Ángel Guerra Cabrera
La holgada victoria de la Alianza PAIS del presidente Rafael Correa en la elección de delegados a la Asamblea Constituyente marca un hito en la historia de Ecuador. Es la primera vez desde la independencia que una amplia mayoría ciudadana entrega a un movimiento nacional el mandato político y jurídico para barrer con la república oligárquica nacida entonces y refundarla sobre bases auténticamente democráticas. Los partidarios del presidente no necesitarán de alianzas ni compromisos con otras fuerzas para sacar adelante la nueva Carta Magna, de modo que ha sido sentenciada al basurero de la historia la vigente Constitución neoliberal de 1998 que abrió las puertas indiscriminadamente al capital transnacional, a las privatizaciones y al reparto de las instituciones y sus fondos entre los partidos políticos tradicionales.
Se confirma el rotundo rechazo del pueblo a las organizaciones políticas que han gobernado durante décadas contra los intereses de las mayorías. Un fenómeno creciente en América Latina, que tiene sus expresiones más nítidas en Venezuela, Bolivia, la sorprendente Costa Rica y el propio Ecuador, ratificado ahora con el tercer triunfo electoral consecutivo de Correa desde su elección en noviembre de 2006. Antes debió ganar la presidencia en segunda vuelta a la derecha, que juntó contra él sus ingentes recursos económicos y mediáticos en apoyo a la candidatura del potentado bushista Noboa; y en marzo de este año lograr la aplastante aprobación a la convocatoria de una Constituyente con plenos poderes.
Correa ha cosechado en la extendida conciencia y experiencia popular ecuatoriana en la lucha por la soberanía, contra las políticas neoliberales y la llamada partidocracia, que llevó a un mar de pueblo a sacar de la silla a tres presidentes neoliberales en los últimos años. Pero hay que destacarlo, su sensibilidad social, intuición política, conocimiento de la realidad del país y capacidad de liderazgo han sido determinantes para organizar y encausar esas potencialidades hacia la transformación del país. Es un hombre digno y valiente políticamente, de lo que acaba de dar otra prueba al negarse a asistir a la cena ofrecida por Bush a los mandatarios asistentes a la Asamblea General de la ONU en repudio a las arrogantes palabras del emperador ante ese foro.
El discurso del inquilino de la Casa Blanca evidenció la desesperación de los círculos dominantes en Washington ante la rebelión de América Latina y el ejemplo inconmovible de Cuba, pero también reveló en su odio e insolencia las peligrosísimas acciones que el imperio está dispuesto a emprender en cualquier parte del mundo, y en particular en nuestra región, contra los que no se le subordinen. Cabe esperar un feroz redoblamiento de la natural hostilidad de la oligarquía y de Washington contra un acto de suprema soberanía nacional como será la Constituyente ecuatoriana.
Los ataques contra el gobierno de Correa y la Constituyente comenzaron desde antes que este asumiera la presidencia y se han intensificado en los últimos días como se aprecia al leer la prensa dominante ecuatoriana e internacional. Un botón de muestra lo tenemos en El País, altoparlante ibérico del bushismo.
Y es que lo que está en juego en un Estado de la importancia geopolítica de Ecuador es la instrumentación de un programa de liberación nacional y justicia social, que unido a los que se aplican en Bolivia y Venezuela, ejercerá gran influencia transformadora en los pueblos de América Latina. Cada país lo hace con características y criterio propios pero con un común denominador antineoliberal, como se aprecia en el caso ecuatoriano: control estatal de los recursos naturales para el bienestar de la nación y revisión de los contratos petroleros que no cumplen la norma, no al libre comercio, derecho a la educación y salud gratuitas de alta calidad, democracia participativa, preservación del medioambiente, banca para impulsar la producción y no la especulación y el monopolio, cobrar impuestos a las grandes empresas hoy evasoras, rediseño territorial en función de atender mejor a la gente, evacuación de la base yanqui de Manta, rechazo al Plan Colombia, integración latinoamericana y duras medidas contra la corrupción, la impunidad, el racismo y el machismo. Correa necesitará mantener y profundizar el apoyo de masas para ganar esta batalla y se echa de menos al movimiento indígena, cuya reorganización es indispensable en un Ecuador renovado.
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