Matteo Dean
Cuerpos de inmigrantes africanos yacen en la playa de Mayfaaa Hijr, al sureste de Yemen, tras el naufragio de una embarcación con 126 migrantes, 80 de los cuales se ahogaron cuando intentaban llegar al país árabe desde Somalia a principios de mes Foto: Reuters
El 4 de diciembre pasado, en el concejo municipal de la ciudad de Treviso, en Italia, el concejero local Giorgio Bettio, del fanático partido de la Liga del Norte, declaró: “Utilicemos con los inmigrantes los mismos métodos de las SS (la policía especial de Adolfo Hitler): castigar 10 inmigrantes por cada abuso cometido con nuestros ciudadanos”. Frente sus colegas de partido, el consejero municipal quería apoyar la enésima ley local, promovida por su partido, el mismo que gobierna la ciudad, en contra de la presencia extranjera en ese lugar. La oposición de izquierda asistía, algunos con gran sorpresa pintada en el rostro, la mayoría de ellos sin pronunciar palabra alguna. Sin embargo mal haríamos en pensar que declaraciones como éstas sean aisladas, únicas. Al contrario, el concejero de Treviso no hace nada más que seguir la corriente del río de declaraciones e iniciativas legislativas adoptadas por el gobierno local, emulado por otras decenas de municipalidades de la región hasta llegar a los decretos de emergencia promovidos por el gobierno central de Roma. Una campaña de hostigamiento contra los migrantes que refleja la complejidad de una sociedad incapaz de resolver la convivencia con el otro. Y si esto se puede detectar en la misma población italiana, más aún sucede cuando el otro tiene color de piel distinto, o habla otro idioma, o profesa otra religión o es pobre.
La situación en Treviso, sin embargo, aún conserva rastros de peculiaridad en el decaído tejido social italiano. La ciudad se ubica en un territorio, el Véneto, que ha conocido en un pasado ni siquiera tan lejano la pobreza, la pobreza extrema. Hablamos de un territorio cuya población, a lo largo del siglo pasado, ha muerto de hambre o ha sufrido las más crueles enfermedades determinadas por el hambre. De aquí, entonces, salieron miles de personas, migrantes ellos también en ese entonces, rumbo a otros continentes: América Latina, Australia, América del Norte. De aquí salían y allá encontraron suerte, oportunidades y, en muchas de las ocasiones, cálidas bienvenidas. Llegó luego el boom económico, que aun no tocando directamente el Véneto, logró detener esta hemorragia de trabajadores que salían desde la tierra que algún día fue parte de la República de Venecia. Tierra pobre, lo dijimos, que pero pudo sobrevivir por la tenacidad de su gente, en su mayoría campesinos.
En este contexto, Treviso y la región que la rodea se ponen como buen ejemplo de las consecuencias de las transformaciones tanto políticas cuanto económicas que han ocurrido a partir de finales de los años 80. En el delicado y móvil panorama político de aquellos años, el noreste italiano asistió a una repentina transformación de su sistema productivo, que tiene como mejor ejemplo al empresario italiano Luciano Benetton, quien justamente en Treviso tiene su cuartel general. Un cambio tan repentino y radical que a la vuelta de pocos años el noreste italiano fue considerada la macrorregión más rica del continente europeo. Tal salto de calidad, fundado en un salto de paradigma productivo que pasa de la agricultura a la industria flexible, esbelta, en red, incide de manera determinante en el tejido social: de ser campesino a ser dueño de fábricas; de mandar sólo en tus tierras, a mandar plantillas de trabajadores; de tener una casa en el campo, a tener una pequeña villa y un pabellón productivo. Un salto importante que ha transformado mentalidades, formas de ser y visiones a futuro. Que el dinero borre la memoria no es una novedad para nadie, así que de ser campesino potencial migrante, el ciudadano del Véneto se ha convertido en nuevo rico, patrón y propietario, empresario que invierte capitales ya no sólo en Italia, y que pone en el olvido su pasado para mirar hacia el brillante futuro. Las consecuencias son las que hoy todos miramos y que algunos callan.
No podemos permitirnos comparar la actual situación en el Véneto, y en Italia en general, con lo trágicamente sucedido a raíz del régimen nazi. Sin embargo resulta complicado a veces resistirse a la tentación de señalar las similitudes con ese entonces entre quienes hoy atacan al diferente en búsqueda de blancos de desahogo para frustraciones, enojos, miedos, angustias y ansias que hoy en Italia se generan; entre quienes hoy, además de mencionar lo peor de la historia humana sin titubeo alguno, proponen conceder la ciudadana de sus municipios sobre la base del censo económico; entre quienes hoy, brillantes empresarios de la nueva economía neoliberal, explotan trabajadores sin derechos, hasta en algunos casos dejarlos morir en las líneas de producción; entre quienes hoy, del egoísmo social y económico, hacen su bandera; entre quienes hoy callan y dejan pasar, ofreciendo, con su silencio, un arma peligrosa en las manos de los promotores de las ideas más inútiles que la humanidad haya podido concebir.
Menos complicado es reconocer que las declaraciones de un político idiota, cualquiera en realidad, traducen nada más en palabras un clima que se ha venido creando desde hace demasiado tiempo y que ya hoy se persigue a los extranjeros sobre su base étnica deteniéndolos en modernos lageres institucionalizados, y expulsa de forma arbitraria a miles de ciudadanos extranjeros considerados peligrosos.
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