Jorge Gómez Barata
Al margen de sus resultados, la gestión humanitaria protagonizada por el presidente venezolano Hugo Chávez y los gobiernos que lo apoyan, deja como su mejor saldo una lección que ojalá se convierta en paradigma.
Cuando el mundo asiste al intento de legitimar la tortura, numerosas países admiten haber utilizado cárceles secretas y participado en el contrabando de prisioneros y, en connivencia con los servicios especiales, aviones con matrículas falsas realizan escalas ilegales en las más civilizadas capitales europeas sin declarar el bagaje humano que transportan y cuando la muerte de decenas de miles de personas, el desplazamiento de millones y el sufrimiento humano masivo son tratados frívolamente como "daños colaterales", la liberación de rehenes en la selva sudamericana alumbra la esperanza de que el mundo puede ser mejor.
Por una vez en mucho tiempo, la opinión pública mundial respira aliviada y, en una rara ocasión, en una operación que involucra a fuerzas suficientemente retrógradas como para intentar lucrar políticamente con la libertad, la existencia e incluso la vida de civiles, arroja un aleccionador saldo ético y renueva la fe en la eficacia de la transparencia y en la utilidad de la virtud.
Con su comportamiento sereno y generoso, Chávez ha probado que incluso en la política, un terreno infestando por intereses mezquinos, pasiones desbordadas y mala fe, invadido desde siempre por la diplomacia secreta que prefiere negociar y tejer intrigas a espaldas de la opinión pública, es posible imponer comportamientos éticamente correctos.
La eficacia diplomática y la limpieza con que el mandatario bolivariano ha conducido el proceso, coronado por una eficaz apelación a la transparencia, concitó el respaldo de varios gobiernos latinoamericanos y el de Francia, países que, sin reparos y sin reclamar falsos protagonismos, no sólo se sumaron y apoyaron la gestión sino que, asumiendo riesgos, respaldan con la suya la seguridad de los rehenes beneficiados.
Se trata, sin duda, de un precedente que no sólo ilustra acerca de comportamientos políticos correctos, sino que probablemente sea un hito que abra una esperanza para todas las personas que, no sólo en Colombia, sino en otras partes del mundo, entre ellas Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, han sido convertidas en rehenes políticos. De hecho, la guerrilla colombiana ha probado que es políticamente más rentable liberar rehenes que retenerlos.
Queda explícito además que los gobiernos, de cualquier color político y al margen de simpatías o antipatías, en todas las circunstancias, son responsables por la seguridad de sus ciudadanos, cuya integridad física y moral y derechos humanos, deben prevalecer por encina de consideraciones políticas. Ninguna argucia legal ni excusa de seguridad justifican el incumplimiento de tal responsabilidad. Al acceder a la operación de rescate y colaborar con ella, el gobierno colombiano honra ese precepto y se honra él mismo.
Saludar la gestión del presidente Chávez y la colaboración del gobierno colombiano, destacar el gesto de los captores, expresar gratitud a los gobiernos que participaron en la gestión y sumarse a la alegría de las familias beneficiadas, es apelar todos para levantar una barrera para que: ¡nunca más! se acuda a tales métodos y ¡nunca más! una autoridad nacional sea omisa ante obligaciones sagradas.
Nadie ganó porque esta vez, nadie hizo cálculos de gana-pierde. No obstante el saldo existe: prevaleció el mérito y, por esta vez, la política reservó espacio para la transparencia y la virtud. Ha triunfado la humanidad. ¡Más no podía pedirse!
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