León Bendesky
El calentamiento global como fenómeno climático está a diario en las noticias y es motivo de debates por todas partes. Se reconoce con premios internacionales el carácter prioritario de este asunto, aunque no hay un consenso entre científicos ni políticos sobre la magnitud del problema y las medidas de política pública para enfrentarlo.
La dimensión ideológica acerca de la naturaleza y las consecuencias del cambio climático se expresa cada vez de manera más abierta en las posturas que hoy son convencionales a la derecha y la izquierda. El ambientalismo aparece para algunos como una rencarnación del socialismo: un nuevo fantasma recorre el mundo, ¿se acuerdan?
El calentamiento planetario no se reduce hoy al cambio climático y sus repercusiones, que ya se advierten y pueden provocarse de seguir la tendencia actual del uso de los recursos, la generación de la energía y la distribución de la riqueza.
El mundo se calienta de otras maneras, pero las circunstancias en que eso ocurre no se difunden con el mismo esmero y no concentran nuestra atención, que se orienta a asuntos cada vez más triviales.
Los conflictos sociales y humanitarios constituyen también expresiones diversas de calentamiento y formas de degradación. Algunas logran contenerse en un determinado ámbito geográfico, otras entrañan la posibilidad de extenderse de manera regional y convertirse en una conflagración más extendida.
Desde Irak y Afganistán se irradian ondas cada vez más extendidas que reencienden enfrentamientos añejos, los hacen más hondos y desatan otros más difíciles de contener. En Irán se desata la disputa nuclear cuya tensión se extiende a Pakistán y más allá a Corea del Norte y China.
La situación despierta ecos de la guerra fría. Estados Unidos quiere protegerse con un escudo antimisiles que detenga un posible ataque nuclear de Irán. La idea no es nueva, viene de la época de Reagan. Hoy se plantea de nuevo, pero Rusia no es el mismo país que la desgastada Unión Soviética y Putin no es Gorbachov.
Vladimir Putin se planta frente a las intenciones de Bush. Hace unos días dijo que el escudo representa una situación similar a la crisis de los misiles en Cuba en 1962, que enfrentó a Kennedy con Kruschov en uno de los puntos más graves de la segunda posguerra.
Las líneas geográficas de este conflicto que se extiende desde Oriente Medio se plasman en Europa, en las instalaciones de radares y sitios de intercepción que ya existen y los nuevos que se planean, ubicados en Polonia y República Checa, que están en la trayectoria de los misiles que pueden lanzarse desde Irán.
Pero la frontera europea se calienta también en su extremo turco, país que tiene frontera con el norte de Irak, donde se asientan los kurdos. Más de 100 mil soldados turcos están en dicha frontera, donde puede surgir otra chispa que encienda una guerra más extendida. Los sucesos se están dando casi como en un guión que hace recordar –con sus propios rasgos– las experiencias de 1914 y 1939.
Hay otro frente de conflicto que no puede perderse de vista y que se fragua en el campo económico. El precio del barril de petróleo llegó a 92.22 dólares al final de la semana pasada en un proceso asociado con las tensiones emanadas de Irán. Dicho precio ha aumentado casi 50 por ciento en lo que va del año y se estima que puede llegar a los 100 dólares.
La presión que esto representa para la estabilidad de los precios y el crecimiento en los países más desarrollados es muy grande. El asunto se complica a mediano plazo con los efectos de la crisis de los créditos hipotecarios en Estados Unidos, que no está totalmente contenida y desnuda las formas de transmisión del funcionamiento cada vez más especulativo de los mercados de dinero y capitales a escala global.
Lo mismo ocurre con el efecto de la devaluación del dólar frente al euro. Esto opera como un mecanismo de ajuste de los desequilibrios económicos en Estados Unidos, donde los datos recientes indican que disminuye su déficit comercial con el abaratamiento de sus exportaciones. La contraparte, que es el encarecimiento de los productos europeos, se deja ya sentir en las empresas de esas naciones y las estimaciones del crecimiento del producto y del empleo en la zona euro van ya a la baja.
Las repercusiones de estos fenómenos bélicos y económicos en otras partes del mundo son diversas, pero cada vez más evidentes, como ocurre en América Latina y otras regiones de menos desarrollo, donde la pobreza se afirma como condición social. Esto se asocia, por ejemplo, con la pérdida de relevancia de los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial y el FMI.
El orden internacional establecido mediante la creación de la ONU y los organismos emanados de Bretton Woods al final de la Segunda Guerra Mundial ya se había cimbrado desde la década de 1970. Ante los profundos cambios geopolíticos y económicos que se dieron desde entonces no se ha restablecido un nuevo orden que reduzca la intensidad de los conflictos. Ahora éstos crecen sin que surja un liderazgo mundial y una capacidad de gestión que los contengan. Éste es el escenario del inicio del siglo XXI.
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