Arnoldo Kraus
Justicia es una palabra que se repite sin cesar. Unos lo hacen para abogar por ella, otros para denunciar su falta y algunos para arropar sus quehaceres diarios. Su presencia o ausencia salta todos los días: en los medios de comunicación, en las pláticas entre amigos, en los depauperados, en los que siguen la marcha de las Bolsas de Valores, en las universidades, en las iglesias de los políticos y en las tribunas de los religiosos. Justicia es una palabra que se inicia con la historia de la humanidad y que se repetirá hasta el fin de ésta.
A pesar de su vigencia en el vocabulario cotidiano y en el léxico de la historia, la justicia es un fenómeno que se entiende bien cuando se lee en los diccionarios o cuando se escuchan disertaciones sobre el tema, pero que no se lleva a cabo cuando se diseca lo que sucede ni en el mundo macro, ni el mundo micro. Una noticia aislada, proveniente del estado mexicano de Chiapas, aunada al diagnóstico de Amnistía Internacional sobre los derechos humanos en México, basta para entender y contagiar la falacia que hoy se vive en relación con la justicia de la que tanto nos enseñó John Rawls.
“Pobladores retienen a tres policías que mataron a civil en Tecpatán, Chiapas”, reza la información de La Jornada (3 de mayo). La nota está acompañada de dos fotos: en una se observa a tres policías custodiados por una persona que accidentalmente se convirtió en el policía de los policías. En la segunda imagen se muestran los rostros de tres mujeres familiares del joven asesinado. En la crónica se lee que los pobladores exigen justicia por el asesinato de Luis Fernando Guzmán Navarro, quien resultó asesinado al dar albergue a la persona que perseguía la justicia encarada por los policías y quien, según ellos, había violentado la vía pública por ingerir bebidas alcohólicas.
Dos semanas antes, otro habitante del pueblo había sido asesinado por la policía por la misma razón: ingerir bebidas alcohólicas en la calle y producir escándalo. El sentir de la población es que la policía, que aparentemente incrementó su número tras las inundaciones que produjo el río Grijalva, es claro: “Exigimos la salida del destacamento de policías, pues sólo han venido a causar desgracia a la población. Se supone que están para protegernos, no para matarnos”.
Ignoro cuál será el destino de los policías –escribo el sábado 3 de mayo–, pero aventuro las siguientes hipótesis: para dar peso a su justicia, los tecpatianos o decidirán lincharlos, o se apiadarán de ellos y los liberarán (finalmente los guardianes del orden deben ser tecpatianos o vecinos del lugar), o la policía ejercerá su justicia y liberará a sus colegas por medio de la fuerza y de ser necesario apresará o asesinará a los tecpatianos que apresaron a sus compinches.
El mismo día La Jornada informó: “Desolador, el panorama de los derechos humanos en México: Amnistía Internacional”. La noticia explica, entre otras notas, que “la violación de los derechos humanos, el desigual acceso a la justicia y la impunidad no son tolerables en una sociedad civil comprometida con el respeto a toda persona y a la dignidad humana”. El informe de Amnistía Internacional se centró en la violación de 26 mujeres habitantes de Atenco, quienes fueron víctimas de tortura sexual; esa organización exige que el Estado mexicano ejerza justicia. La policía fue quien agredió a las mujeres de Atenco, a lo que debe agregarse que siguen prófugos los responsables de tres asesinatos en San Salvador Atenco.
Una de las líneas que une Chiapas con San Salvador Atenco es la injusticia. Otra es la nueva exposición que hará Amnistía Internacional de nuestra nación ante el mundo; una más es la impunidad y la sordera como retratos de nuestros gobiernos; la última es el azogue y la desesperación que vive buena parte de la población mexicana, cada vez más inerme en los rubros economía y justicia.
La injusticia en México es alarmante. Con frecuencia las noticias informan de linchamientos contra policías. Con mayor frecuencia mueren asesinados ciudadanos inermes o son amenazados (y también asesinados) activistas o periodistas. El problema se multiplica porque la desconfianza hacia la inmensa mayoría de las formas de gobierno en México también crece sin cesar (y sin esperanza). Decir que estamos atrapados no es un sinsentido. La autoridad moral de la policía y del Estado es nula; la sed y la necesidad de justicia toda. No es el azar el que determina que la población ejerza su justicia linchando policías, sino que es la injusticia gubernamental la que determina que la población atente contra el Estado –robo de Carlos Marx el sentido de esta frase.
He repetido en estas líneas muchas veces la palabra justicia. Lo hice con toda intención: justicia es una vivencia que no admite sinónimos. Lo hice también porque bregar por la justicia y aspirar a la libertad son las grandes metas de la ética. Si reflexionamos en esa idea dentro de la realidad de nuestro país, y dentro del contexto de las obligaciones que tiene que ofrecer cualquier nación a sus gobernados, es brutalmente cierto que hemos fracasado.
miércoles, mayo 07, 2008
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