Arnaldo Córdova
Las coaliciones son esenciales en las luchas electorales y, en general, en toda lucha política que tenga miras de largo alcance. Sin aliados, decía Lenin, no se va a ninguna parte. El lo planteaba, en particular, en relación con la alianza estratégica entre obreros y campesinos, sin la cual, postulaba, no podría darse la toma del poder. Las coaliciones no están sólo concebidas para darle más votos a un partido o a un grupo de partidos. Esa no es su verdadera razón de ser, aunque lo parezca. Una coalición es para dar una imagen ante la ciudadanía, una imagen de una confluencia de fuerzas, grandes o pequeñas, no importa. El ciudadano común y corriente percibe en la coalición de partidos a un bloque de poder que, a simple vista, se percibe que no es igual a lo que ofrece cada partido en lo individual.
Coaligarse es esencial en la política y es siempre un mensaje a la ciudadanía. Quiere decir: “no estoy solo, ¿pueden verlo?, ahora coincido con otros”. Es un derecho de los partidos y, podría decirse, un derecho natural de los partidos. Un partido, me decía un viejo maestro mío en la Universidad de Roma, que no es capaz de hacerse de aliados, sencillamente, no es un verdadero partido. Era, por cierto, un fascista descarado. Yo le dije, entonces, que qué sentido tenía la idea misma de partido. El me contestó, muy tranquilo: “¿No es cierto que la misión de un partido es la de hacerse de partidarios?” Yo ya no tuve nada más que replicarle.
Ciertamente, las alianzas hay que hacerlas cuando se necesitan y, cuando no, pues serían un adorno inútil. Cuando el PRI era hegemónico no tenía necesidad de ellas y hacía bien, pues una alianza implica compromisos que se tienen que evaluar y, sobre todo, cumplir y, aun así, siempre las hacía. Ahora el PRI hace alianzas hasta con el diablo, igual que lo hacen los demás partidos. El PAN, probablemente por purismo ideológico o porque siempre se sintió seguro de sí mismo, no era proclive a hacer alianzas. Ahora lo hace sin mayores reticencias, incluso con el PRD. La izquierda, ni duda cabe, es la más ducha en el arte de hacer alianzas, aunque su debilidad es, casi sin excepción, agandallarse con los más débiles, sus aliados. Es verdad, Maquiavelo diría que las alianzas hay que hacerlas cuando se necesitan; pero yo diría que hay que hacerlas siempre y en todo momento, pues ellas dan, ante los ciudadanos, muy buena imagen y siempre agregan fuerza.
Uno podría decir que lo más natural sería que dos partidos grandes se aliaran para ser más fuertes. Tal vez en otros lugares, pero en México eso parece impensable. Por principio, todos tienen necesidad de aliarse con alguien (aunque algunos no lo admitan o les repugne). Lo usual es que un partido grande busque aliarse con uno o varios chicos. Se pensaría que está en condiciones de imponerles sus reglas y sus arreglos; generalmente sucede así, pero los pequeños siempre interpretan la situación pensando que los grandes tienen necesidad de ellos, y no se equivocan en eso. Entonces ellos tratan de sacar los mejores tratos. Es probable que los que realmente necesitan de las alianzas sean los partidos chicos; pero, por lo que se puede percibir, extrañamente son siempre los grandes los que buscan aliados pequeños. Saben que la idea de un frente pesa más que la de un partido.
Nuestra legislación actual que, seguramente, pasará a la historia, permite arreglos entre los partidos que van absolutamente en contra de una democracia transparente. Antes de ir a las urnas y saber cuál es la fuerza real de cada partido de los que se coaligan, se establece, por convenio, el porcentaje de votación que corresponderá a cada uno de los partidos coaligados. Eso, por lo general, beneficia a los pequeños partidos, pues, aliados a uno grande, saben de antemano, por lo menos, que su registro queda asegurado. Pero nadie puede saber cuál es el peso específico de cada partido. Obtener un porcentaje de votación previo garantiza, entre otras cosas, un buen dinero. Eso no es un régimen justo. No lo es para los partidos grandes ni lo es tampoco para la ciudadanía, que no puede saber cuál es la fuerza real del partido de su preferencia.
Ahora se permitirán las coaliciones, garantizando sus derechos plenamente, pero cada partido participará en las elecciones por separado, con su propio logo, y se podrá saber cuál será su votación particular y, con base en ella, los puestos y las prerrogativas a que tendrá derecho. La rebelión de los pequeños explica con toda claridad que para ellos es vital que no se conozca cuál es su verdadera aportación a los logros de la coalición, porque ello les cancelaría algunas de las prebendas que la actual legislación les asegura. Yo entiendo que algunos perredistas, entre ellos señaladamente el presidente del PRD, Leonel Cota Montaño, y el senador Ricardo Monreal defiendan el actual reparto de beneficios; en ello está en juego la integración del Frente Amplio Progresista, que para el PRD es vital y debe hacer todo lo que pueda para mantenerlo. Pero esa es una razón puramente pragmática que riñe con los principios de una democracia transparente.
Monreal ha dicho que la reforma llevará a la destrucción de los pequeños partidos. No puede decirse que exagere, pero no tiene otro argumento para defender su postura. Resulta inexplicable que los pequeños partidos no quieran que se sepa cuál es su fuerza real. Las coaliciones, por lo demás, no se tocan y hasta se refuerzan en algunos aspectos. Lo que los ciudadanos enterados piensan es que los pequeños son unos parásitos que viven de la fuerza de los grandes. Y la virulencia con la que atacan la reforma (incluso chantajeando, los del FAP, a su socio mayor con disolver su coalición) revela con toda claridad su pequeñez de miras. La urgencia de la coalición para los grandes puede llevar a que cedan en temas muy importantes con tal de lograr las alianzas. Eso no es justo ni está de acuerdo con el espíritu democrático de las coaliciones.
Hay que reiterar, empero, la necesidad ingente de las coaliciones en la lucha política y, en particular, en las justas electorales. La diversidad de partidos muestra la pluralidad de las ofertas que se hacen a los ciudadanos y las coaliciones tienen la virtud de unir en bloques coherentes esa misma pluralidad. Aunque en los hechos es difícil saber cuál es la oferta particular de un partido, sobre todo de los pequeños, la simple conjunción de las opciones será siempre atractiva para el ciudadano común y corriente. Creo que todos los partidos deberían preocuparse por crear esos bloques de ofertas diferentes y hacerse de los más aliados que puedan y que estén cerca de las propias. Pero subrayo que los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es la votación exacta del partido por el que han votado. Claro que, en el caso, se vota por coaliciones y no sólo por partidos; pero las coaliciones están hechas de partidos y no me parece que pueda haber excusas en ello.
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