Luis Linares Zapata
Ricardo Benjamín Salinas Pliego no flaquea ni se atemoriza ante el mismo presidente del oficialismo, Felipe Calderón, quien lo escucha con atención y respeto desde su altísima investidura. En medio de nutrido acto, don Ricardo alza su voz contra aquellos que se erigen en atracadores impunes de la libertad: los partidos políticos. Para él, como para otros muchos que le siguen con febril coraje y valentía en esta cruzada por el espacio público, los partidos son agrupaciones que amparan a un puñado de represores frente a los millones de mexicanos que han luchado por abrir la opción de opinar y expresar sin cortapisas lo que cada quien desee y sirva a sus propósitos. Muchos años de batallar para rendir la plaza sin dar la pelea abierta. ¡Nunca! Que nadie abrigue la mínima sospecha de que al aguerrido empresario lo mueve otro motivo que no sea el del bien ajeno y el congénito derecho a la propiedad.
Salinas Pliego seguirá demostrando, tal como lo ha hecho a lo largo de su limpia carrera de industrial de los medios de comunicación, que defenderá la expresión de sus sentimientos, a exponer, delante de esos ominosos poderes partidistas, el inalienable derecho que ha sido piedra angular de su quehacer al frente de su cadena televisiva. Nadie le impedirá, asegura, que los canales que son de su indiscutida como privada propiedad sean empleados en beneficio de los demás.
Seguirá difundiendo, qué duda cabe, lo que mejor convenga a sus intereses, que, supone, son similares a los de otros muchos miles, millones de mexicanos adicionales que piensan como él, que sienten como él, y que deberían tener, como él, las mismas oportunidades de desarrollo y bienestar. Hombres y mujeres sencillos que han oído su palabra diáfana, fincada en lo más profundo de las aspiraciones colectivas tal como aconteció cuando exigió la renuncia de un jefe de gobierno que no supo dar seguridad a uno de sus queridos actores asesinados. Los ciudadanos de este atribulado país deben saber que don Benjamín nunca jugará las contras, no abusará de sus ventajas de accionista mayor, como no lo ha hecho con todos y cada uno de sus asociados minoritarios.
En TV Azteca las utilidades conseguidas han sido repartidas con honesta atingencia bajo la imparcial mirada de su presidente y ahí están las autoridades (Securities and Exchange Comission) para testificarlo. Un verdadero paladín de los derechos humanos y las libertades básicas que se adelanta a su tiempo, que no se arredra ante la maledicencia. La elevada labor que se ha impuesto de manera tan desinteresada triunfará sobre las acechanzas de los envidiosos, de aquellos que disputan, cegados por las frustraciones de sus orígenes, el sagrado derecho de los dueños de los medios a usar sus canales como mejor les plazca y convenga a sus superiores deberes empresariales.
Pero don Ricardo Benjamín Salinas Pliego no está solo en esta desigual lucha contra los enemigos de la libertad. Desde tiempo atrás ha ido sembrando, en el interior de su organización mediática, valores bien arraigados de pluralismo, independencia editorial, igualitarismo, honestidad para consigo mismo, dignidad en el propio pensar, racional defensa de los necesitados. En su empresa no hay, no cabe, la indignante línea, la inapelable instrucción, el indebido mercadeo de la noticia, la promoción de imágenes por encargo, ésas que son ilegalmente y con largueza inigualable pagadas con el recurso público. En todos sus programas de opinión, de información y hasta de entretenimiento, se recoge sólo lo que es suceso efectivo, se toma el verdadero pulso social, el sentir de aquellos que quieren llegar a mejores estadios de desarrollo individual, de clase, de raza, de credo, de afinidad sexual. Ninguna minoría ha quedado marginada de su atenta cuan abarcadora mirada, de su objetivo trabajo de auscultación. Los comentaristas, conductores, participantes ocasionales o cotidianos de sus múltiples programas televisivos siguen, con realismo, sinceridad y apertura sus ya míticas enseñanzas. Todos sostienen, sin consignas, puntos de vista propios que, aunque divergentes, pueden conciliarse ante los atentos televidentes con inteligente sensibilidad y equitativa correspondencia.
En Tv Azteca se respeta (y esto puede ser, por derivación ejemplar, extensivo a Televisa, directivos y comunicadores que coinciden en estos valores descritos) con puntillosa conciencia el balance que muestran las distintas fuerzas que actúan en la República. Nadie ha quedado fuera de sus preocupaciones sin una proporcional representación activa y cotidiana. Jamás se han lanzado ataques contra personajes incómodos, distintos. Ahí se ha desterrado la forzada unanimidad y sólo las coincidencias perviven. Nadie en esos programas ha sesgado las opiniones, explotado con maña sensiblera el sentir popular ni emprendido vendettas pagadas. En ésas, que son efectivas creaciones de la mejor comunicación masiva, se recibe trato equitativo en las oportunidades de escenario y el micrófono. Ésa es la regla y, armados con ese pasado ya bien asentado en el imaginario colectivo, se seguirá hasta conseguir el progreso del pueblo, aun contra las perversas acechanzas que se han multiplicado en estos tiempos de reformas ilegítimas.
La defensa que se hace de las libertades de los mexicanos y, en especial de aquellos que practican el quehacer del periodismo televisivo, nada tiene de mercantilizadas intenciones. Ningún locutor, comentarista o invitado ante las pantallas televisivas de México, pretende usar los recursos a su alcance para asegurar posiciones grupales, ideológicas o de simples negocios. Esto, si alguna vez lo hubo, ha quedado desterrado para siempre. Eso de suponer que sobrevendrán prácticas soterradas, malformaciones difusivas negociadas en lo oscurito o favores actuales pagaderos con masivos privilegios futuros son particularidades de un rumor insensato. Acciones por demás alejadas de las preocupaciones y las intenciones de aquellos que, con valentía e imaginación, defienden, contra toda asechanza de coartar el flujo objetivo de la información y la matizada expresión de cada quien, las libertades individuales y colectivas. La República puede estar segura de su futuro mientras existan tales paladines de la democracia, verdaderos soldados de la libertad de expresión.
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