Víctor M. Quintana S.
Ha llegado el momento más difícil para un movimiento social: la negociación con el adversario. La etapa del carisma, del entusiasmo, de las calles, de las masas, de la participación, deja ahora su lugar a la centralización, a los largos diálogos, a los representantes, a la centralización, al predominio de la lógica institucional.
Hasta ahora los diversos agrupamientos de organizaciones que forman lo que algunos llaman el Movimiento en Defensa de la Soberanía Alimentaria han tenido tres aciertos incuestionables: llevaron a cabo el 31 de enero la movilización campesina más numerosa de varias décadas. No se han dividido hasta el momento, superando las difíciles tensiones internas, y no se dejaron que los representantes del gobierno federal les impusieran sus condiciones y contenidos para la negociación el pasado 6 de marzo.
Sin embargo, hay que estar muy vigilantes para que el proceso de negociación no vaya a resultar en las divisiones del movimiento, la cesión en lo fundamental al adversario, el distanciamiento con las bases y las regiones, o, peor aún, el olvido de los objetivos fundamentales.
En este sentido es necesario preguntarse sobre la calidad de los interlocutores por parte del gobierno federal. Se hizo bien en rechazar a Alberto Cárdenas Jiménez, titular de la Sagarpa, pero ¿por qué aceptar que la conducción esté a cargo del ahora seriamente cuestionado secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño? Después de todas las impugnaciones por tráfico de influencias, y más allá de si obró legal o ilegalmente, ¿tendrá calidad moral como interlocutor de los hombres y las mujeres del campo? ¿O se piensa que su debilidad puede favorecer un mejor resultado para las organizaciones?
Una parte del movimiento, los que integran la campaña Sin maíz no hay país, planteó al menos dos condiciones importantes para empezar a negociar. Ambas van orientadas a hacer menos desproporcionada la influencia que el gobierno pretende ejercer sobre la opinión pública respecto del tema del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y sus impactos. La primera de ellas es que el gobierno suspenda la campaña de propaganda con las medias verdades sobre las ventajas del tratado en la agricultura. La segunda es la realización de un debate público entre los representantes gubernamentales y los de las organizaciones campesinas para que éstos puedan difundir sus análisis y puntos de vista y refutar lo propalado hasta ahora por el régimen calderonista. Es conveniente no dejar de lado ambas condiciones.
Un punto clave en la negociación es la unidad en torno a dos demandas torales: la renegociación del TLCAN, cuando menos para proteger el maíz blanco y el frijol, y una sustancial reorientación de la política agropecuaria para construir la soberanía alimentaria con base en la agricultura campesina e indígena y establecer una reserva estratégica de alimentos en manos de la nación. Debe evitarse la dispersión que predominó hace cinco años en el Acuerdo Nacional para el Campo, que le permitió al gobierno de Vicente Fox esquivar los compromisos fundamentales.
Finalmente, existe el peligro de que se incurra en la ley de hierro de la oligarquía, por dos vertientes diferentes: en primer lugar, que las organizaciones dichas nacionales, algunas de ellas sólo porque tienen oficinas en el Distrito Federal, se adueñen de la negociación y no tomen en cuenta el pensar y el sentir de las organizaciones locales y regionales, que han sido muy importantes para el inicio y la vigorización del movimiento. O que alguna trate de acaparar la voz y la representatividad como sucedió en el templete del Zócalo el 31 de enero. La otra vertiente es que los actores rurales sean desplazados por los no rurales, que a aquéllos se les “desujetivice” por la no distinción entre aliados y sujetos del proceso de movilización y negociación.
Si no se toman en cuenta estos riesgos, se desembocará, no en un Acuerdo Nacional para el Campo plus, sino en uno bis, y segundas partes nunca fueron buenas. Sin embargo, las señales actuales dejan esperar mejores cosas por parte del movimiento campesino en este difícil trance de la negociación. A eso le apostamos.
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