Gloria Muñoz Ramírez
El muro es alto, frío, denso. Enorme y compacta pared gris que penetra Jerusalén y toda Cisjordania. El muro crece sin que nada lo detenga. El muro divide familias palestinas, parejas árabes que por designios de Israel no pueden tocarse, hijos que crecen sin padres, generaciones enteras y tierras fértiles pertenecientes a los moradores primeros.
Imaginar un muro es una cosa; verlo de cerca y palpar la condena impuesta al pueblo palestino rebasa la indignación. El recorrido por los alrededores de Jerusalén, esa ciudad milenaria en la que confluyen todos los mundos, es la travesía por los límites de la vergüenza. Las colonias israelíes, que en sí mismas forman otro cordón de concreto, se extienden cada vez más por los campos y colinas de Cisjordania. Torres de cemento que semejan cajas de zapatos apiladas van cerrando el círculo alrededor de Jerusalén, donde los palestinos que habitan del otro lado no pueden entrar sin permisos especiales. Los que quedan dentro portan un carnet especial de residentes, sin prácticamente ningún derecho ciudadano en su propio territorio.
Aquí, en Tierra Santa, las cosas del amor se complican. Si un palestino que vive dentro de Jerusalén quiere casarse con una mujer de Cisjordania, se ve forzado a salir de la ciudad, pues la pareja no podrá atravesar esa frontera impuesta, y si él se atreve a salir de Jerusalén, perderá su residencia y difícilmente podrá regresar. Sutil manera de expulsar a los árabes. Se trata de lograr que no quede uno solo dentro y que la ciudad se vaya repoblando con los colonos israelíes, a los que se les da todo tipo de facilidades para que se instalen en esos territorios.
La carretera uno, conocida como By Pass Road, se construyó para que los colonos israelíes no tuvieran que cruzar las ciudades árabes en sus trayectos. En sus colonias viven encerrados tras alambres y bardas. Pero la carretera no sólo separa ciudades árabes de asentamientos israelíes, sino parte en dos muchos pueblos palestinos. Esta carretera, al igual que el muro, los puestos de control, las colonias y la militarización israelí, viola todas las leyes internacionales.
A partir de 1967, 45 por ciento de las tierras árabes de Jerusalén fueron ocupadas por los israelíes, una parte militarmente y otra para dejarla, según se dijo, como zona ecológica protegida. Hoy aquí se levantan colonias y propiedades israelíes, con lo que el porcentaje de tierras ocupadas se incrementa de manera alarmante.
La colonia Neve Ya akov se erigió en 1969. Si los Acuerdos de Oslo se cumplieran, ya no se podrían construir más edificios israelíes. Pero en las colinas las constructoras trabajan sobre terrenos árabes, por ejemplo sobre Beit hanoun.
El recorrido sigue por el campo de refugiados de Shu fat, el único dentro de Jerusalén, y data de 1967. Una cárcel al aire libre habitada por los palestinos que antes vivían en un barrio cercano al Muro de los Lamentos. Los desplazaron diciéndoles que sólo sería por unas semanas. Han pasado ya 40 años. Hoy una extensión del muro empieza a rodearlos. Que se cansen y abandonen el campo. De eso se trata todo esto.
A la infamia del holocausto, Israel respondió con una infamia peor que ya dura cuarenta años. Se vuelve a acumular el odio contra los judíos y lejos de protegerse vuelven a ponerse en peligro de que surja otro loco que quiera acabar con ellos argumentando que ellos quieren acabar con los palestinos, lo cual es una realidad innegable.
sábado, noviembre 03, 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario