Rolando Cordera Campos
Cuando se observa la manera como los últimos gobiernos han acometido algunas de sus “gloriosas batallas”, uno se ve tentado a sospechar que en realidad no querían ganarlas. Recuérdese aquello del copete con el que Fox quería compensar a los afectados por su IVA a alimentos y medicinas; o su embate contra López Obrador cuando lo del desafuero: no resulta sencillo detectar las virtudes de la estrategia, pero sí identificar sus flaquezas y excesos, sus fantasías pueriles y su desprecio al otro, extremos letales para cualquier iniciativa política que, dentro de la democracia, se destine a modificar el statu quo.
Así ha ocurrido y ocurrirá mientras la manera de entender la economía y la política siga dominada por la filosofía primitiva de los guardianes de un pensamiento único al que nadie toma ya demasiado en serio excepto aquí, donde los mandantes descubrieron que la obediencia es la escalera ideal para subir al cielo. El culto de lo fácil se ha impuesto: si la economía falla, que se encargue el mercado; si la política no responde, que venga el maiceo, o que el PRI recupere presidente al que servir y obedecer. Y hasta el delirio.
Ahora, con la campaña de las 20 mil leguas en pos de la isla sumergida del tesoro, mucho indica que el síndrome foxiano del no querer queriendo puede repetirse. Sin tenerlas todas consigo en el orden de las relaciones políticas, el Presidente quita a su secretario de Gobernación y antiguo aliado, y lo sustituye con su amigo del alma, seguidor solícito pero carente no sólo de experiencia sino de amarres efectivos, creíbles, en el mundo salvaje de la política plural, para empezar en su propio partido, salvo que las rabietas sospechosas de Germán Martínez deban entenderse como un manifiesto unívoco de lealtad al señalado.
Pero la cosa no queda ahí, sino que el amigo y servidor, exitoso empresario, es designado capitán de campo para la que el gobierno y sus valedores entienden como su batalla definitiva: la apertura del petróleo para la gran empresa internacional, como único camino para descubrir y traer a tierra el tesoro escondido.
El señor Mouriño puede o no tener todo en regla como servidor público y proveedor de Pemex; las que no pasan el menor examen son su destreza pública, su capacidad retórica, su sintaxis radiofónica o televisiva, condimentos indispensables para comunicar masivamente, convencer al posible aliado, desarmar al contrario y persuadir a la ciudadanía, en cualquier política que se precie de moderna, como a pesar de todo es la nuestra. Y así, de trompicón en trompicón, el gobierno se mete en emboscadas pueriles, aumenta la incertidumbre en los negocios y las comunidades, despierta y estimula toda clase de reacciones defensivas.
Se trata de un gobierno ineficaz que se muestra irresponsable apenas le tocan la cresta. Confunde información y persuasión racional y respetuosa con propaganda mentirosa y agresiva, y cae y recae en el garrafal error de creer que sus alianzas se dan por definición y sin el menor esfuerzo, porque el odio o el temor al bárbaro del sur es generalizado y basta y sobra para tocar a rebato y formar filas.
Lo del petróleo no es asunto sencillo, ni podrá resolverse fácilmente con el triunfo de uno u otro bando. Pero esto es por lo pronto y por desgracia lo de menos, porque en las cúpulas se renuncia al deber elemental de la conducción política, que es informar e ilustrar para deliberar, convocar y unir; en vez de ello, se incurre en vulgares operaciones de manipulación de la opinión pública, se asoma de nuevo el uso del miedo como palanca para la (des) movilización, y se miente o se esconden partes importantes de la información con que se cuenta. El resultado: se oscurece el debate, y desde el poder, no desde el llano, se cubre lo que falta para llevar al país a una polarización extrema.
¡Que se pudra!, dicen que decían algunos presidentes del pasado, ante manifestaciones contrarias a sus proyectos. Poco se logró con esta iluminada estrategia, salvo enconar los sentimientos derrotados y difundir la sensación de que no se nos decía toda la verdad. Pero eran otros tiempos y la magia del unto presidencialista funcionaba, aunque con rendimientos decrecientes.
Hoy, nadie está dispuesto a pudrirse ni a pagar la cuota de ciudadanía otorgada a cambio de obediencia o resignación a toda decisión que por provenir del poder debía entenderse como racional y buena. Eso se acabó y lo que queda es el llano, siempre dispuesto a rendir doloroso homenaje a Juan Rulfo.
Sin ponencia, con argucias de parroquia, pero con harta prepotencia, el gobierno propone el abismo más que el buceo de profundidades. Se trata de un capitán Nemo extraviado que amenaza convertir al Estado en un furgón de autosuicidas. ¡Y todavía hay almas puras del análisis y el diseño que se lamentan de la “politización” del tema!
Si de algo se requiere como el oxígeno es de política; sólo con ella podremos ordenar la información, hacer explícitos los dilemas constitucionales, establecer prioridades, secuencias, y no confundir otra vez lo que es correcto con lo que es fácil. Por la fácil, de tesoros, gambusinos y Nautilus, que es la que parece querer el gobierno, lo único seguro es el desastre.
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