Por Ricardo Andrade Jardí
Pongamos por ejemplo una reunión de arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o de música o de abogados, en fin, en una reunión con funcionarios de un nuevo gobierno entrante, en alguna hipotética provincia de México, uno de estos funcionarios hace la exposición o la afirmación de "que después de mucho pensarlo han concluido que, como funcionarios, no se sienten capaces de renunciar a su oficio, por lo que han decidido seguir ejerciéndolo a pesar de que sean funcionarios";
las reapuestas de los arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o de música o de los abogados, no se hacen esperar, unos los apoyan firmemente, otros piden que se pongan ciertos candados para evitar el abuso, otros, los más cínicos, de entre los arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o de entre los músicos y de entre los abogados, sólo guardan silencio, pues son los que saben que no es una elección del funcionario, saben que la ley se los prohíbe, pero esperan seguir con los privilegios de los que gozan gracias a la ignorancia voluntaria o involuntaria de los presentes, funcionarios incluidos, esa reunión de carácter meramente informativa sobre el trabajo de esta o aquella institución, en los pocos meses de gobierno, intentando "transparentar" lo que la administración anterior no hizo, que al parecer es mucho, ocupada en subir los salarios de sus mediocres funcionarios y comprar la complicidad silenciosa de los cínicos, es una pequeña muestra de los imaginarios corruptos en los que se mueve la ignorancia popular que se nos ha impuesto: es el microcosmos del macrocosmos que es hoy nuestro país.
Es en esas reuniones donde los arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o de música o abogados, convocados por los funcionarios, que también, como es de esperarse, son: arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o música o abogados, demuestran dos de los principales problemas que hoy nos afectan como país.
Por un lado el hecho de que "profesionistas" o "profesionales" de una materia u oficio determinado por ignorancia u omisión, pretendan, en un evento público sin mayor relevancia que el de dar a conocer información que "debería" ser siempre pública, determina si el funcionario en turno, amigo o no de los ahí presentes, puede al tiempo que funge como administrador de esta o aquella institución, ejercer su oficio. Lo que nos habla de hasta qué plano hemos perdido como sociedad la ética más elemental. Y, por el otro, porque es de esperar, que muchas de las intervenciones de los arquitectos u odontólogos o antropólogos o creadores de teatro o de música o los abogados, sean producto del desconocimiento de la ley, y no de un imaginario, ya corrompido hasta la médula, es el de la deficiencia educativa, el microcosmos de un país que se debate entre la ignorancia y el cinismo, para unos está bien lo que ignoran, que no deberían ignorar , lo que habla muy mal de la educación que han recibido, para otros está bien lo que no ignoran, pero lo que sin duda tendrá un beneficio adicional para su confort corrupto. Funcionarios y sociedad ahí reunidos entre dos planos de realidad, entre "la regla" de lo que así es (aunque no deba ser así) y de lo que puede ser, pero nunca entre el cómo debe ser. En ese microcosmos se identifican las subjetividades que dan origen a los mecanismos de la impunidad corrupta: el ciudadano que ignora la ley fomenta la impunidad. Y el que no la ignora, pero calla la impunidad y entre unos y otros se desenvuelve un sistema que en tan sólo unos años pasó del plano de lo meramente corrupto al plano de avalar como legal lo que la ley califica de ilegalidad.
En las subjetividades de los presentes en esa reunión, en una hipotética provincia de nuestro país, se descubren los imaginarios de una sociedad que está ya contaminada por la corrupción y la impunidad, de la que cínicos y funcionarios se aprovechan para beneficio propio.
No deja de ser terriblemente triste que profesionistas ignoren de tal forma la ley, lo que deberían poner las alertas en cuanto a los procesos educativos y en cuanto a los maestros que se forman o en el terreno de la ignorancia o en el del cinismo de la impunidad corrupta fomentando esa conveniente ignorancia.
Pero es también ese tipo de microcosmos donde se descubre los valores decadentes de una sociedad conservadora oculta en la doble moral y en el confort del pantano; en el "haz tú hoy, que mañana ya me tocará a mí hacer lo mismo"; en el silencio cómplice, en la mediocridad de dejar hacer, con la esperanza conciente o inconciente de poder ser yo el que mañana haga.
Esos son los imaginarios de una mayoría ciudadana que sin querer (quiero creer) otorgan la impunidad a unos, mientras "todos" nos "beneficiamos" corruptamente de esa impunidad.
Es ahí donde tendríamos que poner nuestras alertas y empezar por fomentar una cultura del conocimiento elemental del derecho, de la ley, una cultura que sea capaz de resistir la tentación de la corrupción y denunciar por todos los frentes la impunidad. Una nueva cultura político-jurídica que refunde una república construida desde un nuevo Despertar Ciudadano desde las subjetividades de la honestidad social y de la ética más elemental.
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