Octavio Rodríguez Araujo
Con la frase que titulo mi artículo de hoy terminó el que escribió aquí Iván Restrepo el 28 de febrero de 2000: “Tabasco: las inundaciones más democráticas”. En ese artículo Iván decía que las autoridades no aprendieron la lección de la naturaleza y mencionaba cómo se administraban los enormes recursos de ese estado en el pasado; y añadía: “el futuro lo están fincando en los errores de ayer”.
Y así lo hicieron, alterando la hidrología de Tabasco y retando a la naturaleza con obras que representaron negocios enormes para unos cuantos y desplazamiento de los pobres a zonas de alto riesgo en las márgenes de los caudalosos ríos. La corrupción, la falta de planeación y de previsión, el desdén a las lecciones del pasado (de la inundación de 1999, entre otras) y la irresponsabilidad de los gobernantes (de Madrazo y sus herederos) son las causas de la tragedia de hoy, y no sólo, como ha querido decir Felipe Calderón, “la alteración climática”.
Lo que ha ocurrido en Tabasco y en Chiapas no es muy diferente de lo que pasa y pasará en muchos lugares de México, aunque las proporciones de cada caso sean distintas y en algunos tengan el signo de una verdadera tragedia. En el país se han conjugado dos elementos principales (no únicos), que desde hace décadas han hipotecado su futuro, un futuro que ya nos alcanzó. Estos dos elementos son la falta de planeación y la corrupción.
La falta de planeación ha hecho crecer las ciudades anárquicamente generando problemas que, en la práctica y con los recursos del país, no tienen solución: urbanizaciones que alteran la ecología, envenenamiento de mantos freáticos, aumento de la contaminación del aire, sobrecarga de las posibilidades de servicios, etcétera, pero, esto sí, enriquecen a algunos en contra del bien común y, como en todos lados, de la población menos favorecida. En el campo se observa el mismo fenómeno: ahora importamos alimentos que antes exportábamos y se empobreció más a sus habitantes que emigran como pueden a donde pueden.
La llamada zona metropolitana del valle de México, para citar un ejemplo dramático que cualquier día explotará, se convirtió en un monstruo con 58 municipios del estado de México (y uno de Hidalgo) que rodean al Distrito Federal más que duplicando la población de la capital de la República. ¿Cómo se dejó crecer este monstruo y por qué? Por falta de planeación y porque los gobiernos del DF y del Edomex lo permitieron a lo largo de los últimos 40 años con los consabidos beneficios para la alta burocracia y para los inversionistas sin escrúpulos.
De la misma manera se actúa en cientos de municipios del país, donde sus gobernantes, a cambio de “compensaciones” y de reflectores políticos, autorizan obras que luego se convierten en problemas irreversibles, incluso para los que se beneficiaron de ellas.
La falta de planeación ha favorecido la corrupción y ésta ha impedido que en México, a diferencia de otros países igualmente capitalistas, se elaboren planes de largo plazo y se respeten. Con políticos deshonestos no hay plan que valga, y la deshonestidad no es sólo corrupción para enriquecerse, sino también para ganar votos con obras de relumbrón de validez (cuando la tienen) coyuntural y efímera, y que luego se convierten en problemas, por ejemplo cuando ocurren catástrofes naturales (temblores, inundaciones, incendios, etcétera).
En Tabasco se sabía que con construcciones en lagunas disecadas y en los llamados vasos de regulación el agua de lluvia desbordaría los ríos y que éstos ya estaban parcialmente taponados desde 1999, por lo menos. Sin embargo, no se hizo nada o, más bien, sí se hizo: se continuaron las construcciones, no se desazolvaron los ríos, no se fortalecieron los diques y el dinero público se usó para actos demagógicos incluida la compra de votos y de imagen para gobernantes corruptos y sucesores enamorados del poder y enemigos de su estado. A nombre del llamado progreso (que quién sabe por qué se asocia siempre con obras copiadas de los países del primer mundo y que terminan siendo caricaturas mal hechas) se destruyen selvas, bosques, lagunas, ríos, plantaciones tradicionales y demás, sin pensar en el futuro.
No hay como los gobernantes y empresarios mexicanos para matar a la gallina de los huevos de oro. Se entiende que los capitalistas quieran ganar dinero al costo que sea, pero se supone que para eso existe el Estado: para regular al capital en sus ambiciones sin límites. En lugar de esto, los representantes del Estado se convierten o tratan de convertirse en socios, en beneficiarios del soborno, en ricos de un día al otro y sin ningún sentido de servicio público ni perspectiva del futuro. En tres o en seis años quieren ganar, desde sus puestos de poder, lo que un empresario común en un país civilizado alcanza en 30 o 40 años de riesgos y triquiñuelas (pues en general tampoco son honestos). ¿Y el municipio, el estado o el país que gobiernan? Bien, gracias. Será problema de otro gobernante quien, si es posible, lo escoge el saliente precisamente para que le cubra las espaldas. Y así al infinito o hasta que el pueblo mexicano logre organizarse y decir “ya no” (cosa que dudo en el corto plazo).
La tragedia de Tabasco, y también de Chiapas, nos duele a todos, pero no culpemos al clima, sino a nosotros mismos, que hemos consentido, aunque sea por omisión, que los gobernantes de éste y otros países hayan permitido y permitan que el clima cobre la factura de la destrucción del planeta sin prevenir las consecuencias de sus errores, de los errores de ayer cometidos por corrupción y por falta de planeación.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario