Robert Fisk
Qué raro, ¿verdad? La forma en que rápidamente nos presentan la narración. Benazir Bhutto, la valerosa lideresa del Partido Popular de Pakistán (PPP), es asesinada en Rawalpindi, lugar pegado a la capital, Islamabad, donde vive el ex general Pervez Musharraf, y George W. Bush nos dice que sus asesinos eran “extremistas” y “terroristas”. Bueno, eso sí que no se puede refutar.
Pero la implicación del comentario de Bush era que islamitas están detrás del asesinato. Fueron nuevamente los locos talibanes, esa araña de Al Qaeda que atacó a esta mujer, sola y valiente, quien se atrevió a pedir democracia para su país.
Desde luego, dada la pueril cobertura de esta tragedia atroz, e independientemente de lo corrupta que pudo haber sido la señora Bhutto, no nos hagamos ilusiones de que esta valiente dama es ciertamente una verdadera mártir. No es sorpresa que el viejo caballito de batalla de “el bien contra el mal” sea expuesto de nuevo para explicar la carnicería en Rawalpindi.
A juzgar por lo que informaron el jueves la BBC y CNN, quién se hubiera imaginado que los dos hermanos de la ex primera ministra, Murtaza y Shahawaz, secuestraron un avión comercial paquistaní en 1981 y lo llevaron hasta Kabul, donde Murtaza exigió la excarcelación de prisioneros políticos de Pakistán. En el episodio, un oficial militar a bordo de la nave fue asesinado. Había estadunidenses entre los pasajeros, lo cual probablemente explica por qué todos los prisioneros fueron liberados.
Hace sólo unos días, en uno de los más notables pronunciamientos del año (y que, como es típico, fue ignorado), Tariq Ali publicó una brillante disección de la corrupción en Pakistán (incluyendo el gobierno de Bhutto) en la revista London Review of Books. Hizo énfasis en Benazir y la llamó en el encabezado “La hija de Occidente”. De hecho, el artículo estaba en mi escritorio, listo para ser fotocopiado, cuando su protagonista era asesinada en Rawalpindi.
Hacia el final de este análisis, Tariq Ali se dedicó largamente a detallar el asesinato de Murtaza Bhutto a manos de la policía, cerca de su domicilio, cuando Benazir era primera ministra y estaba furiosa con Murtaza porque éste exigía regresar a los valores tradicionales del PPP y la criticaba por haber nombrado a su propio marido como ministro de Industria, un puesto altamente lucrativo.
En un pasaje del análisis que sigue siendo vigente aún después del asesinato y sus consecuencias se afirma: “La bala fatal fue disparada a corta distancia. La trampa fue tendida, como se acostumbra en Pakistán, con una operación burda, reportes falsos en las bitácoras policiales, evidencias perdidas, testigos que fueron arrestados e intimidados, un policía asesinado porque se temía que hablara. Todo esto evidencia el hecho de que ejecutar al hermano de la primera ministra fue una decisión tomada a muy alto nivel”.
Cuando Fátima, la hija de 14 años de Murtaza, llamó por teléfono a su tía para preguntarle por qué estaban arrestando a testigos y no a los asesinos de su padre, ella afirma que Benazir le explicó: “Mira, eres demasiado joven. No entiendes las cosas”, o al menos eso nos dice Tariq Ali en su exposición.
Sobre todo esto, sin embargo, se cierne el asombroso poder de los Interservicios Secretos de Pakistán (ISI). Esta vasta, corrupta y brutal institución trabaja para Musharraf.
Pero también trabajó y aún trabaja para el talibán. También trabaja para Estados Unidos. De hecho, trabaja para todo el mundo. Pero es la llave que Musharraf puede utilizar para abrir conversaciones con los enemigos de Washington cuando él se siente amenazado o quiere presionar a Afganistán, o bien, aplacar a los “extremistas” y “terroristas” que tienen al presidente Bush tan consternado.
Recordemos, dicho sea de paso, que Daniel Pearl, el reportero del Wall Street Journal decapitado por sus captores islamitas en Karachi, concertó su cita fatal con sus futuros asesinos en la oficina del comandante de los ISI.
El libro Talibán, de Ahmed Rashid, contiene pruebas fascinantes de la red de corrupción y violencia de los ISI. Léanlo, y verán que todo lo que he dicho tiene mucho más sentido.
Pero volviendo a la narrativa oficial, George W. Bush anunció el jueves anterior que “esperaba” hablar con su viejo amigo Musharraf. Desde luego, hablarán de Benazir. Seguramente no charlarán sobre el hecho de que Musharraf sigue protegiendo a su viejo conocido, un cierto señor Khan, quien proporcionó secretos nucleares paquistaníes a Libia e Irán. No, pero es mejor que no traigamos a colación el asuntito ese del “eje del mal”.
Desde luego, se nos pidió una vez más concentrarnos en esos “extremistas” y “terroristas”, y alejarnos de la lógica de cuestionar lo que muchos paquistaníes sintieron tras el asesinato de Benazir.
No hace falta ser un experto para comprender que las odiadas elecciones legislativas que ensombrecían a Musharraf se pospondrían indefinidamente si su principal opositor político era liquidado antes del día de los comicios.
Analicemos esta lógica como lo haría el inspector Ian Blair, en su cuaderno, antes de convertirse en el más importante policía de Londres.
Pregunta: ¿Quién obligó a Benazir Bhutto a permanecer en Londres y quiso evitar su regreso a Pakistán? Respuesta: El general Musharraf. Pregunta: ¿Quién ordenó este mes el arresto de cientos de simpatizantes de Bhutto? Respuesta: el general Musharraf. Pregunta: ¿Quién le impuso a Benazir un arresto domiciliario temporal este mes? Respuesta: el general Musharraf. Pregunta: ¿Quién declaró el estado de emergencia este mes? Respuesta: el general Musharraf.
Pregunta: ¿Quién mató a Benazir Bhutto? Eh, sí. Bueno, sí…
¿Ven cuál es el problema? Ayer nuestros guerreros televisivos nos informaron que los miembros del PPP gritaban que Musharraf era un “asesino”, quejándose de que no dio suficiente protección a Benazir. Error. Gritaban esto porque creen que él fue quien la mató.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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