Miguel Angel Velázquez
Ahora resulta que el asunto del aumento en los precios es uno más de los enigmas que deberá desentrañar la historia, cuando a ésta se le pegue la gana, porque por lo pronto el gasolinazo no tiene padre, y menos aún madre; por ello, al tiempo se tendrá que afirmar que es hijo natural, que no bastardo, del neoliberalismo.
Ya sabemos, nos lo repiten todos los días, a todas horas, que Felipe Calderón no es el culpable, él ni siquiera quería tal atentado contra la economía de los más necesitados, así que habrá que descartarlo; tampoco lo fueron los diputados del PRD, cuya pertinente aclaración dejó por cierto que sí, sí usan pantalones, es más, los compran o los mandan hacer bajo el estricto control de la moda azul; tampoco fueron los priístas, de ellos ni dudar, le pusieron el dedo, culparon a los panistas, a los azules, que no admiten tal atropello, aunque uno de sus diputados, histérico, desorbitado, atormentado por el flagelo de la mentira, haya subido a la tribuna a expiar sus culpas y, entre gritos desesperados, haya aceptado la carga del golpe, pero ¿qué historia, quién le hará caso a un loco?
Total, el gasolinazo brotó así no más, sin pecado original dirían los beatos azules, quienes, ya sin ninguna preocupación, ahora andan en la búsqueda del pretexto que, sin degenerar el origen de la imposición primera, explique la inflación galopante que con sólo la sombra del gasolinazo –entrará en vigor hasta enero– ya impulsó una escalada de precios.
Ellos, los del gobierno federal, los de la Secretaría de Hacienda, ya sabían que eso iba a suceder. En una economía de mercado salvaje como la que se vive en México, un anuncio como el que se hizo, es decir el aumento a los energéticos, sería usado de inmediato por el mercado no para restituir pérdidas, sino para tratar de utilizar los tiempos con el fin de incrementar ganancias.
Para ser más claros: El asunto era dar el golpe, poner en conocimiento de todos los incrementos en petróleo, gas y luz, cerrar los ojos ante los aumentos generalizados, para después abrir un compás de espera para que quienes se vieran afectados –nada más los grandes de la IP, según ellos– lograran un ciclo breve pero intenso de ganancias, y luego lanzar una campaña publicitaria para prohibir la escalada de precios que ya había sucedido. Así, todos (ellos) quedarían contentos, y el pueblo burlado. Lo tenían previsto.
No podía ser de otro modo. Para poder aguantar el gasto en salarios de la burocracia federal, que en los primeros ocho meses de este año fue 26 mil millones de pesos mayor que el año pasado, según informes de la Secretaría de Hacienda, (La Jornada, 1º de octubre) algo se tenía que hacer, sin molestar, desde luego, a los señores del dinero que con tanto gusto se involucraron en el fraude que impuso a Felipe en Los Pinos.
Tal vez por eso, nadie quiere hacerse cargo del golpe, porque a fin de cuentas no es más que otra urdimbre que desde el gobierno del odio se teje para tratar de engañar a la gente, que otra vez tendrá que pagar los grandes salarios de los burócratas federales, y otra vez engordará el bolsillo de los más adinerados.
Por eso cuando Marcelo Ebrard echa chispas en contra de la política económica federal, y Andrés Manuel López Obrador pone en el lado de los cómplices a los diputados del frente que él creó, no hay más que analizar los datos para entender el por qué de sus preocupaciones.
De pasadita
Ahora sí que los diputados del PRD se lanzaron contra el secretario de Hacienda en su comparecencia. Hasta le insinuaron con globos su condición física. No, ni quien diga nada, los escándalos estériles se les dan rebién. Es más, ahora si mostraron tener pantalones, lástima que sean cortitos, muy cortitos...
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