre otros, ilustran el daño que proviene del crecimiento desmesurado y la mayor proclividad de las clases pobres para enfermar por trabajar en ocupaciones de alto riesgo o vivir en ambientes inadecuados.
Los epidemiólogos también han demostrado el incremento de la frecuencia de males controlables, como la tuberculosis o el paludismo, en zonas donde el sida continúa diseminándose, sobre todo en Africa. La reactivación de esas viejas patologías se debe a la miseria de los enfermos y a las mermas producidas en el organismo y en la comunidad por el sida.
Atendiendo a las constructivas miradas que ofrece el escepticismo, es evidente que los desastres naturales también cobran sus cuotas: no debe ser el azar la razón de tantos sinsabores en tan poco tiempo. El crecimiento ciego de la tecnología y la sordera de los países ricos no es gratuito. La Tierra cobra lo que se le hace.
Aunque al final la muerte es igual y los muertos son idénticos, en la vida y en el pergeñar por la Tierra las historias de los seres humanos son distintas. No es lo mismo vivir y morir por excesos que vivir y morir por deficiencias. El cambio en el mapamundi de las enfermedades y las modificaciones en los males de la Tierra son secundarios a ese crecimiento sin coto, sin pausas, sin derroteros y sin mañana de la especie humana.
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