Néstor Núñez
Ciertamente el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, ha demostrado una pericia de altos quilates en el manejo de la crisis surgida a raíz de la masacre, en territorio de su país, de un grupo de integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
A estas alturas no es secreto para nadie que la brutal acción estuvo coordinada por Washington desde sus orígenes, en el empeño por desestabilizar la región y erosionar la integración latinoamericana, y a la vez sabotear el proceso de liberación de prisioneros en manos de la guerrilla colombiana y un clima propicio a negociaciones de paz.
El peligro de un enfrentamiento bélico al interior del subcontinente, donde varias naciones poseen gobiernos opuestos a la dominación de la Casa Blanca en el área, se presentaba, además, como anillo al dedo para una intervención estadounidense a gran escala destinada a destruir tan “peligrosos” ejemplos regionales, al tiempo de poner fin a una acendrada insurgencia en Colombia.
Sin ceder un ápice en la exigencia de una disculpa sin condiciones del gobierno colombiano, y en medio de la movilización de efectivos de su país y venezolanos, el presidente Correa se dio a la inteligente tarea de deslegitimar en el terreno diplomático esa política agresiva.
Su gira por buena parte de América Latina, la batalla en el seno de la Organización de Estados Americanos, y la exitosa cumbre del Grupo de Río, lograron de las naciones del área claras posiciones de apoyo a la integridad territorial de Ecuador, y de rechazo a las pretensiones de “golpes defensivos” a partir de las concepciones agresivas provenientes del Washington oficial.
La hostilidad y la violencia como instrumentos en las relaciones regionales fueron vetadas por completo por los representantes gubernamentales latinoamericanos.
Por otra parte, y no deja de ser sumamente trascendente, América Latina puso de manifiesto su capacidad de consenso para preservar la estabilidad en la zona y para decir NO a las intenciones militaristas del poderosos vecino del Norte.
Es evidente que a partir de ahora aplicar sus recetas imperiales en esta parte del mundo le será más complicado a Estados Unidos.
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