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Sumario:
I. Pese a amenazas policiacas, arranca en Guanajuato campaña contra el gasolinazo
II. ¡Benditos semilleros!, por Rosario Ibarra
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PESE A AMENAZAS POLICIACAS, ARRANCA EN GUANAJUATO CAMPAÑA CONTRA EL GASOLINAZO
“Este lugar es peligroso. Si les llega a pasar algo a ustedes, es bajo su responsabilidad”. Con esas palabras se dirigió un policía a los militantes perredistas que el día de ayer se apostaron durante una hora en la caseta de cobro de la carretera Guanajuato-Silao para repartir volantes en contra del alza a la gasolina, acción con la que este grupo de activistas guanajuatenses ha emprendido la campaña a la que Andrés Manuel López Obrador ha convocado a todos los mexicanos para detener el anunciado gasolinazo.
Según reportó hoy el diario AM de la capital del estado en nota de la reportera Catalina Reyes Colín, desde un principio, las corporaciones policiacas quisieron retirarlos de ahí. Incluso dos policías municipales los amenazaron con llevárselos si no se iban. Pero no lograron ninguna de las dos cosas. Los perredistas se fueron por su propia voluntad.
Cuando llegaron a la caseta, poco después de las 11 de la mañana, agentes de Tránsito del Estado intentaron impedirles la repartición, pues les dijeron que no estaba permitido. Aún así, la brigada de propaganda inició la entrega de volantes a los conductores, sin impedir la circulación y sin bloquear la caseta, pues se colocaron a los costados de los carriles, y sólo dieron el volante a quienes lo aceptaban.
Pero a distancia —relata la nota periodística de Catalina Reyes— un agente de Tránsito del Estado les tomaba fotos. Alrededor de las 11:40, llegó una patrulla de Seguridad Ciudadana municipal con dos elementos. El policía José Román Aguilar les informó que les habían reportado que los perredistas se estaban atravesando a los vehículos. Por lo tanto, les pidió que se retiraran, hablando en tono cordial en todo momento.
“No nos estamos atravesando, se puede quedar para constatarlo”, se defendieron. “No, tampoco nos podemos quedar. Si no se quieren retirar, nosotros no les podemos hacer nada. Si es una propaganda política no nos interesa, si es del PRI o del PAN. Yo sólo reporto esto a Seguridad Pública y me llevo este volante”, respondió el policía, y tomó el nombre completo, cargo (presidenta del comité municipal perredista) y edad de Rosa María González, así como la dirección del comité municipal, pues ella se presentó como responsable del acto.
El oficial explicó que esta información era necesaria porque si atropellaran a alguno de los perredistas, el responsable de la repartición sería el culpable. Pero luego llegó un segundo policía, quien, ya sin amabilidad, fue más estricto en pedir que se fueran.
— Si traen permiso, que se queden. Si no, que se retiren, ordenó.
— Es un derecho constitucional que tenemos de manifestarnos —atajaron los activistas.
Los policías explicaron que personal de la caseta de cuota había pedido que los perredistas se quitaran de ahí. “La caseta no es privada, es del pueblo, porque todos pagamos impuestos. Para expresarse políticamente en este país no se necesita permiso”, respondieron.
El segundo policía insistió en que se necesitaba permiso y, si no lo tenían, se los podían llevar. “Llevárnoslos no es detenerlos”, trató de matizar el primer policía.
Aún así, no lograron que los perredistas aceptaran irse. Sin lograr su cometido ni una respuesta, los dos policías municipales se alejaron a su patrulla, para conversar con un empleado de la caseta de cuota y un agente de Tránsito del Estado.
Minutos después, los policías se fueron y los perredistas continuaron su repartición de volantes un rato más.
En ese lapso fue que un agente de Tránsito lanzó una nueva amenaza velada: “Este lugar es peligroso. Si les llega a pasar algo a ustedes, es bajo su responsabilidad”, pero ya no les pidió que se retiraran.
A las 12:20, los perredistas se fueron de la caseta a continuar la entrega en Embajadoras, pues tenían cuatro mil volantes por distribuir. Así concluye la nota informativa de Catalina Reyes Colín, del diario AM.
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¡BENDITOS SEMILLEROS!
por Rosario Ibarra
(publicado en El Universal, 27 de noviembre de 2007)
Suele decirse que una fotografía “dice” más que mil palabras. No concuerdo del todo con esa idea, pero sí sé decir que algunas “hablan” a la vista, y llaman a las almas a la conmiseración y al llanto... y a veces, a la indignación y hasta a la ira, ese terrible pecado capital.
Muestra de lo que antes menciono son las que desde hace años conocemos, en las que pueden verse los cuerpos de los jóvenes caídos en Madera, Chihuahua, las del 2 de octubre de 1968, las del Jueves de Corpus en junio de 1971, las de la masacre brutal de Acteal, entre muchísimas otras, todas de crímenes impunes, perpetrados por el ejército o las policías legales e ilegales de los malos gobiernos y por grupos paramilitares protegidos o alentados por ellos.
Todo esto llegó a mi mente al contemplar fotografías que recibí hace apenas dos días y que tienen que ver con la sevicia con la que fueron tratados los jóvenes estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa, Guerrero. En una de ellas puede verse a un joven tirado en el suelo, boca abajo, cubriéndose la cabeza con las manos y soportando en su espalda la infamante pisada de uno de los policías que, tolete en mano, agachado sobre él, lo mira amenazante de cerca. En otra, el mismo muchacho alzado en brazos por sus compañeros, descalzo, con el rostro ensangrentado, con la mirada perdida, parece preguntarse: “¿Por qué tanta injusticia?”... ¡Y es que pretende el gobierno cerrar su escuela!
Al llegar a este momento, recordé con profunda indignación cómo fue “cerrada” la escuela, la famosa escuela de los hermanos Escobar, en Ciudad Juárez, Chihuahua, la que conocí de niña, porque mi padre, ingeniero agrónomo, integrante de la primera generación de egresados, me llevó a leer su nombre en la columna en la que se escribían los de todos los que allí estudiaron. Guardo celosamente una fotografía que muchos años después, junto a mis hijos pequeños, tomó mi esposo para que conocieran el sitio donde estudió su culto abuelo. En la parte más baja de la columna se podían leer claramente los nombres de la primera generación. Entre todos ellos distinguimos: V. Ibarra, 24 de junio de 1910, y en un antiquísimo libro de registros que conservaba mi padre, junto a una igualmente vieja fotografía de la entrevista Díaz-Taft, en aquella ciudad fronteriza, a la que los alumnos fueron llevados (la mayoría contra su voluntad), junto a los nombres y firmas de todos ellos, está completo el de mi padre: Valdemar Ibarra Ramírez.
Esta hermosa escuela, que tantas generaciones de brillantes alumnos cobijó, amada y recordada por ellos con infinito cariño y gratitud, fue cerrada durante el gobierno de Francisco Barrio Terrazas, porque —según se dijo en los diarios— era “un semillero de ideas”... ¿Serán “semilleros de ideas” también las normales rurales? Pensamos que eso esgrimen los gobiernos del cambio imposible, que entre 2003 y 2004 cerraron dos, mientras el priismo cerró 25, y hoy urge defender no sólo las 15 que quedan, sino hacer que vuelvan a abrirse las que han clausurado, porque mienten quienes afirman que en Guerrero y en otros estados no hay analfabetismo. Mienten a sabiendas y engañando al pueblo, al sufrido y noble pueblo mexicano, los que quieren no sólo acabar con la cultura a la que tiene derecho, sino que buscan prepararlo como “mano de obra calificada” y se abstienen de decir que también la quieren barata... y para colmo, uno de los mayores logros de la clase trabajadora, la jornada de ocho horas, pretenden hacer cambios a la ley para acrecentarla.
En el Frente Nacional Contra la Represión y en el Comité ¡Eureka! apoyamos y apoyaremos a los jóvenes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México para que sigan con su valiosa labor de enseñar al pueblo pobre del país. Estos jóvenes humildes, generosos y con vocación de servicio quieren sacar a los pobres de la marginación y el engaño en que lo han mantenido los malos gobiernos, y si sus escuelas son —según dicen— un semillero de ideas, nosotros, las madres de los desaparecidos, decimos: ¡bendito semillero!
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