Javier Aranda Luna
De enero a julio el gobierno de Felipe Calderón llevó a cabo 211 mil 778 actividades de fomento a la lectura y 33 mil 45 de difusión cultural. 30 mil 254 actividades por mes, en el primer caso, y 4 mil 720 en el segundo. Las cifras del primer Informe de gobierno en el rubro de la cultura apabullan.
Con 350 millones de pesos menos en su presupuesto, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) generó más actividades que las que llevó a cabo la administración foxista en 2006, según el informe presentado el pasado primero de septiembre. Presenciamos sin darnos cuenta la moderna multiplicación de los panes y los peces; confirmamos la dialéctica sentencia que señala que “mientras peor, mejor”.
Después de conocer esas cifras hasta se antoja que le reduzcan al subsector cultura 350 millones de pesos anualmente para que el país se convierta, en un sexenio, en una verdadera potencia en materia de cultura.
Pero si esto es así, ¿por qué pintores, escritores, hombres de teatro, critican la actual política cultural? Tal vez porque en este primer Informe se considera como “actividades de difusión cultural”, a las entradas contabilizadas en museos y bibliotecas, al número de los asistentes a las ferias de libros, a las visitas a zonas arqueológicas.
Es verdad que asistir a una biblioteca o a un museo es una verdadera actividad cultural. Nuestro mundo se hace más ancho frente a las grandes obras o gracias a las líneas de los clásicos de la literatura. Pero si esto es así, ¿por qué no contabilizar a los asistentes a la Catedral por su acercamiento a ese estípite rarísimo y famoso o a los peregrinos que contemplan a lo lejos la arquitectura diseñada por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez en la Basílica de Guadalupe?
No se antoja justo que sólo se contabilicen a los niños que son llevados por sus escuelas a los talleres infantiles de un museo y aquellos otros que acuden a hacer sus tareas en la biblioteca más cercana donde se lleva a cabo, quizá, una conferencia o donde se ha montado una exposición temporal. ¿Contabilizan a los pasajeros que cruzan esa sala-pasillo que se encuentra en el aeropuerto donde se montan exposiciones? Si es así, ya imagino las cifras de fin de año después que pasen las ferias de Guadalajara y Minería donde el consejo organiza conferencias, lecturas y talleres.
En el Informe de gobierno se menciona al Centro Cultural Helénico entre los principales puntos generadores de actividades culturales, centro que renta el CNCA a unos particulares y que cada vez más se cierra a las actividades de la gente de teatro, según no escasos actores y dramaturgos.
En materia de “patrimonio” lo más vistoso hecho por la actual administración fue, sin duda, la declaratoria armada al vapor del inmueble donde se piensa construir la famosa Torre del Bicentenario. Construcción impulsada por el gobierno capitalino.
¿Este será el santo y seña de la política cultural durante seis años? ¿O el famoso Bicentenario hará la diferencia? Los “festejos para estas fiestas” como se anota en el Informe (festivas agregaría yo para disipar dudas), ¿terminarán convirtiéndose en la columna vertebral en materia de cultura de la administración calderonista? ¿Será el emblema del sexenio, su megabiblioteca?
La burocracia cultural se encuentra atrapada entre lo que son, para algunos, dos esperpentos: uno que nació muerto y otro que a estas alturas ni siquiera es un proyecto. Me refiero a la costosísima e inservible megabiblioteca y la celebración del Bicentenario que, a este paso y con tantos cambios no terminará de cuajar ni siquiera como motivo de verbena popular.
Tiene razón el escritor Fernando del Paso, recién galardonado con el premio de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, cuando manifiesta que a este gobierno la cultura no le importa aunque pretendan inventarnos un país con cifras alegres.
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