John Saxe-Fernández
Las ganancias logradas por los principales contratistas del programa militar y de reconstrucción de Irak, encabezados por firmas próximas a la Casa Blanca (entre ellos Bechtel, DynCorp Int, Fluor Intercontinental) han sido inmensas y bienvenidas en tiempos de frenazo económico. Así lo reconoció William P. Utt, CEO de Kellog, Brown and Root, hasta hace poco subsidiaria de Halliburton que encabeza junto a las petroleras, el padrón de beneficiarios. El Proyecto de Prioridades Nacionales estima que entre 2003 y 2008 hubo una erogación para esta guerra de agresión de poco más de 500 mil millones de dólares (341.4 millones de dólares diarios).
Pero la “reconstrucción” de Irak brilla por su ausencia, excepto en proyectos afines a los intereses de EU y las petroleras, como la restauración de pozos y ductos o la nueva embajada de los ocupantes que cubre un área mayor a la empleada por el Vaticano. Es un diseño arquitectónico que grita a los cuatro vientos la conquista y administración colonial implantada por medio del terror de Estado en Irak, a favor de las mismas firmas e intereses petroleros y geoestratégicos a los que sirven los neo-polkos asentados en Pemex y Los Pinos.
Según Bush los nuevos contratos en Irak a favor de esas empresas, estimados en 150 mil millones de dólares se prolongarían hasta 2018. Los atrasos, las fallas estructurales, técnicas y los manejos turbios de contratistas y subcontratistas infectan todo esfuerzo que pudiese aliviar la devastación perpetrada contra una población ocupada, agredida y humillada: la infraestructura eléctrica, el saneamiento del agua, hospitales, escuelas, carreteras, etcétera. Son fracasos y demoras fríamente tolerados. Los programas de outsourcing logístico y los de la reconstrucción zozobran en un mar de corrupción e impunidad. El hecho es que en ningún momento la intención fue la recuperación real de un país y de una población sometida a una hecatombe sistemática e intencional.
Un aspecto nodal de este asunto es que según lo establecido en la Convención sobre Genocidio de 1949 la operación militar en pos del control y usufructo de la segunda reserva de petróleo convencional del mundo es en sí misma un crimen de guerra. El objetivo relaciona operativos aéreos y terrestres inherentemente genocidas (iniciados bajo la rúbrica del “awe and shock” de Rumsfeld-Wolfowitz) para aterrar y aniquilar las bases logísticas del nacionalismo petrolero iraquí inflingiendo ataques y condiciones de vida calculadas para inducir la desintegración y/o destrucción total o parcial de la categoría “iraquí” y de paso impulsar la tasa de ganancias de las firmas petroleras, bélico-industriales y de servicios de seguridad.
El entramado de exterminio, corrupción y empresas es crucial: las víctimas fatales ya rebasan el millón, según la contabilidad realizada desde marzo de 2003 hasta hoy. En contraste con lo que se maneja en medios electrónicos –y periodísticos– de EU la cifra de “más de un millón” de víctimas ha sido mencionada por la BBC. Quizá no sea casualidad ya que este guarismo abrumador es ofrecido por fuentes y empresas británicas especializadas en estos análisis.
Desde estas páginas dimos a conocer que en julio de 2006 la prestigiosa revista médica Lancet calculaba que unos 600 mil iraquíes habían muerto como resultado de una guerra de agresión realizada en violación de todo Tratado y Convención Internacional. Información recabada por Just Foreign Policy indica que la cantidad de “más de un millón” fue confirmada en septiembre de 2007 por Opinión Research Business, una acreditada firma de sondeos británica que en ese momento mencionó que 1.2 millones de personas habían muerto con violencia desde que Bush desató la petroquerra encaminada a la destrucción metódica, por la vía del exterminio y la tortura diarios, de la base humana y de la infraestructura necesarias para que exista la categoría social “pueblo iraquí”, dueño de esa inmensa riqueza petrolera.
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