Carlos Fernández-Vega
Latinoamérica, “sumamente vulnerable” a los efectos del calentamiento global, reporta el BM
Mientras unos suponen que en materia de cambio climático “no hay fatalismos” y en materia de inundaciones no hay mayor causante (Tabasco, por ejemplo) que la “luna llena” (ambas frases célebres del inquilino de Los Pinos), los especialistas del Banco Mundial describen un panorama verdaderamente escalofriante si los que habitamos este planeta mantenemos la praxis de que “modernidad” es sinónimo de destrucción ecológica.
Y en este contexto no sólo México aparece de forma destacada, sino América Latina en su conjunto como una región “sumamente vulnerable a los efectos del cambio climático”, de acuerdo con la documentada advertencia que sobre el particular hace el organismo financiero multilateral en su reciente estudio Visualizing Future Climate in Latin America: Results from the application of the Earth Simulator, del que tomamos el siguiente resumen:
Estima que el blanqueamiento (desaparece la parte viva y sólo queda el esqueleto) afectó a más de 80 por ciento de los arrecifes de coral de la cuenca caribeña, luego de la ola de calor y la actividad de los huracanes ocurrida en el verano de 2005. Las potenciales consecuencias sería enormes para la fauna que vive y se reproduce en los arrecifes.
Prevé que el alza de la temperatura será especialmente extrema en la región de los Andes. “En esta zona, las temperaturas aumentarían al doble o más del incremento promedio proyectado, cambio cuya magnitud afectará irreversiblemente la ecología de la región. En lo inmediato, los más afectados serán los glaciares tropicales y otros ecosistemas de alta montaña.”
La mayoría de los glaciares más pequeños probablemente habrán desaparecido en el transcurso de una generación, mientras que los glaciares ubicados a menores alturas podrían desaparecer totalmente de aquí a 2026. Las consecuencias económicas del repliegue de los glaciares son considerables y “significarán miles de millones de dólares” para el sector de la energía, además de hacerse sentir de manera negativa en la agricultura y el abastecimiento de agua. “Estos costos constituyen verdaderos impuestos del clima, que gravan a poblaciones que no han contribuido a ocasionar el problema”. Con el cambio climático, las regiones y personas más afectadas suelen ser las que menos han incidido en causar el problema y, si bien América Latina no contribuye de manera considerable a las emisiones de gases de efecto invernadero, la región es muy vulnerable al impacto de este fenómeno.
Subraya el “imperativo moral” que le incumbe a las naciones que más contaminan con dióxido de carbono (léase altamente desarrolladas), las cuales deben hacer esfuerzos para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero (América Latina produce apenas 6 por ciento de las emisiones mundiales).
Es posible que el cambio climático haya afectado los patrones de circulación que llevan vapor de agua a los páramos (los humedales de los Andes septentrionales), poniendo en riesgo la flora de los ecosistemas montañosos, única en su especie. La disminución del nivel de los lagos en las montañas plantea la alarmante posibilidad de comprometer el abastecimiento de agua de ciudades del tamaño de Bogotá y Quito.
Los acelerados cambios ambientales pueden incluso traducirse en ciclos viciosos que minen economías con bajas emisiones de dióxido de carbono; así, la pérdida de fuentes de generación de energía hidroeléctrica en los Andes puede obligar a las naciones a recurrir a la alternativa más barata: los combustibles fósiles. Más preocupante aún es la potencial desertificación de grandes zonas como resultado de alteraciones en el ecosistema de la cuenca del río Amazonas, cuyos bosques tropicales son cruciales por absorber enormes cantidades de dióxido de carbono y son el hogar de la cuarta parte de la biodiversidad mundial.
Los modelos climáticos apuntan a la posibilidad de que las disminuciones extremas de las precipitaciones, asociadas a temperaturas cada vez más altas, podrían llevar a un proceso de sabanización gradual en la cuenca del Amazonas. El estudio destaca que este efecto podría ser el resultado más grave del cambio climático en la región, pero que todavía se sabe poco acerca de sus “posibilidades y consecuencias”.
En el peor de los escenarios, las explotaciones agrícolas podrían haber perdido hasta 62 por ciento de su valor hacia el año 2100, pero incluso con aumentos no tan drásticos en las temperaturas la pérdida de valor podría llegar al menos a 30 por ciento. En el escenario más moderado, las pérdidas se calculan en alrededor de 15 por ciento.
Dependiendo del cambio climático, los agricultores cambiarán el tipo de explotación, riego, cultivo y ganado. Aquellos situados en lugares templados y húmedos optarán por la producción agrícola, aquellos en lugares secos, por la ganadería y aquellos en lugares calurosos se inclinarán por ambos. Los gobiernos pueden ayudar por medio de alternativas tecnológicas como semillas resistentes a sequías y temperaturas altas, las que pueden reducir el daño causado por el calentamiento global.
El Earth Simulator (la computadora que proyecta las consecuencias del cambio climático en el planeta) corrobora conclusiones de estudios anteriores, que predicen alzas en las temperaturas e intensificación de ciclos hidrológicos con prolongados periodos de sequías y lluvias extremas. Así que gran parte de América del Norte y América Latina y el Caribe tendrá que soportar 30 días adicionales al año con temperaturas máximas superiores a 30 grados centígrados.
Las rebanadas del pastel
Si de historias de terror se trata, allí está la denuncia hecha por La Jornada: mediante “acuerdo confidencial” y un misterioso Proyecto Margarita (apertura al capital privado), ambos tratándose de un bien de la nación, la trasnacional “Shell, con un pie en la puerta de Pemex”. Esa fue la cabeza de la nota, pero el deseo calderonista es “los mexicanos, con un pie fuera de sus energéticos”… Y ahora con ustedes Luis Carlos Ugalde con bigote y más cachetón.
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