miércoles, octubre 03, 2007

Boletín Informativo ISA núm 212

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TLATELOLCO: HORRENDA MATANZA URDIDA POR MENTES ENFERMAS (parte 2)

Como si estuviéramos en guerra

Más de 300 tanques, carros de asalto, jeeps y transportes militares, y diez mil soldados, participaron en la “Operación Tlatelolco”, que seguramente depara entorchados para quienes urdieron con tanta precisión militar el ataque contra el pueblo. Había menos de cinco mil personas reunidas en la Plaza de las Tres Culturas, así que los soldados, unidos a los numerosos agentes vestidos de civil y a los centenares de granaderos que también tomaron parte activa, estaban en proporción de tres contra uno; y si tomamos en cuenta que cerca de la mitad de los asistentes al mitin eran mujeres y niños, caeremos en la cuenta de que la reunión pudo disolverse, aprehendiendo a todos los presentes, con el simple empleo de la fuerza física.

Seguramente algunos estudiantes iban armados, aunque ya hemos señalado que los disparos salidos de los edificios no fueron dirigidos contra la tropa, sino al aire. Pero incluso armados con pistolas —rodeado todo el sector desde días antes por losa granaderos y vigilados los edificios por agentes de civil, ¿quién hubiera podido llegar ahí con un rifle o una metralleta?—, resulta improbable que los estudiantes las hubieran utilizado: todos sabemos el miedo que el ejército inspira al pueblo; en cuanto aparecen los uniformes verde olivo, a todo mundo le entran ganas de correr.

Ello no fue obstáculo para que la prensa “informara”, al día siguiente, que “hasta una ametralladora de grueso calibre, de tripié, fue utilizada por los ‘agitadores’ contra las tropas”. ¿Cuántos soldados habrían muerto, si una ametralladora de grueso calibre hubiera sido dirigida contra los que avanzaban en formación cerrada? También se publicó la fotografía de un hombre que, “portando un hacha descomunal”, que en la gráfica más parecía un utensilio de cocina, “intentó agredir a las tropas”. Gesto desesperado éste, seguramente, de un ciudadano que, como otros muchos que intentaron lanzarse contra los soldados a mano limpia, hervían de indignación al presenciar la inhumana matanza.

Contra el edificio Chihuahua se hicieron pruebas del armamento del ejército. Las ametralladoras instaladas en las torretas de los tanques y vehículos blindados vomitaban fuego indiscriminadamente. Claro que ese edificio está ocupado por pacíficos vecinos, que nada tenían que ver con el mitin; y para matar a un presunto francotirador, se asesinó a mansalva a todos los que se pusieron al alcance de los proyectiles del “guardián de nuestras instituciones”.

Ah: el bizarro general José Hernández Toledo, en cuyo futuro seguramente hay entorchados y galardones, declaró muy orondo: “No empleamos las armas de alto poder”. Y es verdad: los cañones de los tanques no fueron utilizados, aunque sí hay huellas de bazucazos en el edificio Chihuahua. Tampoco intervino la Fuerza Aérea, aunque tal vez cuatro o cinco bombas lanzadas por los aviones sobre la Plaza de las Tres Culturas hubieran realizado una labor más rápida y eficaz que la de los soldados.

Una auténtica “labor de limpia”

Terminada la matanza, llegó la hora de la “labor de limpia”, ejecutada al pie de la letra por los soldados, que literalmente asaltaron todos los edificios que rodean la Plaza de las Tres Culturas. Iban en busca de “agitadores”, claro; pero arramblaron con todo lo de valor que hallaron en los departamentos; en algunos casos, lo que no pudieron llevarse lo destruyeron. En camiones militares se transportó a los detenidos; pero seguramente algunos de ellos fueron utilizados para conducir el botín. A estas horas, en muchos hogares de “humildes juanes” deben estar mirando televisión, comiendo con cubiertos de plata y utilizando mantelería fina. Los que no participaron en la “Operación Tlatelolco”, seguramente esperan que el alto mando del ejército disponga otra nueva matanza de ciudadanos, para sacar la tripa de mal año.

Los heroicos generales Crisóforo Masón Pineda y Raúl Mendiolea Cerecero, que quedaron al frente de las fuerzas de ataque una vez que el general José Hernández Toledo recibió esa “grave herida” en el pecho, “penetrante de tórax” que no obstante la permitía charlar tranquilamente tres horas después, tomaron todas las precauciones posibles con los peligrosos miembros del Comité Nacional de Huelga capturados en la gloriosa operación.

Por principio de cuentas, los desnudaron totalmente, y luego los esposaron: enseguida continuó la “labor de limpieza”, que consistió en tirar a culatazos las puertas de todos los departamentos, detener a sus moradores y permitir que los soldados cargaran con todo lo que les llenara el ojo.

Con las manos en alto, centenares de detenidos fueron alineados junto al muro sur de la iglesia de Santiago Tlatelolco, con las manos en la nuca. Si en los encuentros con los estudiantes en que participó anteriormente la tropa, los soldados respetaron a los muchachos capturados, y fueron los granaderos quienes se ensañaron golpeando a los que ya estaban más que rendidos, ahora no ocurrió así: los soldados culatearon a placer a mujeres, hombres y muchachos, y los agentes policiacos los ayudaron repartiendo pistoletazos.

Casi nadie escapó indemne, y hasta algunos periodistas recibieron culatazos, y uno de ellos un bayonetazo. También los fotógrafos recibieron lo suyo, y a varios de ellos les hicieron pedazos sus cámaras. Era el ejército, “salido de la misma entraña del pueblo”, en el apogeo de su gloria, omnipotente, haciendo todo el daño que podían en seres inermes, ninguno de los cuales intentó siquiera defrenderse, pues ello hubiera determinado su muerte inmediata.

La escritora y periodista italiana Oriana Fallaci, de la revista L’Europe, fue herida de dos balazos en el tercer piso del edificio Chihuahua. Clamaba desesperada: “Una ambulancia, por favor una ambulancia; como compañeros, una ambulancia”; pero continuó desangrándose durante cerca de una hora, pues el estado mayor de la Secretaría de la defensa, ya para esa hora, había ordenado la suspensión del servicio de emergencia de la Cruz Roja. Y encima de lesionada, en un acto que abochorna a todo mexicano bien nacido, y que de seguro traerá repercusiones negativas para nuestro país en el extranjero, la periodista italiana fue despojada de su bolso de mano. Ésta será la hora en que algún “juan” estará preguntándose qué valor tienen las liras, si es que la colega no alcanzó a hacer el cambio de su moneda.

El heroico batallón “Olimpia”

Como indicamos al principio, toda la maniobra fue minuciosamente planeada por mentes perversas, por cerebros malvados. El batallón Olimpia, integrado por elementos selectos de las Guardias Presidenciales, tuvo a su cargo la tarea de asaltar los comercios de la zona de Ciudad Tlatelolco, seguramente para atribuir los actos vandálicos a los “agitadores extremistas”. Los miembros del batallón Olimpia cargaron con lo que les pareció, y destruyeron lo demás. ¿Con qué fines siniestros se afectó así el patrimonio de modestos comerciantes, que nada tienen qué ver ni con los estudiantes ni con el gobierno? Explicable que robaran lo que les gustó; pero, ¿para que destruir el resto? Éstas son preguntas que sólo podrían contestar quienes urdieron la “Operación Tlatelolco”.

Todavía en la madrugada los millares de detenidos estaban siendo embarcados en los transportes militares. Unos periódicos hablaron de “mil detenidos”, y otros aún redujeron este número; pero si había en la Plaza de las Tres Culturas cerca de cinco mil personas a la hora de iniciarse el asalto del glorioso ejército nacional, y murieron quizá 200, y 500 resultaron heridos, los detenidos suman muchos miles, pues a los asistentes al mitin hay que agregar a los residentes de los edificios que rodean la plaza, muchos de ellos sacados de sus domicilios en paños menores y arreados, por familia completa, hacia los transportes militares. Probablemente no pasaron de cien los que alcanzaron a escapar del teatro de la agresión ilesos, y ello por verdadero milagro, pues a la hora en que se encendieron las bengalas verdes (“disparen al aire”) y luego las rojas (“ataquen, heroicos valientes soldados”), absolutamente todas las salidas de Ciudad Tlatelolco estaban cubiertas por las tropas.

La explicación del “mariscal”

“El responsable soy yo”, dijo el “mariscal” Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, a los periodistas citados urgentemente en su despacho. Luego agregó, tal vez para dar el toque de humor a la matanza: “la libertad seguirá imperando”.

También el “mariscal” García Barragán hizo una exhortación a los padres de familia, “para que controlen a sus hijos estudiantes, y no permitan que sean utilizados por los agitadores”. Lo que no explicó es por qué, si en verdad cree que los muchachos son “víctimas de agitadores”, no lanzó a las tropas contra esos malandrines agitadores, en lugar de ordenarles asesinar no solamente a los estudiantes, sino a madres indefensas y a niños (una circunstancia desdichada hizo que un gran porcentaje de las madres que acudieron al tráfico mitin de Ciudad Tlatelolco fueran mujeres embarazadas; imposibilitadas para correr, fueron el blanco más fácil para los soldados. Y encima, llevaban consigo a otros niños pequeños, que al verse solos se convirtieron en bandadas histéricas y sollozantes).

García Barragán, que se atribuyó toda la responsabilidad, dijo que envió al ejército, “porque se lo solicitó la policía”. Increíble versión ésta, pues resulta inconcebible que el secretario de la Defensa Nacional ignore, que, en tiempos de paz aunque él y sus soldados crean que estamos en guerra, del ejército sólo puede disponer el presidente de la República, y no cualquier polizonte.

Pero el pueblo ya ha sacado sus propias conclusiones: él sabe quién es culpable de esta horrenda y estúpida matanza, sin duda la mayor ocurrida en la ciudad de México en tiempos de paz. El gobierno ha dado un paso irreversible, y ahora, seguramente, ya no podrá hallarse una fórmula que liquide totalmente el conflicto estudiantil, fútil y banal al principio, y que fue creciendo debido a la ineptitud o la soberbia de quienes pudieron resolverlo a tiempo, hasta llegar a convertirse en tormento y preocupación de millones de mexicanos, y que incluso repercutirá negativamente en el extranjero.

(Muchos periodistas extranjeros, que vinieron a México con motivo de los Juegos Olímpicos, se hallaban en la Plaza de las Tres Culturas a la hora en que los soldados atacaron. Aparte de las heridas sufridas por la escritora Oriana Fallaci, a la hora de escribir estas notas seguían “perdidos” dos periodistas alemanes y dos japoneses).

Que la historia los juzgue

Y ya que hablamos de periodistas, resulta increíble la venalidad, la corrupción inmunda en que vive la llamada “gran prensa”. Bien que los diarios oculten los robos al erario, la camada de millonarios que produce cada sexenio, los atracos de los caciques y la falsificación democrática en que vive México; pero a la hora en que ocurre una agresión tan cobarde como la de Ciudad Tlatelolco, que enlutó a tantos hogares, informar con verdad, e intentar siquiera una tibia defensa de las víctimas, si es que los compromisos económicos no permiten más, resulta deber insoslayable.

Hace mucho tiempo que la prensa, en México, desertó al cumplimiento de su misión; pero en un caso como éste, se imponía abandonar la postura de rodillas y ponerse del lado de los injusta y cobardemente ametrallados.

Indignaba leer el jueves 3 los grandes diarios capitalinos: deformación y mentiras en su “información”, al grado de que los redactores del diario encadenado más servil y abyecto casi intentaron un motín, que quedó conjurado cuando recordaron que su órgano más sensible es el estómago.

¿Y las páginas editoriales, los comentarios de fondo? Frente al drama de millares de hogares capitalinos donde se lamenta la ausencia de los seres queridos muertos o desaparecidos, los sesudos comentaristas hablaban del dólar, de la última encíclica del papa, de las elecciones en los Estados Unidos, de Vietnam, del nombramiento de nuevos jueces, de los poetas clásicos y mil estupideces.

A los responsables de la matanza de Ciudad Tlatelolco los juzgará la Historia; de su juicio no escaparán quienes han hecho de la soberbia y la fuerza normas de gobierno; pero la prensa mercenaria, que a cambio de prebendas económicas ha vuelto la espalda al pueblo, tampoco escapará al juicio histórico. Y no nos referimos a caballerangos convertidos en periodistas encadenados, que ésos ya están juzgados y condenados desde ahora, sino a los que se llaman capitanes de la prensa, los que creen lucir títulos de profesionales de la pluma y están manchándose con el estigma de esta conspiración de silencio en torno a un crimen de lesa patria.

Lo dijo el maestro de periodistas:

“No es periodista el que trabaja en un periódico o es propietario de él. Periodista es el que busca la verdad y la publica, aun a costa de su honor, de su fortuna o de su vida”.

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Por qué?, con este reportaje objetivo sobre lo ocurrido el miércoles 2 de octubre de 1968 en Ciudad Tlatelolco, cree cumplir, en la medida de su modestia, con una labor que debía ser de todos los que en México se llaman periodistas.


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