Pedro Miguel
Historias de helicópteros y de Uribes
En el aeropuerto de Barajas se amontonan los colombianos en situación de exilio. Son cerca de mil 700 los que han pedido refugio en España en lo que va de este año; un ritmo de cinco diarios, si fuera constante, pero que ha llegado a 40 al día y que se ha incrementado a últimas fechas: el mes pasado fueron 400 y actualmente unos 150 ciudadanos de Colombia se hacinan en las salas 3 y 4 de la Terminal 1, sin poder salir de allí ni recibir visitas de familiares.
Las solicitudes de asilo político no son un truco de migrantes laborales para burlar los desalmados controles migratorios de una que a veces se comporta no como madre, sino como madrastra patria. En este caso, 60 por ciento de las solicitudes han sido aceptadas por el Ministerio del Interior de Madrid, que hasta tiempos recientes no concedía “casi a nadie” el estatuto de asilado, a decir de Mauricio Valiente, funcionario de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Sabrá Dios cómo andan las cifras en Argentina, Venezuela, México, Estados Unidos y en otros países. En Ecuador hay “11 mil 492 refugiados y 36 mil 665 solicitudes de asilo, la mayoría de nacionalidad colombiana”; en Costa Rica el ACNUR tiene bajo su competencia a 10 mil 636 refugiados, “la gran mayoría de origen colombiano”; en Venezuela “el número de refugiados reconocidos es de 719; los solicitantes de asilo son 7 mil 754; la cifra total de población de interés de ACNUR es de 200 mil personas, la mayoría de origen colombiano”. Hace cinco años, ya con Álvaro Uribe Vélez encaramado en la presidencia, se realizó en Estocolmo el primer Congreso de Colombianos Exiliados. ACNUR los calcula en 60 mil y la Agencia de Prensa Rural da una cifra de 100 mil.
Serán muchos, en todo caso, porque el gobierno de Bogotá se ha tomado la molestia de organizar una red de agentes de hostigamiento contra exiliados. Desde las misiones diplomáticas de Colombia opera una red informal denominada “los cien mil amigos, con el propósito de infiltrar y espiar las actividades de los exiliados y presionar a los países que dan asilo a opositores con el pretexto de que son guerrilleros. La red opera en varias ciudades del mundo, pero su actividad es especialmente intensa en Ginebra, donde los “paradiplomáticos” de Uribe “operan bajo la cobertura de ‘acreditados’ ante numerosas conferencias y organizaciones internacionales con sede en esta ciudad internacional”.
Desde luego, estos perseguidos son sólo una pequeña minoría de los colombianos que se han visto obligados a dejar su lugar de residencia a causa de la violencia política: entre dos y medio y 3 millones de almas, según cifras oficiales, suman los “desplazados internos que lo pierden todo, abandonan sus hogares, bienes y medios de vida y están en constante peligro, ya sea de ser objeto de represalias o de que un nuevo brote de violencia haga necesario desplazarse nuevamente”.
El discurso oficial dice que hay una matazón entre guerrilleros y paramilitares de la que el gobierno no tiene la culpa, y que pobrecito, y que Ave María Purísima. Mentira: Uribe es un presidente puesto en el cargo por los paramilitares y posiblemente también por los narcos. Más allá de los desplazados y refugiados internos, atrapados entre dos frentes, que supuestamente escapan al control de las autoridades, los exiliados son individuos cuyas posturas políticas pueden tener por consecuencia la cárcel y la muerte. Qué tiempo de simulación mundial es éste, en el que los mandatarios encorbatados se pasean por el planeta con pasaportes de demócratas formales y que, al volver a casa, se ponen los trajes de faena de torturadores y de asesinos para hacer frente a sus opositores.
Veamos un caso ilustrativo de la persecución: en 2002, Daniel Coronell, hoy premio Simón Bolívar de Periodismo, contó la historia de un helicóptero que pertenecía a Alberto Uribe Sierra, padre del actual presidente, que fue hallado en un laboratorio de producción de cocaína. Posteriormente, reveló que uno de los integrantes de la Comisión Nacional de Televisión había sido designado con el respaldo de Juan Gonzalo Ángel, narcotraficante amnistiado a cambio de proporcionar información a la policía. En 2005, el informador partió al exilio, tras recibir llamadas telefónicas, coronas fúnebres y correos electrónicos con amenazas de muerte para su esposa, la también periodista María Cristina Uribe, y la hija de ambos, entonces de seis años. Coronell investigó las direcciones IP desde las que habían sido enviados los mensajes y encontró que el origen era una computadora en una mansión del barrio de Suba, Bogotá, perteneciente al ex congresista y ¿ex? narcotraficante Carlos Nader Simmonds (preso unos años en Estados Unidos por contrabandear droga), hombre próximo a Uribe Vélez y posiblemente vinculado al asesinato del candidato presidencial progresista Luis Carlos Galán, en 1989. Con estos datos, Coronell obtuvo una orden de allanamiento. Él mismo cuenta: “La policía encontró todas los e-mail en su computador con los cuales me había amenazado. No obstante, Caros Nader sigue libre y se defendió afirmando que mucha gente tenía acceso a su computador”.
De vuelta en Colombia, Coronell documentó la veracidad de lo dicho por la ex amante de Pablo Escobar, Virginia Vallejo, de que para compensar los daños sufridos por la aeronave de la familia Uribe, el desaparecido líder del cártel de Medellín prestó su propio helicóptero para que el actual presidente llegara hasta la finca de su padre, Alberto Uribe Sierra –señalado por numerosas fuentes como narcotraficante–, quien había resultado herido en un intento de secuestro organizado al parecer por las FARC. No está claro si Uribe Sierra llegó vivo a Medellín, a bordo de ese mismo transporte, pero no logró sobrevivir a las heridas. Coronell recuperó de la hemeroteca notas publicadas en El Mundo en junio de 1983 en las que se informaba: “El hijo del ganadero muerto, ex alcalde Álvaro Uribe Vélez, en un helicóptero del hacendado Pablo Escobar, viajó a la zona, después de conseguir un permiso especial de la Aeronáutica”. La reacción presidencial no se hizo esperar. “En medio de una entrevista en RCN Radio, Uribe pidió que pusieran al aire a Daniel para un debate público; los pusieron en comunicación y se tuvo que asistir a un degradante espectáculo de 80 minutos en los cuales el presidente de la República insultaba a uno de los mejores periodistas del país sin responder a sus preguntas”, escribió el italiano Simone Bruno. Entre otras lindezas (“miserable”, “cínico”, “calumniador”), el gobernante dijo al periodista: “Quien, como usted, es débil, suele confundir el temperamento con la cólera, y yo tengo un temperamento muy fuerte”; Coronell le replicó que si lo publicado con su firma era falso, bien podía Uribe demandarlo ante las instancias judiciales. Y recordó: “Después de estos litigios públicos con usted, generalmente llegan las amenazas, como ya me pasó a mí”. No invento nada: las fuentes están en http://navegaciones.blogspot.com.
Por lo pronto, Coronell permanece en su país. Pero miles de compatriotas suyos han llegado al aeropuerto de Barajas en demanda de asilo, y hay sobradas razones para entenderlos.
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