Por Juan Gelman
Hillary Clinton encabeza las preferencias demócratas para la candidatura presidencial en los comicios del 2008. Pero el candidato a presidente de ese partido que más temen los republicanos es Barack Obama, un muy temprano opositor a la invasión y ocupación de Irak. Una reciente encuesta de la empresa del ramo, Zogby Poll, muestra que cualquier candidato republicano importante derrotaría a Hillary: Rudolph Giuliani obtendría el 43 por ciento de los votos contra el 40 de la esposa de Clinton, Michael Huckabee, el 46 contra el 40, Mitt Romney el 43 contra el 40, Thomas Thompson, el 44 contra el 40, y John McCain el 42 contra el 38, respectivamente (www.zogby.com, 26-11-07). Todo lo contrario ocurriría con Obama.
El precandidato afroamericano vencería a todos ellos: a Giuliani, con el 46 por ciento de los sufragios contra el 41, a Huckabee por 46 contra 40, a Romney por 46 contra 40, a Thompson por 47 contra 40 y a McCain por 45 contra 38, respectivamente. Hay otros datos que confirmarían la cuesta abajo de Hillary: los candidatos demócratas al Congreso superan del 10 al 15 por ciento a los republicanos en las preferencias de voto -según la encuesta de que se trate-, mientras que la precandidata a presidenta Mrs. Clinton va de 3 a 6 puntos detrás de los precandidatos republicanos. Extraña es la idiosincrasia de la opinión pública estadounidense: una mayoría, considera que la guerra de Irak fue y es un error, y otra mayoría que Irán es la principal amenaza que padece la seguridad nacional.
Hillary no descarta el uso de bombas nucleares contra Irán, más bien lo favorece. Obama propuso invadir Pakistán. Los ardores bélicos demócratas no van a la zaga de los republicanos. Juntos -370 votos por el “sí” contra 49 por el “no” en un órgano legislativo dominado por los primeros- aprobaron el miércoles pasado el presupuesto de guerra más gigantesco que se conoce en la historia de EE.UU.: 696.000 millones de dólares. De esa suma se destinan “apenas” 189.000 millones a las guerras de Irak y Afganistán -el 27 por ciento- y la mayor parte del resto financiará nuevos programas armamentistas. El representante demócrata Ike Skelton, presidente del comité de servicios armados de la Cámara baja, subrayó que eso “es bueno para nuestras tropas, es bueno para nuestras familias” (AP, 12-12-07). No explicó porqué.
El liderato demócrata no vinculó la aprobación del presupuesto de guerra a la retirada de las tropas de Irak, como era su propósito declarado. Se acortan las diferencias entre los dos partidos -si las hubo- en este rubro. Pero una encuesta de NBC News/Wall Street Journal realizada del 1o al 5 de noviembre registró que el 50 por ciento de los interrogados votaría al candidato demócrata -cualquiera fuere- y sólo el 35 por ciento se pronunció por los republicanos (online.wsj.com). Es lógico entonces que importantes líderes oficialistas hayan comenzado a alejarse de la Casa Blanca. Hasta el abanderado del cambio de nombre de “papas fritas a la francesa” por “papas fritas de la libertad” y de “tostadas francesas” por “tostadas de la libertad” en las cafeterías de la Casa Blanca (www.cnn.com, 12-3-03), el representante Walter B. Jones, comenzó a atacar al gobierno Bush por su belicismo. Los demócratas se aproximan a los “halcones-gallina” y éstos comienzan a desbandarse. Es curioso, sí.
La indagación relativa a las elecciones presidenciales del año que viene en EE.UU. nace en un contexto muy particular. El pantano de Irak ha socavado la política de inspirar miedo que W. Bush aplicó y aplica todavía. Parafraseando a Franklin Delano Roosevelt, muchos estadounidenses piensan hoy que a lo único que hay que tenerle miedo es al miedo. Las libertades civiles han sido recortadas, se han mutilado sólidas tradiciones del país bajo la bandera de la “guerra antiterrorista”. Y algo más: hasta los expertos más proclives a exaltar la bonanza económica de EE.UU pronostican tiempos duros por venir. Es natural.
El desastre inmobiliario puso de relieve que el sistema económico de EE.UU. ha vivido de las especulaciones generadas por el sector financiero en detrimento sobre todo de la pequeña y mediana industria. “La economía del militarismo fue el sostén clave de la estabilidad de los negocios durante más de medio siglo -señala el especialista Steve Fraser-, pero ahora, como en la época de Vietnam, los deficits provocados por el financiamiento de la guerra exacerban un dilema mucho más abarcador” (www.tomdispatch.com, 10-12-07). Peligran industrias, comunidades y economías regionales. La subida del precio del petróleo incrementa costos, profundiza la crisis latente y aumenta el déficit de la balanza de pagos del país, que nadie sabe cuánto tiempo más podrá soportar. Naciones clave de Asia y Medio Oriente están pasando sus reservas al euro y a otras monedas más seguras que el dólar. Alguien dijo que “la guerra es salud para el Estado”. Se ve.
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