Antonio Peredo Leigue
En Santa Cruz, este 4 de mayo, ofició como observador a nombre de la poco prestigiada Human Rights Foundation, el cubano contrarrevolucionario Armando Valladares. Informante de la policía batistiana, luego se dedicó al sabotaje hasta su detención. En prisión fingió estar lisiado y, la CIA que lo tenía en su planilla, lo promocionó como poeta. El único libro que “escribió” se titula “Desde mi silla de ruedas”.
Eran los años ’60, cuando se hizo una campaña mundial sobre este oscuro personaje. Tanto así, que muchos poetas y escritores, amén de otros que no eran ni lo uno ni lo otro, abogaron por su libertad. Armandito buscaba, por todos los medios, aparecer cada vez más enfermo en su silla de ruedas.
Pero aquello no le fue fácil. Creyéndose seguro con la protección de la CIA, se preparaba para salir por el mundo en silla de ruedas. El gobierno cubano, que conocía la farsa montada por este sujeto, le ofreció la libertad a condición de que saliese de la cárcel y se fuera del país… caminando.
Tuvo que abandonar la silla de ruedas, levantarse y andar. Por supuesto, no fue un milagro. Fue la vergonzosa conclusión de una mentira. Muchos de sus defensores se arrepintieron, pero era tarde. Otros, tragándose semejante burla, inventaron cualquier excusa para seguir complotando contra el pueblo cubano.
El señor Valladares vivió, desde que salió de la cárcel, en el estado de Virginia, muy cerca de Langley, donde se halla la oficina central de la CIA. Muy cómodo. No tiene que moverse mucho para estar a las órdenes de los trabajos sucios que siempre se le encargan.
El que ahora cumple, tiene las mismas características. Veedor internacional de un referendo ilegal, durante el cual –este domingo 4 de mayo- se han cometido todas las irregularidades que podía cometer la Unión Juvenil Cruceñista. Hubo ataques a los barrios en que la gente no quiso adherirse a la caprichosa consulta del Comité pro Santa Cruz. Un muerto y varios heridos por esos ataques.
Los prefectos Fernández, Suárez y Cossío cumplieron un triste papel. Escucharlo a cada uno decir que aquella fue una fiesta democrática dio pena, no porque hubiesen dicho una mentira, sino porque ellos se están creyendo la farsa.
Y cómo no va a ser una farsa. Si el farsante Valladares es el veedor, el referendo es una farsa.
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