Por Andrés Schipani en La Higuera, Bolivia
Cuarenta años después de su muerte en Bolivia, Guevara es una fuerza viviente en el pueblo en el que su cuerpo fue exhibido
A las 8 p.m. en la plaza principal del polvoriento pueblo de Vallegrande, el único sonido es el murmullo de los rezos que vienen de la iglesia. En el interior, católicos devotos toman asiento y permanecen alrededor de la imagen de Nuestro Señor de Malta -el único Cristo negro en Latinoamérica (sic)- traído a este pueblo boliviano durante la conquista española.
Pero este no es el único elemento extra njero de devoción. El Padre Agustín, sacerdote polaco, lee en voz alta las oraciones escritas por la gente local: "Por mi madre que está enferma, ruego al Señor y a...", titubeantemente, "a San Ernesto, a el alma del Che Guevara." "San Ernesto", la congregación murmura en respuesta.
Fue aquí en Vallegrande, hace 40 años, que el cuerpo de Ernesto Che Guevara fue exhibido, con los ojos abiertos, en l a lavandería del hospital. Y es aquí donde su santidad no oficial está siendo firmemente establecida. "Para ellos, él es justo como cualquier otro santo" , dice el Padre Agustín a regañadientes. "Él es como cualquier otra alma a la que le rezan. Uno no puede hacer nada."
En una banca en la plaza, Freddy Vallejos, de 27 años, dice: "Tenemos fe, confianza en el Che. Cuando me acuesto y cuando despierto, primero le rezo a Dios y después le rezo al Che -y entonces- todo está muy bien". Freddy usa una cachucha con la emblemática figura del Che Guevara de Alberto Korda. "El Che aquí es una presencia positiva. Lo siento en la piel, tengo fe que siempre, en todo momento, está cuidando de nosotros."
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