Por María Teresa Jardí
Otra crónica anunciada es que cuando se aprueba una ley prohibicionista siguen otras en cascada. No hay mejor manera para lograr mantener al pueblo alejado de la política que prohibir y prohibir y, claro, se empieza siempre por aquello que se presume que tiene el consenso de muchas personas.
La derecha ha funcionado siempre así, prohibiendo para entretener. Si buscamos en nuestra memoria encontraremos a Santa Anna prohibiendo el tener ventanas, a base de hacer pagar impuestos por las ventanas.
Nunca he fumado. Y sufrí, como adolescente, el disgusto enorme que me producía el tener una madre que lo hacía. Quizá por eso nunca se me ocurrió ni siquiera probar a qué sabía. Y, sin embargo, soy capaz de disfrutar el olor a tabaco (sobre todo si es de puro) que me remite a las paellas familiares del domingo y a las tardes de toros de ese mismo día. Mis hijos no fuman y mis sobrinos, con alguna excepción, tampoco. El mayor de mis hijos no lo hizo nunca. El menor un día lo dejó y le molesta incluso que alguien fume cerca de su hijo; y de las sobrinas, curiosamente, sólo fuma la menor, quizá, porque la prohibición, adolescente al fin, la incita a hacerlo.
Aceptar como correctas las leyes prohibicionistas es un error mayúsculo de terribles consecuencias. Se empieza con una y siguen otras en cascada.
No hay mejor manera que prohibir para lograr mantener las cosas sin cambios cuando el poder se encuentra en manos de unas cuantas familias mafiosas, como sucede en nuestro país.
La izquierda por definición es libertaria y por ende entiende el peligro de las leyes prohibicionistas. Es entendible que la derecha, que se ha apoderado de la cabeza del PRIAN, haya querido impulsar una ley que prohíba fumar en todos los lugares públicos. Lo que de plano es incomprensible, si además no entendemos que el PRD también es de derecha, es que ese partido se sume a la monstruosidad que esto significa. Pero, claro, detrás está, en el caso de todos los partidos, la corrupción que los hermana de manera irreversible.
Es lo mismo que sucede con las otras drogas. Se convierte en clandestina la mercancía y los gobiernos disfrutan del negocio que eso significa y a la par fomentan la venta al menudeo, también un gran negocio, al precio de tornar a la sociedad en adicta.
Como se roban tanto dinero no alcanza para las campañas de prevención que son las únicas que realmente funcionan y ávidos insaciables de dinero no quieren que se les vaya ni un peso, sin importar el precio que la sociedad tenga que pagar por su ambición desmedida que ha enfermado mortalmente a la clase política, irrecuperable en México, para gobernar al pueblo mexicano.
Los no fumadores tienen el derecho de no comer al lado de alguien que fuma.
Pero el problema está en la educación y se resuelve con campañas para concienciar sobre el respeto que el otro siempre merece y no en otorgar el permiso de salir a buscar a un policía porque el vecino de mesa encendió, incorrectamente, un cigarro para acompañar su café.
Se empieza con una ley prohibicionista y le sigue otra porque no hay mejor forma para enfrentar a un pueblo que lucha, aunque sea tan tibiamente como el nuestro, por el cambio, aunque sea a una mejor distribución de la riqueza, porque tampoco es que el pueblo mexicano pida tanto, es conformista y agradece siempre las migajas.
Sí, cuando se aprueba una ley prohibicionista las otras leyes del mismo corte siguen en cascada. Esa es otra crónica anunciada.
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