Luis Linares Zapata
Apoyado en un trípode que se desea mágico, Calderón, el presidente del oficialismo, se ha lanzado sin titubeos a la construcción de un gobierno virtual. Uno de los sostenes, el principal, lo ha encontrado en el sistema de comunicación masiva, en especial los medios electrónicos. El segundo, usado con urgencia desde los días inaugurales de su periodo, ha sido el Ejército, cuyo cometido entró en rendimientos decrecientes. Y, el tercero, lo forma un conjunto nada envidiable de propagandistas, algunos hasta de reconocida calidad intelectual, que ya deslizan halagos, revestidos de juicios independientes, donde encuentran cualidades y logros: Felipe, el michoacano serio y eficaz, concluyen. Pero todos esos factores, en solitario o en sus distintas combinaciones, poco pueden hacer para afectar la cruenta realidad en que se debate la República.
La pretensión de obtener el reconocimiento y la aprobación de la ciudadanía, cuando se busca con artilugios y atajos, conduce a crisis recurrentes y a la pérdida de credibilidad. El peso brutal de los problemas arrumbados y las carencias soslayadas que enfrenta la población resaltan de inmediato frente al manipuleo artificioso a través de los medios. Influir en la conciencia colectiva mediante golpes de fuerza, montajes espectaculares o razonamientos forzados para cualquier ocasión se nulifica y cae en el pozo sin fondo del descrédito popular con el paso de los meses. Ningunear esa densa cotidianidad plagada de carencias, de angustias, de falta de oportunidades en que se debate la nación es aceptar, por la vía corta, el riesgo de la disfuncionalidad.
Trabajar con ilusiones televisivas como método comunicativo es abusar de la paciencia ciudadana y menospreciar la inteligencia popular, crecientemente despierta, informada, crítica. Suponer que la complejidad de la realidad puede disfrazarse con una dosis de optimismo voluntarista es caer en la tontería foxiana de los paisajes idílicos tan nocivos como indignos. La cotidianidad es necia, duradera, con un cuerpo pastoso y elástico que se prolonga a pesar de los intentos por ocultarla, por desvanecerla con trancazos propagandísticos. La vida del país entero se debate en medio de privaciones, olvidos, horizontes cerrados, derroches y ofensas varias tras el cuarto de siglo de un crecimiento tan mediocre como injusto que amenaza con su continuidad forzada.
Confiados en la eficacia de sus aliados y cómplices, los asesores y aprendices de estrategas improvisados que rodean a Calderón le diseñaron una ceremonia (presentación del Informe) exclusivamente para consumo de los televidentes. No importa, seguramente pensaron para sí mismos, lo que pase efectivamente en el Congreso. Se empeñaron, con una astucia simplista, en lo que creyeron sería un paseo triunfal que iría del recinto legislativo al palacio nacional. En San Lázaro se conformaron con un callejonear entre diputados y senadores panistas, con sus porras insulsas y solícitos apretones de manos. En el patio central del majestuoso palacio levantaron un montaje de pretensiones monumentales, con presencias ordenadas y aplaudidoras. El mundo oficial casi en pleno, dominado por el acarreo burocrático, uno que otro colado de la oposición light y varios desorientados ubicuitos. El Presidente, pensaron los taumaturgos de Calderón, debería salir intocado de todo ese desbarajuste del Congreso que ellos mismos originaron con sus trampas y delitos con que lo encaramaron en el puesto.
No hay remedios ni curaciones instantáneas inducidas desde las cúpulas decisorias, siempre interesadas en remar, en exclusiva, para su propio beneficio. Beneficio que, usualmente, recala en la total desmesura. Y, menos aún, cuando la intentona discrepa de lo que ocurre en la vida cotidiana de una sociedad como la mexicana, ya afectada en sus esperanzas, en sus aspiraciones. Bajo tales condiciones, el contraste brinca por tantos lados que, más temprano que tarde, derribará el castillo de naipes edificado sobre un trípode tan endeble como el arriba señalado.
No hay forma de convencer a la ciudadanía de la eficacia o los buenos propósitos de una administración utilizando los que, en efecto, son poderosos instrumentos de comunicación: la televisión y la radio. La difusión intensiva de imágenes prefabricadas puede atontar a los incautos, que son muchos. También puede servir de manera conveniente a todos aquellos que los requieren para mitigar su mala conciencia y continuar con sus prácticas habituales de saqueo. Pero no podrán cerrar las profundas heridas que se han causado al cuerpo colectivo. Un cuerpo que, por otro lado, crece y se fortifica en su esperanza de una vida mejor, en el análisis descarnado de las traiciones continuas a la democracia y que se empeña, con rigor creciente, en tener una conciencia cada vez mejor informada.
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